EL CAMINO DE LAS ARMAS
“Es allí cuando me surge, inevitablemente, la pregunta que late en los corazones de millones y millones de venezolanos: ¿a qué esperan los países amigos de la libertad y la democracia para dejar de lado las consideraciones y mezquindades diplomáticas y decidir de una buena vez intervenir en nuestro conflicto y enfrentar a las tropas cubanas que nos invaden, a las pandillas de delincuentes que nos acosan y asesinan, a los generales narcotraficantes que nos humillan y a los bravucones enriquecidos a las sombras del saqueo a los dineros públicos?”
Antonio Sánchez García
@sangarccs
La de Nicolás Maduro no es una declaración de principios: es un excusa. Tiene perfecta conciencia de que con Chávez se murió la vía pacífica y electoral, mantenida a flote a punta de clientelismo y fraude, compra de conciencias y garrote petrolero. Una vía de muy corto aliento, pues sin la intervención mafiosa del hijo del secuestrador, jamás ganaba el Referéndum Revocatorio de 2004. Pero sostenida a flote gracias a su potencia carismática. Una mezcla de mafia institucionalizada en el CNE, compra de encuestas – cual más cual menos, de Schemel a Luis Vicente León, salvo rarísimas excepciones, todos los encuestólogos se enriquecieron hasta el hartazgo con Hugo Chávez – y circo electorero, Chávez pudo mantener la ilusión de una democracia formal. La financiada buena voluntad de los observadores internacionales sostuvo y generalizó la creencia de que era invencible. Y de que el supuesto 50% que le legó a quién designó como su sucesor a instancias de los Castro podría soportar el primer embate.
¿Sabía al designarlo que le asestaba una puñalada trapera a su ficción revolucionaria? ¿Temía que cualquiera de los otros aspirantes traicionar su “legado”? ¿Cuál era ese legado? Sostengo la tesis de que Maduro era la única carta que podía llevar a cabo el encargo más apreciado por Fidel, a quien Chávez se entregara en vida sabiéndose al borde de la muerte: devastar, destruir, aniquilar y arrasar con Venezuela. Ya que jamás podría satisfacer su odio contra los Estados Unidos, se haría a la tarea de conquistar y destruir a Venezuela. Ese, no otro fue el legado asumido por Chávez. Devastar Venezuela, a la que ni él ni ninguno de los suyos le tenía el menor aprecio. Chávez, mucho más que Ezequiel Zamora, se propuso lo que ha sido la aspiración máxima de las llamadas fuerzas revolucionarias marxistas venezolanas desde su fundación: hacer tabula rasa de la Venezuela democrática y liberal. Se lo dijo el ministro Giordani a comienzos del gobierno a Guaicaipuro Lameda: “necesitamos treinta años para terminar de destruir este país y comenzar a construir el socialismo”. De allí la natural designación de Maduro, de quien ni siquiera se sabe a qué país podría amar, siendo un extraño sujeto bastardo de nación.
De modo que cumplida con perfecta lógica y admirable tenacidad la primera parte del encargo – devastar Venezuela hasta hacer de ella tierra arrasada – la segunda parte sólo puede ser llevada a cabo mediante la sumisión, incluso el asesinato sistemático de la oposición: decretar la anexión del territorio y cuanto él contiene a Cuba. Si no por la razón y los votos, por la fuerza de la violencia y las armas. Si fuera posible, sin un solo venezolano vivo.
No es ese, pues, el tema en discusión. En Venezuela, bajo la dictadura de Nicolás Maduro, no se realizará elección futura alguna, salvo esta farsa constituyentista programada para terminar “legal, constitucionalmente” de clausurar la República fundada el 19 de abril de 1810. Si bien, como todos lo sabemos, dicha elección será una no elección. Respaldada en las armas, compradas al más alto precio, la única vía futura es la tiranía, el aplastamiento armado, la represión más desenfrenada y la tiranía. La anexión. Impuesta a sangre y fuego, pasando de un muerto promedio diario a cinco o más hasta llegar directamente al genocidio. Como lo demostrara el caso soviético y el caso alemán: un muerto es una tragedia, un millón de muertos es una estadística. Venezuela pronto será un recuerdo estadístico.
