¿POR QUÉ NO BAJAN LOS CERROS?

Antonio Sánchez García

@sangarccS 

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            Leo en la revista NUEVA SOCIEDAD, de la Fundación Friedrich Ebert, anexa al Partido Socialista Alemán, que se edita en Buenos Aires,  una entrevista con el sociólogo Alejandro Velasco, profesor auxiliar de la Universidad de Nueva York, especialista en Venezuela,  en que intenta explicar “por qué no bajan los cerros”. Y las graves falencias que de ello se deriva, según su peculiar visión de la crisis de excepción que vive Venezuela, para el campo opositor. Con el que, manifiestamente, el profesor Velasco no simpatiza. Siendo la oposición venezolana, como parece, una de las cobayas de su laboratorio experimental de ciencia política. Lo que tampoco significa que esté de acuerdo con el régimen de Nicolás Maduro, como corresponde a un sociólogo “correcto”. Vale decir: neutral in partibus infidelis. El se pretende un observador imparcial. Al extremo de rechazar las posiciones del Secretario General de la OEA, Luis Almagro, al que descalifica con un olímpico desprecio muy propio de quien ve los toros desde el escritorio de una bien remunerada cátedra universitaria de un país que jamás ha vivido una crisis de excepción: “En esta oportunidad, esta dinámica” – de radicalización – “ha sido alentada de manera acentuada y –estoy convencido– irresponsable, por voces como la del secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, cuyas declaraciones llegan a sonar más fuertes que las de la propia oposición.” Clásico ejemplo del investigador social que intenta ser “correcto”, de esos que según lo expresara Marx en la ideología alemana creen que los hombres no flotan porque no se les ocurre, y que la crisis venezolana no es cuestión “de la cosa misma” como diría Hegel, sino un pervertido producto del fanatismo, el inmediatismo y el delirio de gentes malsanas como el Secretario General de la OEA y los integrantes radicalizados de la MUD. Desde luego, debe pertenecer, como buen analista socialdemócrata, a la quinta del Sr. Rodríguez Zapatero y consortes e imagino que está de acuerdo con que no se aplique la Carta Democrática de la OEA a un régimen que, seguramente, no considera dictatorial. Y cuya tragedia ha de parecerle producto de sus irresponsables protagonistas. De lado y lado, como solían decir los neutrales del conflicto. Como en la de Obama y en las de la familia Clinton, en la cabeza del Sr. Velasco tampoco caben malos pensamientos derivados de una mal intensionada comprensión del castro comunismo.  El de Maduro sólo ha de parecerle un mal gobierno, frente al que, tal como lo sostienen Rodríguez Zapatero, Martín Torrijos y Leonel Fernández, quienes en perfecta consonancia con Obama y el Papa Francisco se han dedicado a proteger al gobierno de Raúl Castro y a sofrenar las protestas de la oposición venezolana, la única salida es el diálogo.

Parte nuestro analista in partibus del supuesto suficientemente discutido por ciertos sectores críticos que no terminan  de alinearse en esta guerra que, según lo ha declarado esta misma tarde el Sr. Maduro, “de no ganarse con votos se ganará con armas”, que sin la intervención definitoria “de los cerros”, no habrá cambio en Venezuela. Ni siquiera se ha enterado de la impetuosa intervención que ellos están teniendo en el rechazo militante y combativo de los sectores populares hasta hace meses cercanos al gobierno de Nicolás Maduro en la exigencia por su desalojo. Frente a lo cual me cabe una reflexión necesaria, supuesto el caso de que el rechazo al régimen no rondara ya el 85% de la población venezolana: ¿requieren las fuerzas directrices de una sociedad pedirle permiso “a los cerros” para liberarse?

