La unidad, nuestro imperativo categórico

Venezuela, la moribunda, intenta renacer de sus ruinas. Un proceso difícil, complejo, arduo y doloroso, pero indetenible. Requiere desalojar a la dictadura. Y para ello, acelerar su desgaste y dividir sus fuerzas. Uniendo todas las nuestras – de un extremo al otro -, sumando aquellas que se vayan desgajando de la matriz dictatorial y dándoles a todas ellas una dirección única, fuerte y amplia. En su marcha sufrirá accidentes, contratiempos y retrocesos. El sendero es de espinas, no de rosas. De su superación dependerá el éxito. De su fracaso, la desaparición de la República. Unámonos como un solo hombre para lograr la supervivencia de Venezuela. Es nuestro imperativo categórico.

Antonio Sánchez García

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@sangarccs

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            ¿Cuenta hoy Venezuela con políticos a la altura de las graves circunstancias por las que atravesamos, que sean verdaderamente aptos y capaces como para enrumbar la nave del Estado por el proceloso mar de nuestros naufragios? ¿Cuenta con los militares capaces de defender la integridad de la República y proteger su soberanía ante el acoso de un invasor extranjero? ¿Cuenta con un pueblo capaz de imponer sus anhelos y esperanzas frente a esos políticos, esos militares y esos invasores? ¿Aún existe Venezuela?

            Son tres preguntas cruciales y una definitoria que las resume a todas, de cuyas respuestas depende no sólo la eventual resolución de la crisis que nos agobia, sino la sobrevivencia misma de la República. ¿Cuenta Venezuela, hoy por hoy, con los medios, los hombres, el pueblo y la cultura ciudadana como para reafirmar su identidad en el concierto de las naciones y reclamar sus derechos a ser considerada apta para mantener su presencia en los distintos foros internacionales, comerciar e intercambiar experiencias con sus vecinos, hacer valer su presencia en el concierto mundial, representar las aspiraciones y anhelos de una comunidad única e intransferible de historia, tradición y cultura de más de cinco siglos llamada Venezuela? ¿Incluso meritoria como para ser asistida  militarmente por sus aliados en su esfuerzo por expulsar las tropas invasoras y llevar a La Haya a los cómplices de sus violadores? Pues la región y el mundo deben entenderlo: Venezuela está sufriendo la invasión de Cuba y un gobierno satélite, cómplice y homicida, como en su momento Austria, Polonia y Hungría por los nazis. Con su saldo de muerte y devastación.

            Séame permitido señalar que la sola formulación de dichas interrogantes, que en cualquiera de los países de la región provocarían un escandaloso revuelto pues ellas ponen en duda la existencia misma, plena y categórica de la Nación, en esta quebrantada comunidad y a lo largo y ancho de este territorio llamado Venezuela ya no escandalizan a nadie. Pues son muy pocos los que se atreverían a rechazar el derecho a formularlas. ¿Cómo no habría de ser así, si la autoridad máxima de su judicatura, un Tribunal Supremo de Justicia improvisado a la carrera e impuesto a última hora  violando todas las normas constitucionales por un gobierno derrotado en las urnas,  niega la existencia de la Asamblea Nacional; la Asamblea Nacional, en ejercicio de todos sus derechos constitucionales niega la existencia de un legítimo presidente de la República; ese presidente de la República niega la existencia y validez de la Constitución Nacional, urgiendo a parir otra cortada a la medida de su satrapía; las fuerzas armadas avalan la invasión del país por fuerzas armadas cubanas y sus ejércitos se prestan a cederles todos los espacios de su soberanía, incluso sus cuarteles, mientras persigue, reprime, aplasta y asesina a su propio pueblo que reclama una respuesta categórica a todas dichas preguntas. ¿No es un panorama aberrante, jamás visto en nuestra región y en el mundo sólo tras la invasión y ocupación de Europa por los nazis?

