Historia de la sinrazón

por

Mariano Nava Contreras
Twitter: @MarianoNava

Era el año 2008 y los venezolanos vivíamos el dulce embeleso de la difunta Cadivi. Es verdad, se nos dejó derrochar y se nos hizo creer en el espejismo de una economía ficticia que pensábamos duradera, aunque algunos pudieron advertir de la mentira. También es cierto que unos pocos sensatos supieron aprovechar la efímera bonanza. Sé incluso de quienes viajaron, se ilustraron y cultivaron, lo cual, se ha dicho, es una de las inversiones más provechosas. Recuerdo que por aquel año fue a un congreso de psiquiatría en Washington mi amigo Alirio Pérez Lo Presti y yo le encargué un libro recién editado el año anterior, pues por aquel entonces podíamos darnos tan excéntrico lujo.

          El libro era un estudio acerca de las emociones en los antiguos griegos, The Emotions of the Ancient Greeks. Studies in Aristotle and Classical Literature, del helenista norteamericano David Konstan, que me trajo mi amigo Alirio aún oloroso a tinta de las prensas de la Universidad de Toronto. A Konstan, autor de estudios imprescindibles para entender el pensamiento y la literatura de la Grecia antigua, lo llegamos a tener a mediados de los noventa en la Universidad de Los Andes, en aquellos tiempos en que nos podíamos dar el también hoy impensable lujo de invitar a profesores importantes.

          El libro trata del papel de las emociones en la literatura y el pensamiento de los antiguos griegos. Como advierte el autor, ya en el primer verso de la Ilíada, el primer poema de la literatura occidental, aparece el nombre de una emoción en torno a la que gira y se construye todo el poema: “Canta, diosa, la cólera del Pelida Aquiles…”. La cólera, mênis, es, pues, la primera emoción que nombra la literatura. A partir de ahí Konstan traza un recorrido por doce emociones positivas y negativas: rabia, satisfacción, vergüenza, envidia, indignación, miedo, gratitud, amor, odio, lástima, celos y dolor. No sin advertirnos de que estas emociones eran concebidas por los griegos bajo nombres muy diferentes a los nuestros, el autor muestra los principales lugares donde aparecen en el vasto territorio de la literatura griega, hasta llegar a Aristóteles.

          ¿Por qué Aristóteles? En su Retórica, el filósofo hace un estudio de las emociones en tanto que instrumento de manipulación. Para los antiguos griegos como también para nosotros, el propósito de todo discurso es la manipulación, que ellos llamaron peithô, y que llegaron incluso a considerar una divinidad. En efecto, Peitó, según algunos poetas, es una de las irresistibles doncellas que conforman el cortejo de Afrodita. Para otros, más avisados de su poder sobre la polis, es hija de Prometeo y hermana de Eunomía, las “buenas leyes”. Lo cierto es que la Persuasión ocupa un lugar fundamental en la convivencia humana. Para Aristóteles, se trata del fin último de todo discurso. Toda pieza oratoria tiene como objeto persuadir. Y en ese sentido, todo discurso bien dispuesto debe saber excitar y manipular las emociones del auditorio. De ello depende su efectividad, es decir, su éxito o su fracaso.

          Las técnicas de la manipulación comprenden, pues, un saber de las emociones y por tanto un conocimiento profundo del alma humana. Su control implica el dominio de los poderes de la palabra, y por consiguiente, la posesión de un arma efectivísima para lograr el ascenso político, el poder sobre la polis. Por eso la retórica, el dominio de la palabra, es tan peligrosa y subversiva. Se trata de un hallazgo perfectamente endosable al original genio de Aristóteles. En ningún otro momento se encuentran de manera tan íntima y coordinada la política, la literatura y la psicología. La Retórica de Aristóteles es, a la vez que un estudio que aborda una parte fundamental del arte literario, también un manual de política y un agudo tratado de psicología.

Es una de las cosas que nos quiere decir el libro de Konstan: que la civilización y la convivencia política hunden sus raíces en la densa noche de lo irracional. Que, desde Homero hasta Aristóteles, la cultura griega, y por tanto la nuestra, se ha nutrido de las fuentes inciertas de lo emocional. Claro que no se trata de un hallazgo exclusivo. Como advierte el mismo autor en su prefacio, el estudio de las emociones en la antigüedad se ha vuelto popular entre los clasicistas durante los últimos treinta años. Quizás su más célebre antecedente sea el clásico estudio de E. R. Dodds, Los griegos y lo irracional, aparecido en 1951 bajo el sello de la Universidad de California. En su trabajo, Dodds estudia las fuerzas irracionales presentes en la cultura y en la literatura griegas, y reacciona contra el mito de una Grecia guiada absolutamente por la razón.

Hoy, cuando la estupidez y la locura de los acontecimientos políticos excitan incontrolablemente la emocionalidad colectiva, quizás convenga recordar lo que ya antes sabían muy bien aquellos viejos griegos: que casi siempre política son pasiones y no razones.

 

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