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Es propio del “correctismo político”, tan a la moda desde la victoria de Barak Obama y la graciosa concesión de Nobel de la Paz a quien hasta entonces no había hecho un solo merecimiento, salvo desbancar a sus antagonistas políticos al interior del Partido Demócrata, tomar los males por bienes y los bienes por males. Creer, como sucede con la homeopatía, que en el mal puede encontrarse la fórmula para dar con el bien y que el tumor puede ser activado positivamente para su erradicación. De allí la instrumental política de las pinzas: no tocar a los verdaderos enemigos de la libertad ni con el pétalo de una rosa. Que a ellos más se les vence con concesiones, complicidades y connivencias que con antagonismos. De allí el “buenismo” – ese tibio, pusilánime y nefasto correlato del correctismo –  con que los funcionarios políticamente correctos que pueblan los despachos de las dirigencias de la socialdemocracia europea y los demócratas norteamericanos se aproximan a los síntomas de graves males, errores y desajustes de políticas públicas y el horror que manifiestan ante las únicas formas de resolver las enfermedades: enfrentándolas sin tapujos y con remedios que no suelen ser gratos. Pues estemos claros: ninguna enfermedad se cura milagrosamente ni es mejor que la sanidad ni ningún remedio es mejor que no necesitarlo. Un ejemplo fatal que nos ha traído a estos andurriales: la sumisión de Obama, Rodríguez Zapatero y sus consortes de la Internacional Socialista ante los Castro. Una de las razones que trajeran a Trump a la Casa Blanca. Y sirviera indirectamente a la entronización de la dictadura venezolana, ante cuyos desafueros prefirieron taparse los ojos.

            Ahora resulta que de ser síntoma de la grave enfermedad del subdesarrollo que afecta a Venezuela, “los cerros” – además de ser el caldo de cultivo de las peores lacras que afectan a la república: la delincuencia, la miseria, la incultura, siendo al mismo tiempo y contradictoriamente la principal víctima de esas mismas lacras :- ¿medio millón de asesinatos bajo el gobierno “políticamente correcto” que vino en auxilio “de los cerros” y terminó multiplicándolos a la enésima potencia? – se convierten en la clave de la resolución de la espantosa crisis de excepción que vive Venezuela. Precisamente: por el uso demagógico, clientelar y mafioso que hicieran Castro, Chávez y el chavismo de los cerros para asaltar el poder y contar con una base social de respaldo suficientemente poderosa como para instaurar un régimen dictatorial y totalitario en Venezuela. El viejo sueño iniciático de Fidel Castro: apoderarse de Venezuela para apoderarse de América Latina. Que la clase obrera organizada lo rechazó desde su mismo asalto al poder. Algo que nuestro analista posiblemente no sepa: un vínculo entre el proyecto castro comunista de Hugo Chávez y los cerros que sólo pudo realizarse mediante la descarada corrupción y compra de conciencias y el clientelismo populista más desaforado, pues los cerros no iban pasar por el aro del marxismo leninismo sin verle, como se dice en el lenguaje popular venezolano “sin verle el queso a la tostada”.. Su compromiso comenzaba cuando se le atosigara con dinero y se acababa automáticamente en cuanto explotara la crisis económica. Como en efecto. No es marxismo: es manguangua.

            El correlato sociopolítico que viene en auxilio del analista que se hace a la tarea de reivindicar “los cerros”, como si la extrema pobreza y la miseria que en ellos imperan fueran valores positivos a ser ensalzados, y no la extrema expresión de la enfermedad terminal que nos afecta, resulta lógico: conmoverse y dar por buena, santa y deseable la pobreza de la pobresía – “ser pobre es bueno, ser rico es malo” decía Chávez, mientras acumulaba cuatro mil millones de dólares que hoy descansan en la cuenta de su hija María Gabriela – y relativizar y minimizar la importancia relevante del más que legítimo liderazgo emancipador “del llano”. Digamos: de las clases medias que han asumido la vanguardia en la lucha por la libertad, un valor más que relativo si se le ve desde las alturas “de los cerros”. Sectores hasta ahora muy relativamente a salvo del abrumador peso de la crisis humanitaria provocada e inducida por quienes han hecho de los cerros su principal clientela y baluarte de estrategia y táctica políticas, mientras han evaporado alrededor de trescientos mil millones de dólares, hundiendo a la sociedad potencialmente más rica de la región en la más misérrima. Una gracia muy propia del comunismo venezolano. Pero profundamente solidarias precisamente con quienes más sufren de la crisis humanitaria: los cerros. Pues los sectores que llevan el fardo de las reivindicaciones políticas y sociales en la lucha contra la tiranía que, por cierto, se afincó en el tumor canceroso de los cerros, precisamente por no estar aplastados por la cultura cerril y poseer los instrumentos culturales emancipadores, se ven obligados no sólo a defender la democracia como su natural forma de vida, sino de paso hacerlo en defensa “de los cerros”. Obviamente, no para “cerrilizar” la sociedad, como lo han querido el marxismo y todos sus experimentos, si bien bajo un concepto mucho más tecnocrático, como el de “proletarizar” la sociedad y la cultura, sino para terminar con la pobreza urbanizando la barbarie. Magnífico ejemplo nos están dando en ese sentido la Iglesia venezolana y las universidades. Además de todos los gremios profesionales, artesanales y laborales que articulan el grito liberador que resuena en las calles de Venezuela. Con la única, sola y ominosa excepción de las fuerzas armadas, corrompidas hasta la médula de sus huesos y al borde de un estallido auto mutilador. ¿Han de sofrenar su empuje contra la dictadura mientras no logren el respaldo absoluto y total de “los cerros”?

