El día que Andrés Bello
quiso subir a la Silla de Caracas con Alejandro de Humboldt y no pudo

por

Mariano Nava Contreras
Twitter: @MarianoNava

 

La provincia de Caracas es uno de los países más bellos y ricos en
producciones naturales, que se han conocido en ambos mundos.
Alejandro de Humboldt, Caracas, enero de 1800

En este año en que el mundo civilizado se apresta a conmemorar dos siglos y medio del nacimiento de uno de sus mayores sabios, resulta pertinente recordar el singular encuentro que éste tuvo con el que con el tiempo también llegaría a ser nuestro mayor sabio, allá en la Caracas del tránsito entre los siglos XVIII y XIX, una ciudad que en pocos años vería sucederse los más dramáticos cambios de su historia.

Alejandro de Humboldt llegó a Caracas el 21 de noviembre de 1799 por la tarde procedente de Cumaná, a donde había atracado el 15 de julio en la fragata Pizarro, que venía de La Coruña, con una breve escala en Tenerife. En una carta dirigida al astrónomo francés Jerome Lalande fechada en Caracas el 14 de diciembre de 1799, explica: “Mi plan primitivo era irme directamente a La Habana y de ahí a México, pero no he podido resistir el deseo de ver las maravillas del Orinoco”. Para ello, Humboldt traía cartas y pasaportes con sello real, firmados por el mismísimo Carlos IV, a nombre suyo y de su compañero, el médico y botánico francés Aimé Bonpland. Allí el rey ordenaba “a todos los capitanes generales, comandantes, gobernadores y demás funcionarios facilitar de todas las formas posibles el paso del barón von Humboldt por las Américas”. Nunca rey alguno español había otorgado semejantes facilidades para que alguien viniera a estudiar la naturaleza del Nuevo Mundo.

Examinados los pasaportes y recibidos por Vicente Emparan, entonces gobernador de la provincia de Nueva Andalucía, los científicos quedan ese mismo día libres para dedicarse a hacer sus excursiones por toda la comarca. Es así que pasan poco más de cuatro meses recorriendo las penínsulas de Paria y de Cariaco, bordean las faldas del Turimiquire y penetran en la Cueva del Guácharo, observando aves y recogiendo muestras de plantas y minerales. Por supuesto que no han olvidado su gran proyecto de remontar el Orinoco, pero los misioneros aragoneses de la misión de Caripe les han informado de que se encuentran en plena estación lluviosa, y en esas condiciones el viaje sería poco menos que imposible. Habrá que esperar hasta la entrada del verano.

Es así que Humboldt y Bonpland deciden seguir hasta Caracas. Salen de Cumaná el 18 de noviembre a bordo del Cajón de España, junto con el numeroso equipaje y los implementos científicos que subirán desde La Guaira a lomo de mulas. A causa de unos mareos, Bonpland desembarca en Higuerote y continúa por tierra. Humboldt llegará a puerto tres días después. En Caracas se encuentran ambos. Allí pasarán dos meses, entre diciembre de 1799 y febrero de 1800, antes de seguir rumbo sur en pos del gran río. Se alojan en una cómoda casa, al parecer reservada a huéspedes importantes. “Dos meses pasé en Caracas. Habitábamos el Sr. Bonpland y yo en una casa grande y casi aislada, en la parte más elevada de la ciudad. Desde lo alto de una galería podíamos divisar a un tiempo la cúspide de la Silla, la cresta dentada de Galipán y el risueño valle del Guaire”, cuenta en el relato de su periplo, el Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente, que se publicará en París en 1807.

Que el barón de Humboldt y el citoyen Bonpland entraron de inmediato en contacto con lo más conspicuo de la sociedad caraqueña es algo que damos por sentado, dadas las calidades y recomendaciones de los forasteros cuya visita no pudo pasar desapercibida en la pequeña capital, sino todo lo contrario. Que los caraqueños se deshicieron en atenciones y amabilidades hacia los visitantes es algo que nos cuenta el mismo sabio: “Si teníamos por qué estar satisfechos de la buena disposición de nuestra casa, lo estábamos aún más por la acogida que nos hacían las clases todas de los habitantes. Es un deber para mí citar la noble hospitalidad que para nosotros usó el jefe de gobierno, Sr. de Guevara Vasconcelos, capitán general por entonces de las provincias de Venezuela”. Buen observador de fino olfato muy acorde con su espíritu científico, Humboldt no solo hace descripciones de la naturaleza, sino también agudas percepciones de los habitantes de la ciudad, su entorno social, las castas y sus usos, las formas y la cultura, y hasta puede olerse las sutiles tensiones que ya presagian los violentos cambios que se avecinan: “En Caracas existen, como donde quiera que se prepara un gran cambio en las ideas, dos categorías de hombres, pudiéramos decir, dos generaciones muy diversas”.