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No son preguntas fútiles ni banales ni surgen de un análisis tremendista y teleológico. Ellas cuentan, además y para reforzar su vigencia, con precedentes trágicos: a la llegada de las tropas guerrilleras de Fidel Castro a La Habana tras la rendición de los ejércitos regulares y su asalto al poder en 1959 se cumplieron afirmativamente esas mismas interrogantes y Cuba dejó en pocas horas de existir como República. Sus políticos, sus soldados, su pueblo y Cuba misma, dejaron de existir. Lo que sobrevivió fue un gigantesco campo de concentración, que pronto cumplirá sesenta años de existencia. La constitución dejó de existir. Un tirano desplazó, aherrojó, expulsó o asesinó a toda su clase política. Un ejército mercenario al servicio del tirano desalojó para siempre a las fuerzas armadas cubanas. Un pueblo diligente, talentoso, alegre y emprendedor se degradó hasta la esclavitud. El pasado desapareció para ser reescrito desde cero en una hoja en blanco, desapareciendo de sus anales la obra de quienes, como el gran historiador Manuel Moreno Fraginals, guevarista de la primera hora, se vieran obligados a huir y asilarse en los Estados Unidos. Nadie se formuló las preguntas, nadie obtuvo las respuestas. Sobre la tragedia de un pueblo al que se le había extirpado el alma y el recuerdo, se montó una farsa que es, para nuestra infinita desgracia, la que se ha devorado a la que fuera la Venezuela heroica de nuestros libertadores, de una sola zampada. ¿Terminará devorándosela del todo, o en un acto de heroica autodefensa las fuerzas que sobreviven al asalto de la barbarie, la infamia y la traición, herederas del ejemplo de nuestros padres de la Generación del 28,  como Rómulo Betancourt,  lograrán aplastar la satrapía, ponerle coto a sus ejércitos, desalojar a los invasores y permitir la reconstrucción de la República?

            La lectura de dos informaciones transmitidas por la red demuestran no sólo la pertinencia de formular las preguntas referidas, sino que adelantan las respuestas. ¿Cuenta Venezuela con una clase política a la altura de las circunstancias en medio del que tal vez sea el momento más amargo de su historia? ¿Cuenta con una élite crítica capaz de superar la esterilidad del rechazo, ese monstruo que se alimenta devorándose sus entrañas, y aventurarse por el ámbito desconocido de entendimientos imposibles? Sin confundir, desde luego, la negociación con el trueque, ni los acuerdos con las complicidades.

            La lectura de un artículo de un ex alto oficial venezolano, en el que reafirma que en todas las crisis venezolanas han tenido participación activa los ejércitos venezolanos – como si su función fuera participar en dichas crisis, lo que no constituye en absoluto su función constitucional –  me adelanta la segunda respuesta a la pregunta ¿cuenta Venezuela con soldados a la altura de las circunstancias? Si existen, se encuentran manifiestamente acuartelados en la más estricta apatía y el más ensordecer silencio. Los efectivos de la GNB y sus cómplices, los hampones de los Colectivos, han asesinado más de setenta jóvenes venezolanos en un lapso apenas mayor de dos meses. Y seguramente reforzados por mercenarios cubanos, de cuya existencia ninguna alta autoridad miliar puede hacerse la desentendida,  han comenzado a incendiar vehículos, viviendas y edificios, asaltar negocios, manifestantes y transeúntes, golpear de manera inclemente y asesinar a jóvenes manifestantes al extremo que obligan a que el responsable mayor por estos crímenes y desmanes, el propio ministro de la defensa, se avergüence y los llame al orden. Sin que al parecer nadie considere su reclamo digno de la menor atención. Las FANB han descendido al nivel de la barbarie de las mesnadas de Boves y Antoñanzas. ¿Hemos alcanzado el grado de la anti resiliencia? ¿Se prohíbe el entendimiento? ¿Se prohíbe pensar?

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           Un elemental cálculo de probabilidades permite suponer que deben existir tales soldados, cuya decencia heredada o transmitida por valores familiares les haya permitido resistirse a la pudrición general y constituyan un silencioso reservorio de honorabilidad. Y que por razones institucionales o de elemental sobrevivencia física hayan guardado silencio ante tanta inmundicia. ¿Existen? Si así fuera, ¿romperán su silencio y se atreverán a intervenir en contra de quienes destruyen la República? ¿O ante su aberrante complicidad con la disgregación y el estrangulamiento de nuestra República deberemos recurrir al auxilio de fuerzas armadas amigas de la democracia venezolana y la libertad demandada a gritos por la inmensa mayoría de sus ciudadanos?

