Mantener a una mascota, una ardua tarea por la crisis

Alexandra Sucre

 

Los amantes de los animales ya no la tienen fácil. Tener y mantener a una mascota en Venezuela dejó de ser una labor sencilla. La crisis no solo ha tocado el estómago y las necesidades del Homo sapiens, sino también las de aquellos más débiles que dependen de este para sobrevivir.

Cuando Victoria García* decidió marcharse del país, se despidió de los 24 miembros de una familia que se caracterizaba por tener cuatro patas, bigotes y siete vidas. En su casa el amor por los animales siempre ha estado presente y la lucha por el bienestar de ellos ha sido constante. Llegaron al número 24 cuando, de rescate en rescate, el cariño crecía con cada felino que salvaban y el desprendimiento dejó de ser una opción.

mascotascita6Con su partida, Victoria se propuso ayudar desde la distancia y así mermar el vacío económico que significaba su ausencia. Destinó 30 euros a sus padres, un ingreso suficiente al cambio, para los gastos del hogar y también de las mascotas. Pero el plan de echar una mano se hizo cuesta arriba cuando desde el viejo continente la hiperinflación de Venezuela le comenzó a pegar.

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Mantener a sus felinos nunca había sido un problema, hasta ahora. La alimentación y la salud de los mininos comenzaron a requerir más atención y los 30 euros ya no eran suficientes.  “Los últimos dos meses los montos han tenido que aumentar porque entre la subida de los costos allá en Venezuela y todas las emergencias que hemos tenido, lo poquito que habíamos ahorrado para un fondo de emergencia lo enviamos”, alega García.

De los 24 gatos a los que despidió, tres murieron en cuestión de semanas. Dos a causa de una “bacteria que se llama clamidiosis felina que afecta las vías respiratorias, les produce secreción ocular y si persiste las complicaciones derivan en neumonía o muerte”. El tercero murió de “manera misteriosa”. Tuvo malestar, “la llevamos al veterinario de confianza, estuvo hospitalizada y al día siguiente falleció y nadie sabe por qué”. La joven no atribuye la muerte a una mala praxis médica pues considera que el problema está en que la crisis que enfrenta Venezuela no permite que haya “insumos suficientes ni tecnología necesaria para atender. Creo que no es una negligencia por falta de profesionalismo, sino por el propio país que hace tan difícil el trabajo de todo el mundo”, denuncia.

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Desde hace dos meses Victoria envía a su familia 250 euros, una cifra nada fácil de conseguir porque, como la mayoría de los emigrantes recientes, tiene un sueldo estable para vivir. Tras las recientes pérdidas y las emergencias que han surgido, su familia ha decidido que la prioridad es invertir en vacunas, desparasitaciones, pipetas antipulgas y comida, una serie de gastos significativos cuya totalidad supera los 50 millones de bolívares.

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En la búsqueda de una solución al problema creó la cuenta en la red social Instagram llamada “Tenemos muchos gatos”, una iniciativa con la que busca “apoyo para tratar de disminuir lo que implica cuidar de 21 gatos. Hemos recibido donaciones y las hemos intentado aprovecharlas al máximo; pero me interesa que la gente vea lo que ocurre en el país y que, a la hora de hacer una obra social, consideren a Venezuela y a sus animales que son unos de los que están sufriendo más”.

Desde España, la joven rechaza que los dueños deban cuestionarse entre asistir al veterinario “porque van a cobrar la consulta y quizá ese dinero lo necesito para comprar alimento. (…) Preocupa llevarlo y que después solo necesite de una vitamina y dices ‘gasté el dinero de una consulta para que me dijeran que necesita una vitamina que ya tengo’, es ahorrar a costa de la salud del animal”.

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En Caracas, Ivelis Durán también carga su cruz, pero canina. Resume el padecimiento a la manutención de un solo perro de nueve años, un mestizo de Poodle y Cocker de nombre Timoteo. Al igual que sus dos hijos, Timoteo era el consentido de la casa: juguetes, ropa, comida, galletas y hasta viajes al exterior disfrutó. Pero, aunque las atenciones de la familia con él siempre fueron excelentes, los años no pasaron en vano y su salud dio un giro.

