La Venezuela que nos merecemos

Por

Antonio Sánchez García

Twitter: @sangarccs

Se ha ido forjando una comunión entre las aspiraciones libertarias de las más amplias masas de nuestra población, en el interior de la república incluso tanto o más activa y militante que en las grandes ciudades, y la juventud venezolana, que se encuentra a la vanguardia de la lucha contra la tiranía. Una forja que parece indestructible, cuyas metas y objetivos trascienden incluso los de las direcciones político partidistas y en cuyo seno deben estar incubándose los liderazgos que asumirán la tarea de reconstruir la república y sentar las bases de la Venezuela que nos merecemos.

 

Han pasado diez años desde aquella mañana en que Enrique Krauze, el intelectual mexicano de mayor relevancia luego de la muerte de su maestro, Octavio Paz, nos reafirmara su esperanza en la gran cruzada que veía asomarse tras la emergencia del estudiantado universitario en el escenario político venezolano. Por cierto, los mismos diez años transcurridos desde el asalto del chavismo al más antiguo y prestigiado canal de la televisión venezolana, RCTV. Motivo y causa de esa súbita y vibrante insurgencia de quienes hasta entonces se habían mantenido al margen de la contienda entre el régimen – a nuestro parecer enrumbado entonces y sin aparentes fisuras hacia lo que el devastador caudillo llamara “la isla de la felicidad cubana” – y las fuerzas opositoras.

“Ustedes amanecen” – me dijo admirativamente, al despedirse. “Y Ustedes, los mexicanos?” – le pregunté. “Entramos a lo más oscuro de la noche” – me replicó sin dudarlo un segundo. La razón de esta aurora y de ese crepúsculo se debía, según el gran historiador mexicano,  a la presencia o a la ausencia del imprescindible sujeto histórico del cambio: la juventud. Lo he contado recientemente y nos reafirmamos en la visión: mientras Enrique Krauze expresa su desasosiego por la oscuridad que se cierne sobre un país profundamente castigado por el eclipse del Estado de Derecho y la proliferación del crimen y las imbricaciones del narcotráfico y la política, sin que hechos tan espeluznantes como el asesinato periódico y sistemático de periodistas que se atreven a denunciar tales hechos delictivos parezca conmover a quienes en el pasado fueron los actores más activos de la resistencia contra esa particular forma de “dictadura perfecta” representada por el PRI – inolvidables los hechos que sacudieran al mundo desde la Plaza de Tlatelolco -, en Venezuela asistimos a una de las más conmovedoras y trascendentales cruzadas contra la opresión y la dictadura, tanto o más hundida en las ciénagas del narcotráfico sostenido por las autoridades civiles y uniformadas que en México, cuya carga más pesada y cruenta es llevada en hombros por una juventud que derrocha generosidad y entrega políticas sin esperar una sola recompensa que no sea la libertad, su máxima aspiración.

Enrique Krauze conocía entonces las posibles derivaciones de ambos fenómenos: la apatía de la juventud mexicana y/o sus compromisos con las trasnochadas y fracasadas políticas derivadas del marxismo leninismo bajo la versión caribeña del castro guevarismo cubano, y el compromiso de nuestra juventud, libre de perniciosas ideologías y ubicada en las antípodas, con aspiraciones profundamente democráticas y liberales. Un fenómeno único en América Latina y posiblemente en el mundo. “Los jóvenes son los grandes ausentes del escenario político mexicano” –  declara en la edición de hoy, lunes 29 de mayo del 2017,  del periódico El País, de España.  Y califica a México de “país en ‘shock” por “la impunidad, la violencia y la corrupción”.

“Habla mucho del papel de los jóvenes” – le pregunta su entrevistador. ¿Qué siente más entre ellos? ¿Hartazgo, desaliento, apatía?”. “ Los jóvenes son una categoría demasiado amplia, porque en México también están los llamados mirreyes, clase detestable que me recuerda a los señoritos satisfechos de Ortega y Gasset” – responde Krauze. “Viven enamorados de sí mismos y borrachos de una vida de excesos cargados a la American Express de sus papás. Pero es cierto, en muchos jóvenes responsables encuentro hartazgo, asco con respecto a la corrupción, incertidumbre. Todas esas actitudes tienen sentido y son explicables. Pero ganas de destrucción, en el sentido de tomar una pistola e irse a la sierra, ánimos revolucionarios, no los veo. Pero sí percibo ganas de tirar todo por la borda, en el sentido de desinteresarse, de no participar, de no creer que tienen un papel que jugar. Y más vale que lo hagan pronto.”

Insisto en destacar las profundas diferencias entre el caso mexicano y el caso venezolano, porque el nuestro es único y absolutamente inédito en América Latina y de muy profundas consecuencias para el futuro de la región. Se ha ido forjando una comunión entre las aspiraciones libertarias de las más amplias masas de nuestra población, en el interior de la república incluso más activa y militante que en las grandes ciudades, y la juventud venezolana, que se encuentra a la vanguardia de la lucha contra la tiranía. Una forja que parece indestructible, cuyas metas y objetivos trascienden incluso los de las direcciones político partidistas y en cuyo seno deben estar incubándose los liderazgos que asumirán la tarea de reconstruir la república y sentar las bases de la Venezuela que nos merecemos.

Sin ese radical y profundo cambio generacional, esa Venezuela no será posible. Contribuir a fortalecerla y prepararla es la obligación de quienes hemos fracasado en su defensa, si bien mantenemos en alto la esperanza en la reconstrucción. Toda vez que esta nueva generación ha crecido y tomado conciencia de su rol histórico sin otra referencia analítica que la dictadura legada por Hugo Chávez y Nicolás Maduro, bajo los cuales nacieran, y que han llevado a sus máximos extremos las taras y lacras que tras dos siglos de un mismo tránsito, unos mismos hábitos y unas mismas costumbres terminaran por desembocar en ellas y devastar la república: el populismo clientelar y caudillesco, militarista y estatólatra, presidencialista y socializante, colectivista y mendicante.

Basta escuchar a algunos de nuestros dirigentes políticos – concejales, alcaldes, gobernadores o parlamentarios – para advertir el ruinoso y oxidado anclaje que muchos de ellos aún mantienen con esas viejas, ya inútiles y trasnochadas certidumbres. Sacudir la conciencia, despertar las ideas, apartar los prejuicios y abrir las mentalidades a los nuevos tiempos bajo nuevos y revolucionarios liderazgos. He allí la tarea a la cual debemos contribuir: abrir las compuertas del futuro y darle libre curso a la Venezuela que nos merecemos.

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