VENEZUELA, LA GRAN FRACTURA

 

Mucho más temprano que tarde, Venezuela se reconstruirá sobre nueva bases. La trágica experiencia pasada servirá de acicate para que surja de las cenizas, como el ave fénix, una nueva República. Una bella empresa que recompensará los años de dolor y sufrimientos. La fractura es el comienzo del fin. Pronto será el fin del comienzo.

 

Antonio Sánchez García

@sangarccs

 

Mientras en Chile la izquierda marxista se deshace de los estorbos de la izquierda democrática, usando de señuelo para deshacerte de Ricardo Lagos a un mediático fantoche electorero recién llegado al asalto del profesionalismo político, en Argentina las tropas del peronismo kirchnerista se aprontan a generar un clima de ingobernabilidad que les permita fracturar al gobierno Macri y volver a la Casa Rosada, en Brasil no descansan los peones de Lula y el Foro de Sao Paulo por impedir se fortalezca un gobierno liberal alternativo al montado por Fidel Castro con el ex sindicalista metalúrgico, asediado por acusaciones de corrupción, en Venezuela se vive el fin de un ciclo histórico que naciera prácticamente al mismo tiempo que la llamada revolución cubana. Una pugna de sesenta años entre dos modelos alternativos que termina con la debacle de un país arruinado, devastado y colonizado por otro que fue absolutamente incapaz de crear una sola riqueza, esclavizando a los mismos millones de almas con las que iniciara su mesiánica promesa milenarista mientras vive de parasitar al país que en sus orígenes fuera  capaz de adelantar la única alternativa posible al castro comunismo cubano: la democracia liberal venezolana.

Sólo los venezolanos y algunas pocas figuras internacionales de relieve, como el Secretario General de la OEA Luis Almagro, y para nuestra desgracia muy pocos de entre los propios venezolanos a cargo de las direcciones político partidistas, son capaces de discernir, analizar y poner de relieve cuatro hechos de inmensa importancia histórica:

 

1)    La llamada “revolución bolivariana”, “bonita” o “socialista del Siglo XXI” se desmorona y desintegra irreversiblemente, dejando en su agonía un reguero de sangre, devastación y miseria sin precedentes, por lo menos desde la llamada Guerra Federal o Guerra Larga, que consumiera en desastres, despojos, tierra arrasada y mortandades sin cuento a Venezuela entre 1858 y 1864. Dicha agonía, fase terminal del fracaso de la izquierda marxista venezolana consumada en medio del robo descarado de billones de dólares, el asesinato de más de trescientos cincuenta mil venezolanos de baja extracción social, la desaparición de todos los ingentes logros de bienestar público construidos durante los cuarenta años de vida democrática – educación, bienestar, cultura, carreteras, servicios hospitalarios y transporte público –  y lo que riza el rizo del absurdo, la pérdida de todo espíritu patriótico nacional y profesional de las Fuerzas Armadas Venezolanas causantes de la gratuita entrega de nuestra soberanía al asalto de las tropas cubanas, que recibieran el país, sus instituciones claves – petróleo, ministerios, cuarteles, notarías, identificación, pasaportes, control policial –  sin disparar un solo tiro, pone de relieve la fractura de esa izquierda, tanto la democrática, que no supo defender su obra y oponerse al desastre, como la marxista, absolutamente incapaz de la más mínima gobernanza, la decadencia de la sociedad que la incubara y el fin de la hegemonía democrática y la imposición de la ideología populista que enmascarada de castrismo sirviera de parapeto al más insólito saqueo de riquezas nacionales del que Latinoamérica tenga memoria desde los tiempos de la conquista.

 

2)    La debacle de las instituciones, las academias, las universidades, los sindicatos, los gremios profesionales y los partidos políticos. De entre los cuales la más asombrosa y llamativa de las hecatombes ha sido la de las fuerzas armadas, convertidas no sólo en el partido político de los asaltantes sino en el sindicato del crimen que facilitó la conversión de gran parte de su estado mayor en cártel mundial de la droga. Para terminar convertidas en el sostén de una satrapía al servicio de la tiranía cubana e instrumento policial de sometimiento, persecución, encarcelamiento y muerte de la disrupción revolucionaria de un nuevo protagonista histórico, la juventud rebelde que ha dado inicio a la más llamativa, efectiva, original y eficiente revolución democrática del Siglo XXI en América Latina.

 

3)    Precisamente: la quiebra de la vieja y decadente hegemonía impuesta por el caudillismo populista y clientelar subordinado a la tiranía cubana, en sus distintos aspectos y funciones, y el nacimiento de un inédito protagonista histórico que, aparentemente de la nada y sin mayor organización, se ha alzado a lo largo y ancho del país para derrumbar todos los obstáculos que le impiden poner en pie una nueva sociedad. Es la que hemos llamado “revolución de febrero”, por haberse iniciado en febrero de 2014 con el llamado a la protesta nacional planteado por parte de Leopoldo López, seguido por María Corina Machado y Antonio Ledezma, quienes articularan lo que dio en llamarse LA SALIDA. La que dando un salto cualitativo y cuantitativo sin precedentes en la historia de Venezuela, hoy mantiene en jaque al gobierno y parece decidida a no cejar en sus intentos hasta terminar por resquebrajar la frágil y acorralada hegemonía castro comunista dominante y desalojar del Poder al gobierno y al régimen de Nicolás Maduro y los invasores cubanos. Estamos ante un poderoso movimiento social articulado en torno a una nueva generación, nacida y crecida bajo las coordenadas de la llamada Quinta República, libre de las viejas taras políticas del compromiso, los acuerdos y la manipulación de las dirigencias tradicionales. Y decidida a arrasar con los enterradores del antiguo sistema de dominación.

