Tiempos de buitres y de hienas

Por

Gustavo Coronel

Después que los grandes asesinos han llevado a cabo la matanza y se han adueñado de las presas más codiciadas, cuando lo que va quedando son las vícsceras y el pellejo de la gran criatura, los restos menos apetecibles de lo que fue alguna vez un ser vivo y parte de una manada libre y numerosa, llega el momento de los buitres y de las hienas.

Estos son animales carroñeros, que se alimentan de los restos de los cadáveres que ya los asesinos no desean.

Se van acercando lentamente, disfrazados de curiosos espectadores, vuelan alrededor de los restos, o se acercan con cautela, mirando con temor a los grandes carnívoros que han llevado a cabo la matanza; corren o vuelan despavoridos cada vez que las fieras les rugen pero regresan una y otra vez, cada vez más cerca de los despojos. Sus reiteradas y perseverantes aproximaciones al sitio indican que se creen con derecho a participar en el festín, que piensan que todos tienen derecho a comer de los restos que se pudren en la sabana o en la selva.

Los buitres y las hienas son de lo más feo y despreciable de la naturaleza. Malolientes, de aspecto desagradable, solapados, seres marginales, todavía tienen la desvergüenza de reírse o de bailar en torno a los restos de carne y sangre que ya han perdido total similitud con el ser que fue. Para comer tienen que humillarse, tienen que reconocer como superiores a los grandes depredadores. En la ley natural de la jungla son seres inferiores, cobardes, de tercera categoría.

Hoy asistimos al triste espectáculo de los carroñeros en acción. Ya Aquiles Nazoa los había descrito hace años en su fábula sobre el Zorro Predicador, aquel animalejo desdentado, incapaz de matar por sí mismo, quien comienza a predicar la unidad entre los habitantes de la selva. Al hacerlo con particular elocuencia el General León le dice que le concederá lo que pida. Y el zorro, entonces, pide con voz melosa: “deme usted unas gallinitas”. Su llamado a la hermandad no era otra cosa que el disfraz que utiliza el carroñero para poder comer de los restos de la orgía animal.

Lo peor es que los buitres y las hienas, al tener acceso a la carroña, a los despojos de poder y de dinero que dejan a un lado los grandes depredadores, pretenden actuar en nombre y representación de las víctimas.

Seres despreciables y cobardes. Y aun así, bailan y se ríen pensando que su hedor y su fealdad son como para estar felices. Se revuelcan en el pantano que les da nombre.

Es el tiempo de los buitres y de las hienas. Ya en la sabana no hay nada más que ver.

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