Alma ausente

por 

Federico García Lorca

No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce el niño ni la tarde
porque te has muerto para siempre.

No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.

El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.

Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.

Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.

El 13 de agosto de 1934 murió en España Ignacio Sánchez Mejías, un torero. Tres días antes, en la plaza de Manzanares (Ciudad Real), un toro le había clavado un asta en el muslo. La gangrena se encargó de lo demás. Fue un sevillano que lidió toros, pilotó aviones, escribió teatro y fungió de presidente del Real Betis Balompié, entre otras múltiples ocupaciones. Todo esto junto no habría sido suficiente para que la posteridad se acordara de él si la maestría de un poeta no hubiera encaramado su nombre en la cima de la literatura.

Alma ausente es la última parte de Llanto por Ignacio Sánchez Mejías donde Federico García Lorca se lamenta por la muerte trágica de un amigo.

 

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