Violencia, perdón y olvido

La tragedia venezolana ha venido a poner de manifiesto el estado de barbarie que subyace a la conciencia universal, el nivel de complicidad, cobardía y pusilanimidad que afecta a la humanidad cuando el que sufre es el vecino. Y lo más aberrante: la supervivencia de ideologías fundadas en el ejercicio de la violencia que sostienen a quienes hacen hipócritamente de la defensa de lo humano su portaestandarte: las izquierdas marxistas. Que tras siglo y medio de existencia permea incluso las más altas instancias de esa desgraciada conciencia universal.

Antonio Sánchez García

 

@sangarccs

            No es violencia “desproporcionada”, como sostienen en los foros internacionales en un medio tono como íntimo, cortés y diplomático algunos observadores y políticos extranjeros críticos del régimen venezolano. ¿En qué consiste, cuál es la esencia de la violencia, cuando es “desproporcionada”? ¿Cuál la “proporcionada” que se puede poner en acción sin ofender las buenas conciencias de gobiernos extranjeros, dirigentes regionales y medios internacionales? ¿Dónde yace la raya roja que separa la violencia proporcionada de la violencia desproporcionada? ¿Yace en los medios y formas de ejercerla o en los fines que se persiguen cuando se las pone en práctica?

La proporcionalidad del ejercicio de la violencia oficial yace en el exacto límite que separa una democracia de una dictadura. Pues estemos claros: toda violencia ejercida en defensa de un régimen criminal es desproporcionada. Sea apalear manifestantes, derribarlos con chorros de agua disparados como cañonazos a tan alta presión que pueden provocar fracturas craneales o rotura de vértebras, gasearlos con bombas lacrimógenas situando a sus víctimas al borde de la asfixia o directamente del paro respiratorio. No hablemos de los disparos de esas bombas a bocajarro con el fin de volar un ojo, horadar el pecho, trepanar el cráneo o provocar un ACV.

Empujar a la muerte hasta obtenerla: eso es violencia desproporcionada. Es más: desproporcionados no son los medios con que una dictadura impide su remoción y ancla su vileza: razias, detenciones, persecuciones judiciales, condenas por delitos imaginarios, torturas carcelarias. Incluso: asaltos a recintos privados, incendio y destrucción de vehículos, disparos a ventanas y balcones tras los que se supone a ciudadanos opositores. Desproporcionada, digámoslo de una vez, así los gobiernos de Bolivia, Ecuador, República Dominicana, y algunas insignificantes islas caribeñas lo nieguen y se opongan a censurar la peor de las dictaduras existentes hoy por hoy en el hemisferio,  es la dictadura venezolana misma. Proporcionada, por el contrario, sólo lo son la democracia y la convivencia pacífica. Así Nicolás Maduro vistiera sotana y luciera rostro angelical, un oxímoron, el régimen que administra y la tiranía a la que sirve son esencial, existencial, metafísicamente desproporcionados. Así lo son, además de los gobiernos mencionados, las izquierdas proto dictatoriales de la región, de España y del mundo, aunque lo consideren lo más normal del mundo, incluso un ideal a perseguir, como lo plantea Pablo Iglesias y la Izquierda Comunista española, o los comunistas, socialistas y radicales chilenos. Por poner dos notorios ejemplos.

Desproporcionada es la figura misma de ese ser anodino y banal, para usa el término con el que la pensadora judío alemana Hannah Arendt calificara al carnicero de Auschwitz – la banalidad del mal – , desproporcionado es el rostro de Raúl Castro como lo era el de Fidel Castro. Desproporcionados son los asesinos consuetudinarios del cortejo que acompañaba a Hugo Chávez: Pedro Carreño, Diosdado Cabello, Tarek El Aissami, Cilia Flores, Iris Varela.

            No es violencia simplemente desproporcionada, que se sale de cauce, como pretenden las cancillerías del hemisferio, el Departamento de Estado o el Vaticano. Esos colchones de la conciencia pública siempre a la rastra de los acontecimientos, siempre a años luz del sufrimiento de la gente, siempre políticamente “correctas”. Así frente a sus amplios ventanales mediáticos se despliegue el campo de batalla de avenidas y autopistas ensangrentadas sobre los que un Estado forajido, terrorista y narcotraficante asesina a sus ciudadanos para mantenerse en el Poder. Es guerra. Una guerra absolutamente asimétrica. Terror de Estado aplicado con contundencia, saña y alevosía contra inermes manifestantes que hacen del coraje, el honor y la osadía norma de acción y conducta. Unos metafóricos escudos de cartón contra lanza granadas y fusiles de repetición de alto calibre. Adquiridos en Rusia o en China – como esos carros de combate, esas tanquetas lanza agua negociados en millones y millones de dólares a vista y paciencia del mercado internacional de armas a sabiendas y con plena conciencia de que no sirven a la defensa de ningún territorio nacional, sino al aplastamiento de los demócratas en una unilateral guerra interna. Fusilamientos a corta distancia ejecutados con el fin de asesinar a mansalva a quienes juegan a la guerra con la generosidad de niños que creen en la verdad, en la justicia, en el honor. Asesinados a cuenta gotas pero con tozudez y porfía por unos mercenarios que no creen en nada más que en sus instintos homicidas y la paga que puedan obtener en premio a su vesania.

            ¿Por qué en el ámbito internacional el asesinato de ciudadanos inermes por parte de un Estado asesino, deslegitimado, ilegal y tiránico, puede ser defendido y respaldado sin que ello acarree ninguna sanción? ¿Por qué una isleta caribeña o una republiqueta centroamericana o andina pueden impedir, paralizar y boicotear el ejercicio de la justicia internacional contra un Estado forajido y asesino, sin que dicha acción criminal les acarree a sus cómplices la más mínima sanción?  ¿Ante la violencia asesina institucionalizada en los foros internacionales perdón y olvido?

            La tragedia venezolana ha venido a poner de manifiesto el estado de barbarie que subyace a la conciencia universal, el nivel de complicidad, cobardía y pusilanimidad que afecta a la humanidad cuando el que sufre es el vecino. Y lo más aberrante: la supervivencia de ideologías fundadas en el ejercicio de la violencia que sostienen a quienes hacen hipócritamente de la defensa de lo humano su portaestandarte: las izquierdas marxistas. Que tras siglo y medio de existencia permea incluso las más altas instancias de esa desgraciada conciencia universal.

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