El difícil camino hacia la democracia

por

Mariano Nava Contreras

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@MarianoNava

Así como a veces encontramos personas que parecen saber ya todo lo que sabemos, que parecen haber sentido todo lo que alguna vez hemos sentido, y sin embargo no nos cansamos de hablar con ellas; así también a veces nos topamos con libros que dicen cosas que ya alguna vez hemos pensado, que saben decir lo que alguna vez quisiéramos haber dicho, y sin embargo volvemos a ellos una y otra vez. Es inevitable que surja una atracción hacia esa persona que parece saberlo todo sobre nosotros, como surge también de modo ineludible con estos libros que se atreven a decir lo que llevamos tiempo pensando. Me pasó con un libro con el que me topé una vez en una librería de Atenas, la Historia neohelénica de la antigua Grecia. Desde el comienzo de Grecia hasta el comienzo de la decadencia griega, de Vasilis Rafailidis (Eikostoú Prótou, 2010).

           Se trata, como su nombre lo dice, de una historia de la Grecia antigua, pero esta vez contada desde el punto de vista de un griego actual, por eso lo de neohelénica, no por algún historiador británico o alemán. Lo interesante es que esa óptica neohelénica termina siendo profundamente cercana y contemporánea, en todo lo que tiene de cuestionador e iconoclasta. Y hay que ver lo difícil que es ser iconoclasta al hablar de la Grecia antigua, incluso en nuestros días. Es allí donde radica la desenfadada seducción de este ensayo, y por tanto mi íntima conexión con él. Creo que la obstinada idealización que ha sufrido la historia griega, que llega a su apogeo con el romanticismo, ha sido un formidable obstáculo no solo para el conocimiento de los antiguos, sino aun de nosotros mismos.

Llama la atención, aunque es perfectamente explicable, la cantidad de capítulos que dedica el libro de Rafailidis al nacimiento de la democracia, un bien tan frágil y vulnerable, ahora nos damos cuenta. Pero más llama la atención el atrevimiento con que el autor aborda un tema que todavía hoy puede resultarnos espinoso. Dice Rafailidis que la democracia nació del caos y que su madre es la dictadura. Y añade: “aunque parezca paradójico, la idea de la democracia, pero solo la idea, nació en la Esparta militarista y no en la después democrática Atenas”.

Sin duda el autor está pensando en las profundas crisis sociales que sacudieron la Hélade a finales del período arcaico, y que forzaron la implementación de importantes reformas. Entre los siglos VIII y VI a.C., el llamado “período arcaico”, la sobrepoblación y la falta de tierras cultivables ocasionaron en la Hélade una crisis sin precedentes. Una serie de revueltas estallaron en la mayoría de las ciudades, mientras miles emigraban a otros puntos del Mediterráneo, fundando colonias y dando lugar a la primera gran diáspora griega. La mayoría de estas revueltas propiciaron el establecimiento de gobiernos de corte demagógico, encabezados por líderes populares, los primeros tiranos. La poesía de Alceo, Teognis y Píndaro recrea vivamente el mundo de estos caudillos. Sin embargo, el de las tiranías sería un mundo efímero, destinado a desaparecer por su misma inestabilidad intrínseca y por su inviabilidad económica. Ante el colapso de las tiranías, el pueblo pedirá a los ciudadanos más sabios, los sophoí, que les dieran normas justas y equilibradas.

Cuenta Jenofonte en su Constitución de los lacedemonios que Licurgo había establecido en la Esparta del siglo IX a.C. una serie de leyes destinadas a hacer que la sociedad fuera lo más igualitaria posible. Estas leyes contemplaban medidas como la igualdad entre hombres y mujeres, la educación para todos los ciudadanos o la prohibición de acumular excesivas riquezas. Tales medidas buscaban conformar un Estado cohesionado e impulsar una potencia militar. Siglos después, en la Atenas del siglo VI a.C., reformas similares e inspiradas en las de Licurgo, adelantadas por Dracón y Solón, se encaminaron también a la conformación de una polis fuerte y cohesionada, aunque orientada al desarrollo político, económico y comercial. Las reformas de Solón, conocidas como la eunomía (las “buenas leyes”), estarán destinadas a “moderar la hartura” y “disipar la soberbia de los caudillos”,  dice el sabio en un poema que él mismo escribió.

Las reformas de Solón consiguieron allanar efectivamente las desigualdades sociales que favorecían el establecimiento de regímenes aristocráticos o de tiranías populistas, cuyo peligro conjuró. Sin embargo, lo que Solón no pudo prever es que el espíritu de sus normas daría origen a un concepto que cambiaría la política para siempre. Laisonomía, la igualdad ante la ley, sería fundamental para el surgimiento de la ciudadanía, que es el principio en el que se basa la democracia. Una lección inolvidable: surgida del caos y de la tiranía, la democracia sería la respuesta de los ciudadanos atenienses en su búsqueda de la isonomía, la participación política y la cohesión social. Un equilibrio dificilísimo de conseguir y, lo sabemos hoy, más aún de mantener y preservar.

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