No cabe duda de que en aquellas reuniones con los principales de la ciudad es que Andrés Bello debió conocer al barón de Humboldt. Para entonces Bello, que acababa de cumplir dieciocho años (Humboldt solo le llevaba diez años, tenía veintiocho), gozaba ya de una reputación intelectual incontestable entre las élites caraqueñas. No había certamen de los que a menudo organizaba la vieja Universidad que no hubiera ganado de la mejor manera. En 1797 había ganado un certamen de traducción latina. Al año siguiente, uno de ortografía. Ese año de 1799, precisamente, había ganado el primer premio del concurso de filosofía natural, y el 9 de mayo del año siguiente no tendrá problema en presentar simultáneamente las cinco asignaturas necesarias para obtener el Bachillerato en Artes con las mayores calificaciones. Habitué de ágapes y tertulias, ya resultaba rara aquella en la que “el cisne del Anauco” no deleitase a lo mejor del mantuanaje con alguna de sus exquisitas declamaciones.

La mayoría de las biografías de Bello coinciden en el impacto que causó en él el haber conocido a Humboldt. No debe extrañarnos, pues era la primera vez que tenía contacto con un científico de verdad. No podemos olvidar que por aquellos años, y ya unos cuantos antes, la Universidad de Caracas era escenario de enconadas discusiones entre los que defendían la educación escolástica tradicional y los que propugnaban por una renovación y una apertura a las nuevas ideas. Para el joven Bello, un científico como Humboldt debió encarnar la llegada del nuevo pensamiento a Caracas. Iván Jaksic en su Andrés Bello. La pasión por el orden nos dice: “Para el joven caraqueño de dieciocho años, el encuentro con Humboldt fue una verdadera revelación intelectual, ya que tuvo la oportunidad de observar directamente el trabajo de dos experimentados naturalistas con sus instrumentos científicos”. Sin duda se trató de una relación muy breve pero intensa, que dejó en el caraqueño una huella imborrable. Miguel Luís Amunátegui, en su Vida de don Andrés Bello, cuenta que Humboldt “le manifestó grande estimación, a causa del despejo de su inteligencia, y de la variedad de sus conocimientos superiores a su edad”. Las casas de ambos quedaban, además, sorprendentemente cerca ¿En qué lengua hablarían? ¿En francés, que era lengua usual para Humboldt y de la que Bello había traducido a Voltaire? Quizás, para que Bonpland no se sintiera excluido ¿O en inglés, que el prusiano hablaba con precisión y fluidez, y que Bello había aprendido de forma autodidacta con ayuda de una gramática y unos pocos periódicos? Se sabe, sin embargo, que Humboldt también hablaba y escribía muy bien en español, como consta por una carta dirigida al ilustrado José Clavijo y Fajardo, director del Real Gabinete de Historia Natural de Madrid, fechada en Caracas en febrero de 1800 y escrita originalmente en nuestra lengua. “Me he familiarizado con el español como si fuera mi idioma nativo”, escribe en otra carta a su hermano Guillermo, el célebre lingüista.

Durante el mes de diciembre de 1799 Bello debió acompañar a nuestros científicos en sus excursiones por los cerros que circundan en valle de Caracas. También Jaksic nos cuenta que “Bello acompañó a Humboldt y Bonpland en su ascenso al monte Ávila, la impresionante montaña que domina el valle de Caracas. Bello no tuvo la fortaleza física para llegar hasta la cúspide en esta ocasión, pero acompañó a Humboldt en otras excursiones”. Sin duda Jaksic se basa en lo contado por Amunátegui en su ya mencionada Vida de Andrés Bello, una biografía basada en las vivencias y conversaciones que nuestro sabio sostuvo con el autor, a quién conoció personalmente, y que fue publicada en Santiago en 1882, es decir, diecisiete años después de su fallecimiento. En realidad, Humboldt nunca menciona al Ávila, y sí narra profusamente el “arriesgado y penoso viaje” que hizo para ascender a la Silla de Caracas, cuya descripción coincide plenamente con esta montaña. Amunátegui, por su parte, habla de la “Silla del Ávila”.

