Lo voy a padecer

por

Javier Alejandro Aguilar
Twitter: @colotucumano

Finalista en el V  Concurso Literario de cuentos y poesía «Leopoldo Marechal» organizado por la Asamblea Juan B. Justo y Corrientes, año 2016.

 

He muerto hace unos minutos, en realidad sigo vivo, porque si se considera muerto a alguien o algo que ya no responde a ningún estímulo, entonces no estoy muerto. Una parte de mí, vive. Sí, estoy viendo mi cuerpo tirado como una bolsa de papa en la avenida Belgrano, un tramo antes de llegar a mi trabajo. Por eso puedo afirmar que no estoy muerto del todo. El camión me arrastró casi una cuadra, parte de mí está destruida, pero la otra parte, lo que soy ahora, piensa, habla, observa y percibe la realidad como lo hacía antes.

Soy un espíritu, creo, no sé. Por suerte, no me duele nada. Me acabo de cruzar al negocio deportivo y en semejante vidriera no puedo encontrar mi  rostro.  Investigué por años diferentes teorías que trataban la muerte y la vida después de ella, y hasta el momento, todas se equivocaron. Porque no soy el suspiro de Dios, como argumenta la Biblia. No vi ningún túnel con una luz al final, ningún Santo vino a buscarme. No me encontré con ningún familiar. Aquí estoy, en plena avenida Belgrano. Son cerca de las siete de la mañana y mi jefe, al que nunca vi personalmente, ya me debe estar puteando. Bueno, eso creo. Aunque él perdona todo, siempre fue bueno conmigo y con todos sus fieles, supongo.

Se puede decir que soy invisible. En eso las religiones no se equivocan. Les cuento que tampoco me vino a buscar el diablo y sus súbditos, hasta ahora, por suerte, me salvé del infierno. Lo único que padezco es un poco de amnesia, no recuerdo algunas cosas; no sé si tengo familia, es un punto a favor porque no voy a sufrir por las personas que dejé.

Hace rato que me fui del lugar donde murió parte de mí. Había muchas personas alrededor de ese cuerpo sin cabeza. Ahora voy al trabajo. Me subo al micro, el 107, me deja a una cuadra. Es raro, porque soy invisible, pero no puedo atravesar las cosas, recién casi me vuelven a atropellar por creer ser un fantasma como los de las películas. Una persona se sentó arriba mío y me estoy muriendo del dolor. Él parece que no se da cuenta que me está aplastando, intenté sacármelo de encima, pero no pude. Yo le pego, pero no le duele. Bueno, parece que estar medio muerto tiene sus desventajas. Me tuve que aguantar esa persona sobre mí, casi una hora. Por suerte ya se bajó en la parada anterior.                      Aquí estoy, en mi trabajo, medio muerto me vine. Empeñado en que alguien me atienda, intento golpear la puerta una y otra vez, pero es inútil. Trato de entrar por la puerta lateral, pero también está cerrada. Huelo un relajante aroma a incienso y mirra, parece que viene de mi oficina. Está abierta la ventana, pero las rejas me impiden entrar. Observo. Sobre mi escritorio hay un libro, parece una biblia.

Ya son cerca de las diez y el sol en enero golpea fuerte. Qué raro, tengo calor. Sigo afuera esperando que alguien abra la puerta. Parece que por la mañana trabajo solo, porque no viene nadie. Mejor me voy a caminar un poco a ver si encuentro otro medio muerto con experiencia en el asunto.

Ya es de noche, he caminado por horas y no encontré a ninguno como yo. Quizás será este mi castigo: que nadie pueda escucharme y tenga que deambular por las calles como un vagabundo, pero sin su perro. Qué raro, pensar que cuando estaba vivo me preocupaba por la muerte. Siempre le tuve miedo. Pasaba semanas enteras estudiando los versículos, los capítulos que la mencionaban no tan solo en el Libro Sagrado, sino también acudía a otros para comparar y ampliar mis conocimientos. Y ahora que estoy medio muerto, quiero volver a mi cuerpo. Nada de lo que leí es cierto. No estoy feliz en este estado, encima nadie me da una señal. Algún Ser de este mundo que me diga, que me enseñe cómo seguir, adónde ir, con quién hablar. Mi jefe, mi Dios, el creador de todas las cosas me ha abandonado. ¿Y si en realidad no existe?

Los hombres somos puramente sociables, no voy a poder aguantar mucho tiempo así, en esta soledad absoluta. Todos se divierten, conversan, se ríen…claro, están vivos, bien vivos. ¿Y el reino de Dios, del que tanto prediqué en la misa?, ¿me pasé toda una vida creyendo en algo que no existe? No habré cumplido con mi Señor: no le puse el corazón y de castigo me dejó entre los vivos, sin poder vivir. Fui un falso predicador.

Este es el infierno y lo voy a padecer. Fui un sacerdote que no supo reunir a las ovejas, no las supe guiar por el sendero del Padre, no tuve convicción en el discurso. No me merezco el paraíso, sino este castigo, el peor de los castigos: Deambular entre los vivos sin poder ser escuchado.

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