Nada de todo lo dicho es tan difícil de comprender. Y en los hechos, todo el mundo lo sabe, salvo los que no quieren saberlo. Lo asombroso es que los que no quieren saber lo que debieran saber y seguramente saben, no son necesariamente cómplices de los Castro, de Putin, de los chinos, de los sirios o del Estado Islámico. Todos ellos empeñados en hacer desaparecer al Occidente cristiano. Incluido, por cierto, el Vaticano, pues Roma estaría destinada a ser la capital mundial del Califato. Principales beneficiarios de la Venezuela arrasada y reconvertida en provincia cubana. Quienes se niegan a saberlo están en el Vaticano, en el Departamento de Estado, en la Unión Europea, en la Internacional Socialista, en la OEA, en todas las cancillerías de la región. Incluso, lo que bordea el colmo y riza el rizo del absurdo, en la Casa Blanca de Donald Trump.
¿Cree el Sr. Tillerson, Secretario de Estado de Donald Trump, que ha sido pura casualidad que tras tres meses de sistemáticas protestas y un muerto promedio diario la cuota de asesinados haya brincado súbitamente este último viernes 29 de junio a cinco jóvenes fusilados por los mercenarios de Nicolás Maduro? ¿Cree Su Santidad el papa Francisco que es casualidad que se encierre a jóvenes manifestantes en un container luego de hacer explotar algunas bombas lacrimógenas en su interior sellado, en horrendo recordatorio de Auschwitz? ¿Creen los países del Caribe que impidieron una acción de repudio meramente diplomático contra la dictadura que Nicolás Maduro bromeaba cuando reconocía que para terminar de imponerse no tenía otra vía que el genocidio? ¿Cree, en fin, el sociólogo de la Universidad de Nueva York Alejandro Velasco que tiene en la Revista Nueva Sociedad, de la socialdemocracia alemana, su principal instrumento difusor, que señalar todo lo que estoy señalando es una exageración tan irresponsable como la que le atribuye al Secretario General de la OEA, Luis Almagro?
El verdadero mensaje de Maduro, que gracias a una horrenda y ominosa traición dispone de las Fuerzas Armadas para estrangular a nuestro país, que no es el suyo, no va dirigido a sus huestes asesinas, que ya disparan a mansalva y asesinan impúdicamente con el favor de los ejércitos venezolanos. Va dirigida a la oposición. Es un reto maquiavélico que pretende llevarnos al terreno del enfrentamiento y la guerra civil. Perfectamente consciente de que, sin armas, a pesar de ser aplastante, abrumadoramente mayoritarios, no podríamos vencerlo sobre los campos de batalla. Como tampoco él puede cumplir el encargo de los Castro asesinando a treinta millones de venezolanos. Es el trágico impasse en que nos encontramos.
Es allí cuando me surge, inevitablemente la pregunta que late en los corazones de millones y millones de venezolanos: ¿a qué esperan los países amigos de la libertad y la democracia para dejar de lado las consideraciones y mezquindades diplomáticas y decidir de una buena vez intervenir abiertamente en nuestro conflicto y enfrentar a las tropas cubanas que nos invaden, a las pandillas de delincuentes que nos acosan y asesinan, a los generales narcotraficantes que nos humillan y a los bravucones enriquecidos a las sombras del saqueo a los dineros públicos? ¿Por qué Siria sí y Venezuela no? ¿Por qué Afganistán sí y Venezuela no? ¿Por qué Irak sí y Venezuela no? ¿Por qué Grenada sí y Venezuela no? ¿Por qué Panamá sí y Venezuela no? ¿Por qué Haití sí y Venezuela no?
No tengo la respuesta. Quisiera tenerla.