La fábrica de ciudadanos: programa bandera de la democracia venezolana futura

Por

Gustavo Coronel

En visita que hiciera el premio Nobel de economía Douglass North a Venezuela, hace ya muchos años, nos dijo algo que nunca he olvidado: La leyes, las constituciones son importantes pero lo fundamental para el éxito o el fracaso de una sociedad es la actitud de sus miembros.,

Pocas sociedades como la venezolana ilustran la sabiduría de estas palabras. Después de 27 o 28 constituciones y a pesar de  la existencia de una selva de leyes la sociedad venezolana se ha debatido por años ya entre la anomía y la guerra civil. Hoy en día la sociedad venezolana se ve forzada a defender una constitución muy imperfecta, promulgada hace menos de 20 años, de un intento grotesco de cambiarla por otra a ser redactada por un lumpen de ladrones, adulantes y semi-analfabetos.

 Cuando De Tocqueville visitó a los Estados Unidos se maravilló de la armonía social reinante y comentó que ella no se debía a la calidad de las leyes tanto como a lo que denominó “los hábitos del corazón”. Es decir, las costumbres y actitudes de su gente: frugales, industriosos, religiosos, de gran solidaridad social, de acentuada confianza en los demás. Era, en breve, un país de buenos ciudadanos, no de tribus aisladas o de individuos rapaces, cada quien tratando de obtener ventajas de los demás.

Si hay un ingrediente mágico que la sociedad venezolana requiere para su progreso es pasar de ser un gentío a ser un país de buenos ciudadanos activos. Ser un buen ciudadano activo es más que ser simplemente un buen ciudadano. El buen ciudadano a secas es alguien que no hace nada malo pero tampoco posee una actitud pro activa en favor de la comunidad. Hace años sugerí que en Venezuela la población se dividía en una mayoría de buenos ciudadanos pasivos, con una minoría de buenos ciudadanos activos y un porcentaje relativamente alto de gente indiferente y de criminales. Para ilustrar el problema podemos suponer que la sociedad venezolana se compone de un 60% de buenos ciudadanos pasivos, de un 20% de buenos ciudadanos activos y de un 20% de un lastre de gente indiferente y hasta criminal.

Si esta distribución es aproximadamente correcta, ¿como podríamos mejorar la calidad de nuestra sociedad a fin de garantizar su progreso? Mi respuesta es: convirtamos la mayor cantidad posible de buenos ciudadanos pasivos en buenos ciudadanos activos. Este debe ser nuestro negocio medular, así como para PDVSA debería ser producir petróleo, no importar pollos.

Por supuesto, esto se dice fácil pero es una tarea difícil para la cual no hay atajos. Pero hay que hacerla y no se ha hecho.  Pienso que hacerla debe ser uno de los programas bandera de un nuevo gobierno democrático. No es lo único que habrá que hacer en Venezuela pero es una de las tres o cuatro  tareas más importantes que deberemos enfrentar.

Y ¿cómo hacerla?

UNA FÁBRICA DE CIUDADANOS ACTIVOS

Una tarea de esta naturaleza es de naturaleza educativa. Requiere un período de tiempo que claramente excede los límites de un ciclo presidencial de cinco años por lo cual debe ser un programa que sea acordado por las diferentes tendencias políticas democráticas que existan en el país. Estimo que sus plenos frutos se verán en unos 20 años, es decir, necesitará continuidad durante un mínimo de cuatro gobiernos.  Se trata de establecer una “fábrica de ciudadanos activos” en las escuelas venezolanas. No re-editar el esfuerzo tibio de lo que se llamó “Educación Cívica”, hoy prácticamente desparecido de nuestro sistema educativo debido a la apatía de los mismos maestros, sino un programa de Educación Ciudadana que en todo sentido tenga tanta jerarquía y disciplina en su aplicación como la enseñanza del idioma o de las ciencias. Este programa debe comenzar desde el primero o segundo año de primaria y continuar por todos los años de formación del  niño/joven, hasta su salida de la universidad.

En la década de los 90 una pequeña ONG que fundé, llamada Pro Calidad de Vida, llevó a cabo un programa de este tipo en pequeña escala en algunas escuelas de Caracas. Fue planificado por un pequeño grupo de esa organización, cuyos nombres he mencionado en otras oportunidades, con la ayuda de estudiantes universitarios voluntarios, entrenados por nosotros para ser tutores. Llegamos a tener unos doce mil niños en el programa. Lamentablemente no pudimos continuarlo o  evaluarlo debidamente por la llegada de Hugo Chávez al poder y la negativa del nuevo régimen a permitir nuestra presencia en las escuelas. En ese programa se hablaba con los niños de conceptos tales como buena ciudadanía,  solidaridad,  uso eficiente del tiempo,  la manera de manejar un presupuesto familiar, la ética, la responsabilidad, derechos y deberes ciudadanos, es decir,  de todos aquellos ingredientes que caracterizan a un buen ciudadano activo. Recuerdo que muchos padres se acercaron a nosotros para preguntarnos si ellos también podrían recibir esas clases.

Pienso que un programa de estas características, llevado a la jerarquía de un programa bandera de los gobiernos democráticos, con la ayuda de organismos nacionales e internacionales, de largo aliento, no politizado, podrá generar en un período mínimo de 20 años toda una nueva generación de venezolanos, con actitudes más constructivas, quienes hayan aprendido a remar juntos en la misma dirección a pesar de sus diferencias ideológicas o de pertenencia a diferentes estratos sociales. Por supuesto, sería un programa que nunca deberá terminar.

Venezuela requiere una masa crítica de buenos ciudadanos  activos para salir del foso y esta es, no veo otra, la mejor vía para hacerlo. No es una vía rápida porque las vías rápidas en educación no existen, véase el desastre de la universidad bolivariana. Pero le daría a los venezolanos del futuro el ingrediente que nos recomendara Douglass North: una actitud propicia para el progreso social.

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