 

4)    El fortalecimiento a nivel local y nacional de la Iglesia Católica y el destacado papel de la Conferencia Episcopal Venezolana, que ha sido capaz de dar a luz los más preclaros, precisos y contundentes análisis de la evolución del proceso político social venezolano, convirtiéndose no sólo en una inspiración para la acción de los factores revolucionarios extra o supra partidos sino en el faro que ilumina dichas acciones y posiblemente pase a jugar un rol de primera importancia en la organización y conducción del proceso de transición democrática que cada día parece encontrarse más al alcance de los objetivos de la revolución democrática. Ello ha sido posible a pesar del evidente desencuentro de los obispos venezolanos con respecto a las líneas fijadas por la cancillería vaticana, que sin consideración de los verdaderos propósitos injerencistas, violentistas e imperiales de la presencia cubana en Venezuela y la absoluta subordinación del gobierno de Nicolás Maduro a las determinaciones fijadas por Raúl Castro y el Estado cubano, insiste en auspiciar un diálogo a todas luces tramposo e inconducente. Como lo reafirma constantemente el cuerpo del arzobispado venezolano, anulando el principal recurso de sobrevivencia del régimen, auxiliado por el ex presidente español y sus aliados de la Internacional Socialista.

 

Si a nivel nacional  se alcanza una fractura entre el pasado y el presente de todos sus valores, certidumbres y aspiraciones, que alcanza una dimensión histórica que conducirá inexorablemente al nacimiento de una nueva república para Venezuela, la situación venezolana no encuentra a nivel internacional un eco de comprensión y acción políticas cónsonas con la magnitud del desafío planteado. Se ha producido un décalage, un desface crítico entre Venezuela y el resto de las naciones y gobiernos de la región, que siguen analizando y valorando nuestra situación con viejas y añejas certidumbres y cartabones. Como ha sido característico entre nuestra historia y la del resto de la región. La inmensa, la compleja y estructural crisis cíclica, histórica, política y social venezolana se la observa como una crisis de gobierno, grave pero manejable en el marco de una diplomacia de entendimientos. Como por cierto fuera considerada por la propia oposición venezolana hasta los hechos de lo que he llamado “la revolución de febrero”. Para ella, tanto el de Chávez como el de Maduro no habrían sido gobiernos con pretensiones totalitarias decididos a imponer una tiranía castro comunista en Venezuela, sino simplemente “malos gobiernos” tradicionales. Un tabú de graves consecuencias ha impuesto el desconocimiento, el  silencio o directamente la complicidad acerca del papel desestabilizador y sobre determinante que ha pretendido imponer la tiranía cubana desde su nacimiento sobre la región, verdadero antagonista y enemigo principal de nuestra democracia durante cuarenta años y de la ahora emergente revolución democrática. La invasión de un poder extranjero es tratado como un asunto de menor cuantía que ni siquiera merece ser discutido a nivel de las cancillerías latinoamericanas. Ni muchísimo menos en el Departamento de Estado o en el Vaticano, principales factores internacionales que optaran ya desde abril del 2015 por favorecer la apertura de los Estados Unidos a Cuba y menospreciar la trágica situación en que quedaba Venezuela, dejada al libre arbitrio del régimen cubano. La visita de Francisco a Cuba y el apretón de manos de Obama con Raúl Castro ocultaron la dependencia colonial de una democracia fracturada y abandonada a su suerte. Una trágica situación de abandono aún imperante en Washington, a pesar del cambio de gobierno, y en Roma, a pesar del activo papel de  nuestros arzobispos en  defensa de nuestras libertades democráticas.

 

 

La suerte está echada. La fractura que aqueja al régimen recién comienza y ya es de graves proporciones. El rol asumido por la Fiscal Luisa Ortega Díaz y el rechazo al proyecto constituyente de parte de algunos magistrados de la Corte y diputados pertenecientes al PSUV dejan entrever un descalabro que ya es imparable. La decisión de avanzar hasta desalojar al régimen ha terminado por soldar las fuerzas opositoras, más unidas que nunca. La decisión de abrirse a los sectores que comienzan a desgajarse del árbol de las tres raíces  es lógica y necesaria. Ante la trascendencia del envite, unir todas las fuerzas patrióticas es un imperativo categórico. Mucho más temprano que tarde, Venezuela se reconstruirá sobre nueva bases. La trágica experiencia pasada servirá de acicate para que surja de las cenizas, como el ave fénix, una nueva Venezuela. Una de las más bellas empresas que parecen querer recompensar los años de dolor y sufrimientos. La fractura es el comienzo del fin. Pronto será el fin del comienzo.

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