Las razones por las que a Humboldt le interesaba subir a la Silla pueden ser colegidas sin mayor esfuerzo. Se trata de la elevación de la Cordillera de la Costa, que separa al valle de Caracas del Caribe. Allí las variaciones del clima y la naturaleza debían aportar datos científicos del mayor interés. En su Viaje el científico se queja de la ausencia de baquianos en la ciudad capaces de guiarlos a la cima del monte. Se extraña de que en toda Caracas no hubiera podido conseguir alguien que alguna vez hubiese llegado hasta allí. Al parecer, los había buscado con ahínco. Finalmente, por intermedio del capitán Guevara, se ponen a su orden dos guías que conocían unos senderos frecuentados por los contrabandistas, los cuales pasaban por la cresta occidental de la eminencia. La expedición se prepara. El dos de enero de 1800 a las cinco de la mañana, los dos científicos, los dos guías, esclavos que llevaban los instrumentos científicos y algunos vecinos de la ciudad que iban como acompañantes inician el ascenso. “Componíamos unas dieciocho personas que íbamos unos tras otros por el estrecho sendero”. Es de suponer que Andrés Bello se encuentra entre ellos.

Poco a poco la subida se hace más empinada y resbalosa a causa de la vegetación. “Era menester echar fuertemente adelante el cuerpo para avanzar”, cuenta Humboldt. “Esta subida, más fatigosa que arriesgada, desalentó a las personas que nos habían acompañado desde la ciudad, que no estaban acostumbradas a escalar las montañas. Mucho tiempo perdimos aguardándolas, y resolvimos continuar solos nuestra vía cuando las vimos a todas descender la montaña en vez de escalarla”. De nuevo pensamos que el joven Bello se encuentra entre los que abandonaron la marcha. Es de creer también que, después del descenso, Humboldt y Bello se volverían a encontrar en Caracas, quizás éste sorprendido de la debilidad de aquél. De nuevo es Jaksic quien nos cuenta: “Humboldt llegó a estimar a Bello lo suficiente como para recomendar a sus padres que persuadieran al joven de estudiar menos intensamente, para cuidar mejor su salud”. Así nos lo cuenta Amunátegui: “considerando la debilidad de su constitución física, y habiendo notado el ansia de saber que le devoraba, aconsejó a su familia el que procurase moderar la excesiva aplicación del joven, si deseaba conservarle”.

Un mes después ambos sabios, el de allá y el de aquí, se despedirán y nunca más se volverán a ver. Humboldt y Bonpland partieron de Caracas el 7 de febrero por la tarde y ya no regresarían jamás. Por delante les esperaba un maravilloso viaje que los llevaría por los valles de Aragua y Valencia hasta San Fernando de Apure y el alto Orinoco, para regresar por Angostura, Píritu, Barcelona y de nuevo Cumaná. Por allí habían llegado y por allí zarparían después de quince meses, el 24 de noviembre de 1800, con destino a La Habana. Un mes antes de partir, Humboldt escribió desde Cumaná a su hermano Guillermo: “No sabría repetirte suficientemente lo feliz que me encuentro en esta parte del mundo, a cuyo clima me he habituado de tal manera que parecería que nunca hubiera habitado en Europa”.

A Bello Humboldt lo recordó durante mucho tiempo, según cuenta Jaksic, pues cuando el político y naturalista chileno Benjamín Vicuña Mackenna fue a visitarlo a Berlín en junio de 1855, inmediatamente lo mencionó y quiso saber de él, después de más de cincuenta años sin verlo. Saber cuánto recordó Bello a Humboldt es mucho más sencillo. No solo lo evocó a su biógrafo Amunátegui, sino que su influencia está presente en la cantidad de estudios científicos acerca de la naturaleza americana que llegó a publicar. Bello incluso tradujo y publicó largos fragmentos de su Viaje a las Regiones Equinocciales. Respecto del benevolente consejo que diera Humboldt a sus padres, Amunátegui es tajante: “Bello no obedeció la indicación de Humboldt, y vivió cerca de ochenta y cuatro años, en los cuales dio sin interrupción pruebas de la más incansable laboriosidad”.

 

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