Vive l’Euro?

Lucrezia Reichlin

LONDRES – La victoria de Emmanuel Macron en las presidenciales francesas del 7 de mayo inició una onda de entusiasmo acerca del futuro de la Unión Europea y de la eurozona en particular, debido en parte a que Macron impulsó una clara campaña en favor de la UE, y salió ganando por ello. Pero también porque la amenaza de un gobierno populista en uno de los estados fundadores de la UE es ahora un asunto del pasado, al menos por el momento.

Sin embargo, no se debe confundir un entusiasmo renovado con una confianza inquebrantable. Como seguramente entiende Macron mismo, la viabilidad de largo plazo de la UE depende de que el “proyecto europeo” atraiga a sus ciudadanos más que a sus líderes. En consecuencia, estos deben aprovechar esta oportunidad (y probablemente lo harán) para revitalizar iniciativas que busquen dar respuesta a los retos sobre seguridad, migración y crecimiento.

Sin embargo, hay un elefante en la habitación: la necesidad de reformar la gobernanza de la eurozona. Por el momento, no es prioridad para los líderes de Francia, Alemania u otros países, lo que en parte refleja un menor riesgo de inestabilidad financiera, pero la “fatiga reformista” entre los miembros también es un factor. En los últimos años se han paralizado las iniciativas de desarrollo de instituciones de la UE. Para avanzar más, los países del bloque tendrán que aceptar un grado de distribución del riesgo, lo que será posible solamente con más campañas y, posiblemente, referendos nacionales. Por ahora, la conveniencia política favorece el statu quo.

Pero la victoria de Macron da a la UE solo un respiro momentáneo. Para que exista una UE sólida sigue teniendo que haber un euro estable y creíble, y queda mucho trabajo por hacer para asegurar su viabilidad en el largo plazo. Si la economía de la eurozona enfrentara una crisis grave hoy, estaría mal preparada. Tarde o temprano será necesario un gran pacto entre las dos mayores economías de la eurozona, Francia y Alemania. Mientras tanto, se debe impulsar la búsqueda de soluciones técnicas a los males del euro.

Estas iniciativas deberían orientarse por unos cuantos principios clave. Para comenzar, las reformas a los marcos fiscales y financieros de la eurozona se deberían basar menos en reglas y más en el discernimiento. La experiencia de la eurozona durante la reciente crisis financiera (especialmente comparada con la de los Estados Unidos) recalcó la necesidad de una toma de decisiones rápida y flexible por parte de los gobiernos, no solo de las autoridades monetarias.

Sin embargo, para que el público apoye un cambio así hacia el discernimiento por sobre las reglas, el sistema de gobernanza fiscal para los miembros de la eurozona debe estar sujeto a una verdadera disciplina de mercado. Por tanto, uno de los pilares de la gobernanza de la eurozona reformada debería ser un marco de restructuración de la deuda. Un marco así se podría administrar bajo los auspicios del Mecanismo de Estabilidad Europeo, complementando su mecanismo de préstamo en caso de crisis.

Considerando la herencia de alto endeudamiento de muchos de los estados miembros, la transición a un marco de estas características podría ser altamente desestabilizadora. Para evitar problemas, se debería crear también una especie de agencia de gestión de la deuda –posiblemente también bajo los auspicios del MEE- con el mandato de adquirir deuda de los estados miembros por sobre un umbral determinado. Existen propuestas sobre la mesa para un plan así, aunque cualquiera que se adopte tendría que incorporar algún tipo de garantía limitada conjunta por parte de los estados miembros.

Y aquí radica el principio más importante que debe guiar la reforma a la gobernanza de la eurozona: los cambios se deben buscar de la mano con reformas políticas que fortalezcan la legitimidad de las decisiones que impliquen distribuir el riesgo entre países. Solo entonces la eurozona puede lograr un equilibrio estabilizador entre la disciplina del mercado y cualquier medida que apunte hacia una distribución del riesgo, por limitada que sea.

También es posible alcanzar un compromiso similar para el marco financiero de la eurozona, en particular el tratamiento del riesgo soberano en los balances de los bancos. Así se alejaría a la UE de la situación actual, en que todos los bonos soberanos denominados en euros reciben el mismo trato, independientemente de la posición de deuda del emisor.

La diversificación también se podría fomentar con un nuevo conjunto de ideas, con la meta de fortalecer la disciplina del mercado. Una de ellas contempla la creación de obligaciones de deuda garantizadas (ODG) respaldadas por deuda soberana. Si bien para las ODG no serían necesarias garantías conjuntas, ayudarían a aumentar la disciplina de mercado al tiempo que facilitarían la implementación de la política monetaria por parte del Banco Central Europeo. En este sentido, una propuesta que recientemente se hizo ante la UE es un paso bienvenido.

Es necesario abordar dos temas adicionales. El primero es completar la unión bancaria de la eurozona, que contendría normas bancarias comunes y un fondo de resolución creíble. Sin embargo, dada la falta de voluntad política para avanzar en este aspecto, puede ser sensato comenzar por centrarse en soluciones a nivel nacional que, de funcionar, puedan allanar el camino para lograr acuerdos en el nivel de la eurozona.

El segundo y último tema es la creación de una capacidad centralizada para asegurar que haya un estímulo fiscal adecuado en el nivel de la eurozona. Aquí también falta voluntad política, pero con una agencia de gestión de la deuda real y un régimen para gestionar deuda heredada, la capacidad fiscal de los estados miembros, recién liberada, podría reducir la necesidad de una solución así de centralizada.

Si se han de adoptar los compromisos relativamente conservadores que se describen arriba, los ciudadanos de la UE deben participar del proceso de toma de decisiones, lo cual es particularmente cierto para las propuestas con un mayor papel de MEE y garantías conjuntas para la posesión de bonos soberanos. Más aún, para hacer cambios de esta escala sería necesario dar más responsabilidad al subgrupo del Parlamento Europeo que representa a los países de la eurozona.

Como hemos visto con el referéndum del Brexit en el Reino Unido, dar a los votantes demasiado poder para normar el proyecto europeo puede ser contraproducente. Pero como Francia acaba de demostrar, puede que la parte fácil sea vender al electorado la integración a la UE. La gobernanza fiscal será la prueba de fuego del poder de permanencia del euro.

Fuente: Project Syndicate

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

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