             La única clave definitoria de esta trágica situación se encuentra en la tercera pregunta: ¿cuenta Venezuela con un pueblo capaz de enfrentarse a los políticos y militares traidores, asumir sus asuntos en propias manos y resolver la grave crisis terminal que sufrimos? ¿Existe ese pueblo y posee la fuerza suficiente como para hacer valer su soberanía?

             La respuesta está en las calles desde hace más de dos meses. Soportó estoica y silenciosamente durante diecisiete años la manipulación, el chantaje y las desviaciones de sus dirigencias, siguiendo con lealtad y compromiso lo que sus representantes de uno u otro sector pidieran de ella: fue a votar una y otra vez hasta vencer en diciembre de 2014 el fraude y demostrar su poder mayoritario obteniendo la mayoría calificada de la Asamblea Nacional a la espera del cumplimiento de las tres promesas que sus candidatos le hicieran: 1) liberar a todos los presos políticos; 2) desalojar a Nicolás Maduro; 3) establecer un gobierno de transición nacional capaz de resolver los más ingentes problemas que lo aquejan: inseguridad, hambre y enfermedades. Exigencias todas de irrecusable vigencia.

            Ante el incumplimiento de dichas promesas y los feroces ataques de la dictadura contra la Asamblea y la Constitución democrática, ese pueblo se creció hasta la altura de sus dificultades y decidió poner en acción los dos artículos de la constitución que le garantizan el derecho al desconocimiento de quienes la violan y la rebelión contra quienes le usurpan su voluntad soberana. Del seno de ese mismo pueblo ha surgido una nueva dirigencia política capaz de insurgir y rebelarse, para lo cual, además de contar con el respaldo legítimo de la Constitución Nacional cuenta con el apoyo indeclinable de la Conferencia Episcopal Venezolana y la Iglesia en pleno. En el furor de la acción, finalmente se ha consolidado una férrea unidad de todos los factores políticos, aparentemente de regreso de todos los fracasos anteriores, decididos a no dejar la calle ni cejar en sus luchas hasta obtener el respaldo internacional, logrando el aislamiento y acorralamiento de la dictadura y provocar su caída final. Y esa inmensa masa crítica de millones y millones de venezolanos de toda suerte, raza, clase social, edad y condición, terminará necesariamente por generar las bases para la reconstrucción de la República, crear una nueva clase política, hacer germinar del interior de las fuerzas armadas los componentes éticamente capaces de cambiarles su sellos y sus taras, sus vicios y sus traiciones.

            Y uno de sus efectos más importantes ha sido romper la aparente unidad política de los factores institucionales de la dictadura. ¿Nos negaremos a comprender la dramática importancia de dicha ruptura? Enceguecidos por nuestra memoria negativa ¿nos negaremos a compartir la primera de sus y nuestras propuestas, a saber: rechazar e impedir la realización de un evento que viola todas las disposiciones constitucionales y pretenda entronizar un régimen tiránico que termine por sepultar lo poco que nos va quedando de nuestra Venezuela?

Venezuela, la moribunda, intenta renacer de sus ruinas. Un proceso difícil, complejo, arduo y doloroso, pero indetenible. Requiere desalojar a la dictadura. Y para ello, acelerar su desgaste y dividir sus fuerzas. Uniendo todas las nuestras – de un extremo al otro -, sumando aquellas que se vayan desgajando de la matriz dictatorial y dándoles a todas ellas una dirección única, fuerte y amplia. En su marcha sufrirá accidentes, contratiempos y retrocesos. El sendero es de espinas, no de rosas. De su superación dependerá el éxito. De su fracaso, la desaparición de la República. Unámonos como un solo hombre para lograr la supervivencia de Venezuela. Es nuestro imperativo categórico.

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