GARGAJOS EN LAS ACERAS

por

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

Leo esa frase en un libro de Paul Auster y sonrío. Me parece que semejante imagen es una metáfora brillante del mundo y sus alrededores. Ahí está el anverso y el reverso, como pretendo sugerir, de lo que construimos a base de experiencias: gargajos/arcoíris, excrementos/manjares suculentos, tempestades en las noches/dulces atardeceres.

La verdad es que una acera refleja el universo. Cabe en ella un microcosmos sobre el que leer la fea o hermosa historia del bicho humano a su paso por el tiempo. Tu impronta, la mía, la de todos penetra, como clavadista en el agua, la superficie áspera de una acera que para la mayoría es sólo soporte, lugar donde arrastrar los pies con más pena que gloria.

El otro día caminaba con Daniel entre la Foch y la Wilson y una flor machacada yacía en el suelo junto a una lata de cerveza. ¿Qué significa? ¿Qué supone un cuadro así? ¿La nada, la muerte, el gris absoluto de lo que ya no es? Luego, dos cuadras más allá, una moneda de veinticinco centavos apenas lograba distinguirse bajo una fina capa de arenilla. Mi hijo pudo verla, corrió feliz hacia ella y la guardó en un bolsillo. ¿Qué significa esto otro?, ¿qué de fantástico encierra este encuentro? De todo, hay de todo en la acera dispuesta como si nada en las orillas de la calle.

¿Es de antemano detestable un gargajo en plena vía? Lo es, claro, pero si te pones a pensar  existe ahí un tono, una gradación cromática que obsequia colores jamás vistos. Esputos de matices infinitos, de verdes a amarillos a morados abriéndose en abanico sin principio ni fin. La acera otra vez haciendo de las suyas, encaramada sobre el hecho sorprendente que la transforma en entraña, tubo digestivo por el que atraviesan el hombre y sus circunstancias.

Dice el diccionario: Acera: “Orilla de la calle u otra vía pública por lo general ligeramente elevada y enlosada, situada junto a las fachadas de las casas y particularmente reservada al tránsito de peatones”. Mentira, el diccionario es un máquina de fabricar embutidos, salchichas de ardides de todos los tamaños. Y para remate: Gargajo: “Mucosidad formada en las vías respiratorias que se expulsa por la boca”. ¿Habráse visto tamaña necedad? ¿Puedes creer ficción de tal calibre?

Acera y universo o gargajo y esmeralda, ahí está el detalle diría el buen Cantinflas. Un gargajo en una acera implica dinamita a punto de estallar, lo cual trae a colación eso de que vivimos a expensas de ciertos mecanismos muy bien aceitaditos, o lo que es lo mismo, piezas de relojería únicas, algo así como la “patafísica del escupitajo”, con perdón de lo pomposo.

De buenas a primeras un gargajo es a una rosa lo que sobaco a diadema, consideración arrastrada por los pelos en medio de este caleidoscopio que es la calle. La escatología de la vida cotidiana danza entre engaños y verdades relativas porque, dime tú, ¿qué es más asqueroso, un salivazo flemático en la acera por la que transitas o la predecible, expectorada respuesta de algún hijo de puta ante cualquiera que muere en una esquina?

Un gargajo en una acera guarda adentro más respuestas que mocos dando grima. Un gargajo sobre el lienzo de la acera marca a la perfección buena parte de la historia que hemos tejido a fuerza de dentelladas, golpes bajos o sacrificios de mil y una raleas. Un gargajo, qué más da, llave maestra para irnos descubriendo con el lente de lo contemporáneo, del aquí y el ahora, a plena luz y sin muchas náuseas que digamos, siempre con el arma en la sien de eso que alguien denominó género humano.

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