LOS FORAJIDOS
PABLO ESCOBAR, EL CHAPO GUZMÁN, MANUEL ANTONIO NORIEGA Y NICOLÁS MADURO
Se hace urgente y necesaria una intervención internacional capaz de neutralizar al régimen forajido en todos sus terrenos, imponer el desalojo, facilitar la constitución de un gobierno de salvación nacional y dar los primeros pasos hacia la transición. Si dicha intervención se cumpliera bajo un acuerdo multinacional y el respaldo de las Naciones Unidas, tanto mejor. La suerte está echada. El mal debe ser extirpado de raíz. Mañana podría ser demasiado tarde.
Antonio Sánchez García
Twitter: @sangarccs
Los cuatro personajes arriba señalados pasarán a la historia del crimen como malhechores famosos que conmovieron a sus países, inclusive a la región – Latinoamérica – y al mundo. Frente a los cuales los gánsteres de Chicago fueron figuras de comiquitas de un mundo en blanco y negro, ya traspapelado y fuera de circulación. En su momento, fueron los mascarones de proa de la más productiva industria del mundo contemporáneo: el narcotráfico. Acumularon potentes fortunas y pusieron en jaque a las principales potencias del mundo contribuyendo a demoler sus certidumbres morales y corroer sus bases éticas de sustentación. Terminaron demostrando que El Dorado, efectivamente, se encontraba en las selvas colombianas, pero el tesoro que ocultaba no se encontraba en las minas y en los ríos sino en los plantíos: era un alcaloide tropano cristalino elaborado a partir de las hojas de la coca, un arbusto eritroxiláceo convertido químicamente en benzoilmetilecgonina, un polvo blanco y sedoso como el talco vulgarmente llamado coca o perico. Sustancia que aspirada en pequeñas dosis por las fosas nasales es capaz de elevar las energías y sensaciones neurológicas a su enésima potencia y permitirle al consumidor la ilusión de la que la vida no es tan miserable como pareciera. Una ilusión de consecuencias mortíferas: aún no se realiza el balance de la degradación humana de sus consumidores ni los asesinatos, robos, asaltos y crímenes de toda naturaleza – los político electorales no son los menores – que se deben a su consumo ni los actos de terror y violencia financiados con el producto financiero obtenido de su tráfico internacional. Si no fuera por ella, las guerrillas colombianas se hubieran extinguido hace décadas, Cuba hubiera vuelto al redil de la libertad y Venezuela estaría disfrutando de la libertad que ansían sus naturales.
Porque una profunda diferencia contrasta el sentido y función de los traficantes señalados. Escobar Gaviria y el Chapo Guzmán eran delincuentes comunes, que gracias a los inmensos volúmenes de coca traficada, las organizaciones delictivas supranacionales que montaran para llegar a sus consumidores y los miles de millones de dólares que fueron capaces de poner en movimiento, incidieron directamente en el universo político mediante la corrupción de los aparatos de seguridad y las élites políticas de sus naciones – Colombia y México – mientras que los otros dos, Noriega y Maduro harían del narcotráfico el eje de su actividad política misma. Si bien, justo es reconocerlo, Noriega se movía a un nivel más bien pedestre, aldeano y local, poniendo en peligro la estabilidad de uno de los lugares estratégicos más importantes del mundo: el canal de Panamá. Y un coqueteo con el castrocomunismo cubano. Maduro, en cambio, es la representación del castrocomunismo cubano mismo, la articulación de los tres ejes del mal – narcotráfico, terrorismo y comunismo internacional – y capo máximo del estado forajido que controla todos los resortes del poder en un país estratégico, como Venezuela.
Las consecuencias son obvias: Escobar Gaviria y el Chepo Guzmán pudieron ser enfrentados y neutralizados a nivel local por los aparatos militares y policiales de México y Colombia. Constituían un problema estrictamente policial. Noriega, que ejercía el control del estado panameño, debió serlo mediante la acción directa del gobierno de los Estados Unidos y la intervención fulminante de sus fuerzas armadas, que no vacilaron en invadir Panamá, detener a Noriega y llevárselo a los Estados Unidos, donde fuera enjuiciado, condenado y encarcelado hasta su muerte. Maduro es un problema de criminalidad política muchísimo más grave y complejo que el de Noriega; encabeza un estado forajido terrorista y narcotraficante, es la base de la infiltración del terrorismo islámico en América Latina y constituye, por todo ello, un grave riesgo a la seguridad de los Estados Unidos y del hemisferio. Todo retardo en asumir y enfrentar el problema lo agrava hasta límites intolerables. Es un cáncer político social que debe ser extirpado con la mayor urgencia y a la mayor brevedad.
Se han agotado los medios de intervención pacífica, política y diplomática. Que jamás tuvieron otro efecto que entrampar a la oposición y darle tiempo al régimen forajido. Se ha llegado a un punto de tranca impuesto por Cuba y sus aliados, que han paralizado la acción mediadora tanto de los miembros de la OEA como del Vaticano, ante el agravamiento de las tensiones internas, agudizadas por la insurgencia popular y la fractura del bloque dominante. Se hace urgente y necesaria una intervención internacional capaz de neutralizar al régimen forajido en todos sus terrenos, imponer el desalojo, facilitar la constitución y de un gobierno de salvación nacional y dar los primeros pasos hacia la transición. Si dicha intervención se cumpliera bajo un acuerdo multinacional y el respaldo de las Naciones Unidas, tanto mejor.
La suerte está echada. El mal debe ser extirpado de raíz. Mañana podría ser demasiado tarde.