“Empezó a tomar agua en exceso y orinaba mucho, eso no era normal”, pensaba Durán. La irregularidad en el animal la llevó a asistir a una consulta veterinaria y el diagnóstico reveló que su presentimiento era correcto, había un problema: diabetes. Desde entonces la vida de Timoteo y de sus dueños cambió. Ivelis debe “colocarle insulina, una diaria de por vida, y una perrarina especial para perros diabéticos”. Tanto el medicamento como el alimento no se consigue en Venezuela. La familia siente la angustia de cualquier paciente que requiere del tratamiento, la buscan con desespero con la fe de poder conseguirlo y dárselo.

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Con el alimento tuvo suerte en tres oportunidades de conseguir a una persona que la trajo de Miami. Sin embargo, ya no tiene esa opción. En Venezuela halla una marca similar, pero no tan buena, y tiene un costo de “cinco millones quinientos” tan solo dos kilos. Timoteo consume 10 kilos al mes. El compañero de cuatro patas ha tenido múltiples recaídas, más de seis veces. “Se pone muy débil, las patas le empiezan a temblar y se va desmayando. Cuando se le sube el azúcar, se alborota y hay que colocarle la insulina”, describe su dueña.

Durán lo ha meditado. Si la situación en vez de mejorar, empeora… ¿Cuál será la solución al problema? La eutanasia llega a su mente, pero la rechaza inmediatamente. “No tengo derecho a dormirlo, ni a él ni a nadie. Él es mi hijo, es mi familia. Le pido a Dios que me de las herramientas, en sus manos se lo dejo porque yo lo amo muchísimo”.

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La calidad de vida del venezolano se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos. En febrero de 2018, la Encuesta Sobre Condiciones de Vida (ENCOVI) reveló los resultados del estudio realizado con base en el año 2017. La misma reflejó que de 2014 al 2017 el índice de pobreza aumentó 87%. Tan solo el año pasado “61,7% de los hogares se encuentran en condición de pobreza, un indicador que para 2014 se situaba en 23,6%, pasando a 49,9% en 2015 y a 51,5% en 2016”, cita en su portal web el Programa Venezolano de Educación Acción en Derechos Humanos (Provea). El contexto hiperinflacionario que atraviesa Venezuela ha impedido que el poder adquisitivo de los venezolanos rinda lo suficiente para atender cualquier tipo de gasto.

La veterinaria Mónica Solórzano explica que el gremio no puede “trabajar correctamente, por no decir que es casi imposible adquirir cosas básicas: alimentos correctos para ciertas patologías, medicamentos para pacientes que necesitan recibirlos diariamente, por ejemplo diabéticos que son insulinas dependientes, pacientes oncológicos, pacientes con cardiopatías que necesitan meditación y que deben recibirla. En la parte de medicina preventiva, por ejemplo, la vacunaciones se están consiguiendo, pero son tan costosas que no todo el mundo tiene acceso a ellas. Esto ha desencadenado un incremento de las enfermedades infectocontagiosa. También la parte de la nutrición ha decaído de tal manera que incrementa muchas enfermedades, ya que las mascotas ni siquiera pueden estar bien alimentadas”, explica la especialista.

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Resalta un problema mayor: “Ya no se fumigan áreas comunes, las infestaciones son terribles”. Al no sanear las calles, las mascotas están expuestas a padecimientos que transmiten las pulgas y garrapatas como lo son la “dermatitis, parásitos gastrointestinales o infecciones sanguíneas como la anaplasmosis o erliquea”, siendo las dos últimas una especie de dengue que pueden llegar a ser mortales. Para cualquiera de estas enfermedades, los tratamientos son difíciles de conseguir y la suma se eleva a dos millones de bolívares por medicamento.

Solórzano indica que la crisis ha hecho que los dueños de cualquier mascota sacrifiquen consultas veterinarias por comprar alimentos. Una razón justificable, pero que tiene como consecuencia que al asistir se trata “de resolver un problema que está presente por una enfermedad y generalmente son graves”. Una emergencia en una clínica veterinaria entre consultas y exámenes generales, no especializados, se aproxima a 10 millones de bolívares, según el centro de atención.

Abandono sin escrúpulos

Argenis Mujica vive en “Los Verdes” de El Paraíso desde que tiene uso de razón, aquellas famosas residencias que durante las protestas de 2017 fueron allanadas por funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB). Él, su madre y 30 residentes más se encargan desde hace años de ayudar a los peludos que llegan al conjunto residencial. Les brindan comida, los llevan al veterinario y hasta se encargan de buscarles un nuevo hogar.

