PAPAS PARALELOS

Antonio Sánchez García

Twitter:

@sangarccs

            “Pacelli creía que sólo se podían obtener éxitos mediante la diplomacia papal. El sistema de concordatos condujo, a él y al Vaticano, a alejarse de la democracia y del sistema parlamentario… Se suponía que los gobiernos rígidos, la rígida centralización y los tratados rígidos abrirían una era de orden estable, de paz y tranquilidad.

HEINRICH BRUNING, canciller alemán (1930-1932)

            Leo un libro, a mi parecer de lectura obligada, altamente recomendable en una época de graves turbulencias políticas, fin de ciclos históricos y nuevos escenarios globales, frente a los que también hoy se verifica la emergencia de una activa, distinta e inédita diplomacia papal, como la que se viviera al ascenso al papado a comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en 1939, del Cardenal Eugenio Pacelli, que pasaría a la historia del Siglo XX como Pío XII. Lo escribió un renombrado periodista, escritor, historiador y académico inglés, John Cornwell, lo tituló El papa de Hitler. Historia secreta de Pio XII. Y causó verdadera conmoción al cuestionar la pretendida neutralidad papal y desvelar los antecedentes políticos de un muy reprobable alineamiento del Vaticano con las sórdidas y horrorosas políticas del nazismo alemán, una de cuyas más alucinantes tragedias, el Holocausto,  terminaría con el asesinato de seis millones de judíos europeos, y frente al que Pio XII guardara un discreto y ominoso silencio. Dando pábulo a que medio siglo después se lo considere “el papa de Hitler”.

            El libro mismo es producto de una historia no por insólita y sorprendente menos importante: acuciado por algunos de sus alumnos del seminario de la Universidad de Cambridge, entre ellos una catalana que guardaba el atroz recuerdo del papel jugado por la iglesia y el papado en la tragedia de la guerra civil española, se empeñó Cornwell en profundizar en la investigación sobre el tema, pudo contar con los archivos vaticanos desclasificados y ser auxiliado en su empresa por algunos jesuitas. He aquí el comentario de Cornwell al respecto: “A mediados de 1997, cuando me aproximaba al fin de mi investigación, me encontraba en un estado que sólo puedo calificar de shock moral: el material que había ido reuniendo, que suponía la investigación más amplia de la vida de Pacelli, no conducía a una exoneración, sino por el contrario a una acusación aún más grave contra su persona. Analizando su carrera desde comienzos de siglo, mi investigación llevaba a la conclusión de que había protagonizado un intento sin precedentes de reafirmar el poder papal, y que ese propósito había conducido a la Iglesia católica a la complicidad con las fuerzas más oscuras de la época. Encontré́ pruebas, además, de que Pacelli había mostrado desde muy pronto una innegable antipatía hacia los judíos, y de que su diplomacia en Alemania en los años treinta le había llevado a traicionar a las asociaciones políticas católicas que podrían haberse opuesto al régimen de Hitler e impedido la Solución Final.”

            El antisemitismo y su política claramente favorable al régimen nazi desde que siendo el nuncio apostólico del Vaticano en Múnich auspiciara y estableciera el concordato con Alemania bajo el gobierno de Adolf Hitler, no han sido un secreto para quienes se han interesado en el tema. Inédito en el acucioso trabajo de Cornwell es la tenacidad con que indaga en las fuentes y trata de dilucidar ese hecho siguiendo el perfil personal, familiar y social del joven sacerdote romano desde su mismo nacimiento. E incluso antes, siguiendo la génesis de su pensamiento en Pio Nono, a quien se deben dos líneas estratégicas de acción política de inmensa trascendencia en el diseño de las políticas futuras de la Iglesia católica frente al fenómeno: de una parte, el rechazo categórico a toda apertura de la iglesia a la modernidad, tal como se expresa en el llamado Sylíubus de errores (1864), en el cual Pio Nono denunció ochenta corrientes de pensamiento «modernas», entre las que se encontraban el socialismo, la francmasonería y el racionalismo. En la octogésima proposición, como resumen general, declaraba un grave error la pretensión de que «el Romano Pontífice pudiera reconciliarse con el progreso, el liberalismo y la civilización moderna».” Y por otra parte, establecer, tras dos milenios de historia, la llamada “infalibilidad papal”: “El histórico decreto de la infalibilidad papal, que fue aprobado el 18 de julio de 1870 por 433 obispos, con sólo dos votos en contra, reza como sigue: El Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, es decir, cuando ejerciendo el oficio de pastor y maestro de toda la cristiandad, y contando con la divina asistencia prometida a san Pedro y sus sucesores, define una doctrina relativa a la fe y la moral que debe ser mantenida por toda la Iglesia, posee ,la infalibilidad que el Divino Redentor quiso conceder a Su Iglesia y por tanto esas definiciones del Romano Pontífice son intangibles en sí mismas, sin que dependan del acuerdo de la Iglesia.’”

            Fue tan profunda la impronta que le impusiera al papado, tan natural e inconmovible su omnipotencia y aparentemente tan eterno su legado, como bien lo señala Cornwell en su prólogo, que: “Hasta hoy día, los italianos más ancianos se refieren a él como l’ultimo Papa». Los que vendrían tendrían que enfrentarse a un baremo referencial situado a alturas inmarcesibles. El Vicario, el drama del alemán Rolf Hochhut estrenado en 1961, le asestaría un golpe mortal a su prestigio y desde entonces se convertiría en objeto de agria polémica. Que el Vaticano bajo el primado de Pío XII había cerrado los ojos ante la barbarie antisemita germana, que el propio Pacelli habría coqueteado con el antisemitismo y que llevado por su conservantismo a ultranza muy de Leon XIII y Pio Nono había reabierto los odios antijudíos de los comienzos del cristianismo. Los papas, por lo menos a ojos de sus miles de millones de fieles – hace setenta años apenas llegaban a los quinientos millones – han perdido la infalibilidad, convirtiéndose en objeto perfectamente susceptibles de polémica. En cierto sentido, si Pacelli fue “el último papa”, el argentino Jorge Alejandro Bergoglio, situado política e ideológicamente en la antípoda del proto nazista Pacelli, vendría a ser “el primero”. Pues llevado por el mismo afán de evitar las fracturas del poder temporal de la Iglesia ante el embate de cambios estructurales, políticos y culturales propiciados por la pos modernidad, tan profundos como los que se comenzaran a vivir desde que Pablo VI sucediera a Pacelli, parece haberse visto obligado a efectuar “un intento sin precedentes de reafirmar el poder papal, y que ese propósito había conducido a la Iglesia católica a la complicidad con las fuerzas más oscuras de la época”. Con la única y epocal diferencia – de allí la primacía – de que esas fuerzas oscuras no se encuentran en la derecha del espectro, bajo el signo de la cruz gamada, sino en la izquierda, bajo la hoz y el martillo. Con su odio al dinero – así lo saqueen de las arcas públicas de los países asaltados – su odio al capitalismo y su odio a la riqueza y a la prosperidad.

            Los extremos se tocan. Mi Lucha, la biblia hitleriana, iluminó los albores políticos de Fidel Castro como los del coronel argentino Juan Domingo Perón, quien fuese el primer financista que encontrara en los comienzos de su ascenso hacia el poder. No parecen estar muy lejos de Bergoglio. Extrañas coincidencias de papas paralelos.

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here