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            No es ocioso un acápite aclaratorio respecto del papel de las clases sociales en los procesos de cambio revolucionarios. Así disguste a los buenistas, los progres y correctos de todo color y pelaje: la libertad y el progreso, incluso las revoluciones dizque proletarias, no han sido obra de los sectores más deprimidos y depauperados de la sociedad. El lumpen proletariado, que llamaba Marx, y que, en tanto concepto de su economía política, es el que más se aproxima al de “los cerros”. Han sido obra impulsada por minorías acomodadas, burguesas, cultas, educadas y perfectamente resueltas económicamente. Ni Marx, ni Engels, ni Lenin, ni Mao ni muchísimo menos Fidel Castro, procedían “de los cerros”, de los bolsones de miseria de sus sociedades. O actuaban acicateados por el hambre y la pobreza, así vivieran, como Marx, las dolorosas penurias debidas a su fractura originaria respecto de sus universos sociales, incluso aristocráticos. Todos ellos fueron directamente burgueses o pequeño burgueses, miembros consentidos de familias pudientes, incluso latifundistas y terrófagos, como los Castro. “Las revoluciones profundas fueron hechas siempre por opulentísimos aristócratas. No, señores; no está en la esclavitud, no está en la miseria el germen de las revoluciones; el germen de las revoluciones está en los deseos sobreexcitados de las muchedumbres por los tribunos que la explotan y benefician.” Desde que Juan Donoso Cortes expresara estas palabras en las cortes españolas, en febrero de 1849, no he encontrado hechos que las refutaran. Antes, muy por el contrario, he vivido hechos que las refuerzan. Desde la soviética en adelante, todas las revoluciones, incluidas las de Hitler y Mussolini, fueron pensadas, ingeniadas, puestas en práctica y dirigidas por minorías decisionistas y voluntariosas, cultas y educadas. Como no podía ser menos en nuestro caso. Chávez llega al poder aupado, financiado y alebrestado por las clases altas y medias venezolanas, irritadas por el costo que implicaba la sinceración económica llevada adelante por Carlos Andrés Pérez y las perspectivas de adelantar un proyecto que torpedeara el mercantilismo que las nutría. No fueron los cerros los que llevaron a Chávez al poder. Y muy posiblemente no serán los cerros los que fracturen y hundan su régimen. Serán las vanguardias políticas, hoy en lucha, perseguidas o encarceladas.

            Lo cual no obsta para que, a despecho de los analistas que esperan, creen o descreen de la posibilidad que bajen los cerros, los cerros no hayan comenzado a bajar de manera arrolladora. El 85% que se opone de manera activa y militante, incluso con odio e indignación contra el régimen y sus fuerzas armadas a lo largo y ancho del país, en todas las ciudades, aldeas y poblaciones hasta paralizar al país, como han logrado paralizarlo y lo seguirán haciendo, sin visos de mermar en su ofensiva, provienen de todos los sectores sociales. Si ese 85% fuera acomodado, Venezuela sería Suiza. Otra cosa es esperar que, violando la grandeza política impuesta a sus acciones por el liderazgo democrático, la oposición propague Caracazos.

            Que nadie espere motines de saqueo y barbarie como el Caracazo. Ésta es una auténtica revolución democrática, no una carnicería del asalto de la marginalidad y la delincuencia organizada. Salvo en esas esporádicas explosiones de saqueos propiciados por el régimen y orquestados por los colectivos, la oposición venezolana ha alcanzado un nivel de conciencia y madurez política verdaderamente admirables. Un buen comienzo para comenzar a superar la cultura de la pobreza que reina en los cerros. Y del cual los mártires de nuestra pobresía son más que un síntoma de futuro.

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