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Con el incremento de los abandonos de mascotas por la crisis, lo que comenzó como un acto de buena fe por parte de proteccionistas, ahora se ha convertido en un viacrucis. “Nos ha costado mucho alimentarlos, ya que la perrarina se ha puesto muy costosa. Por lo menos mi mamá ahora le compra los rollos de carne que venden en el Central y se los mezcla con concha de la zanahoria, papá o auyama”, expresa Mujica.

Aunque no todos los vecinos son proteccionistas, un gran número se ha unido a la causa. Los vecinos hacen depósitos en una cuenta bancaria para ayudar a los voluntarios. De esta manera, el grupo ha podido cubrir los gastos de comida y veterinarios. Pero, aunque la caridad es mucha, el dinero sigue siendo poco. “Tenemos una gata y la alimentamos con perrarina, ya que la gatarina esta super cara. No se le debería dar perrarina porque a los gatos le hace daño, pero no podemos hacer más nada”, lamenta Argenis. Como toda ayuda es buena, crearon una cuenta en la red social Instagram llamada @Ángelesde4patas, en la que solicitan donaciones y promueven la adopción de los peludos.

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Mónica Solórzano explica que el abandono es un suceso “doloroso” que se observa en las calles a diario. “Son seres vivos, seres que son parte de nuestra vida y es un compromiso que adquirimos por las razones que sean. Las mascotas las dejan abandonadas en parques, amarradas a árboles, en autopistas, carreteras, y realmente es inhumano”. Ante el creciente número de perros y gatos que son abandonados, fundaciones y proteccionistas trabajan para conseguir un nuevo techo a los animales.

Debido a la masiva emigración de venezolanos y el abandono de mascotas que el éxodo ha producido en algunos casos, la fundación Santuario Luna ideó la opción de que los peludos pudiesen ser adoptados en el exterior y así obtener un nuevo hogar lejos de la crisis. Manchas, un can rescatado por la fundación, se convirtió en marzo del año en curso en ser el primer canino adoptado en Estado Unidos.

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Organizaciones como la Red de Apoyo Canino estiman que en Venezuela la suma de gatos y perros en situación de abandono oscila entre los tres millones. “Nosotros medimos el incremento de acuerdo con las solicitudes de ayuda que recibimos. Yo diría que aumentó en un 100% la cantidad de personas que nos escriben, porque ya no pueden tener a sus mascotas debido a que se van del país o porque no cuentan con recursos”, explicó Moisés González a el diario El Nacional, un reporte que ha aumentado significativamente en los últimos dos años.

Reinventar el alimento para sobrevivir

El dinero no solo es imposible de invertir en aquellos que tienen cuatro patas, los padres de Paola Figueroa* tienen desde hace cuatro años en su casa dos periquitos australianos. Fue un regalo que aceptaron porque su manutención era sencilla. Lejos estaban de imaginar que en el presente dos inofensivas aves podrían generarles dolores de cabeza. “Mensual le compraban un kilo y medio de alpiste. Ahora la raspadura del arroz que queda la ponemos a remojar para que coman”, explica Paola con impresión.

mascotascita1El ingreso de sus padres se resume en una pensión que no les alcanza para mucho y, aunque sus hijos le colaboren con el gasto, en momentos se vuelve imposible. “El alpiste está demasiado caro. El último que se compró costó cuatro millones, solamente dos kilos”, asevera Figueroa. A las aves les ha tocado también ser parte del ‘resuelve’: cuando en la casa no hay arroz, “les damos la masa cruda de las arepas”. El padre de Paola también baja hasta la avenida y “recoge hasta cinco mazorcas de las que están en el suelo” para dárselas como alimento.

Paola confiesa que en su hogar la idea de echarlas a volar se ha puesto como opción en la mesa, “pero mi mamá dijo que en caso de no poder más, los llevaba al Parque del Este y los donaba”. Figueroa también añade que a las aves ya no han hecho nido, pues no han podido comprarle una casita y “la jaula hay que lavarla todos los días porque ya no hay periódico para forrarla”.

*Los nombres fueron cambiados a petición de la fuente

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