No sé qué estén expresando otros articulistas sobre el horror venezolano. No me interesa. No los leo, he decidido no hacerlo, no quiero intoxicarme de dolor, más dolor, tengo suficiente con el mío.
Un dolor que crece cuando nos cachetea frente al espejo la memoria de las advertencias desoídas, de los clamores obviados, de los avisos burlados. ¿Exagerábamos? Qué carajo íbamos a estar exagerando, nos quedamos cortos: nunca imaginamos que la manera chavista de acabar con los niños de la calle era asesinándolos vilmente con disparos en la cabeza o en el corazón.
De cualquier modo, sabíamos que el chavismo nos arruinaría, lo expusimos, lo gritamos, nos llamaron “radicales”, “apocalípticos”, sin embargo, Venezuela hoy es un radical Apocalipsis.
Y lo que falta.
El momento de la rebelión
Es demasiado tarde para quejarse, es vano hacerlo, el holocausto venezolano –causado por el chavismo– cunde cada espacio de nuestra existencia. No nos queda más remedio que luchar; luchar y vencer.
¿Lo haremos? Pienso que sí, me genera dudas la actitud del Ejercito, pero pienso que la solidez y convicción, la fuerza moral, con que se está luchando en cada rincón de Venezuela nos hace imbatibles. Lo multitudinario y nacional de las protestas complica que las fuerzas asesinas del chavismo las dominen.
Va a llegar el momento de llamar a la rebelión nacional total y no habrá fuerza capaz de detener a toda Venezuela en las calles ocupando los poderes públicos y clamando libertad.
El chavismo tiene fecha final: el 30 de julio de 2017.
¿Fin del chavismo?
En los próximos meses se define el destino del chavismo –y de Venezuela– que pareciera llega a su final. La única manera que tiene de conservar el poder sería una masacre humana sin precedentes en nuestra historia reciente.
La rebelión popular contra la peste chavista después de casi cien días de lucha está intacta y crece. Ha sobrellevado todas las dificultades y penas con certeza y heroísmo, algo nunca pensado ni visto. Pareciera que nada detiene la rebelión popular, ni siquiera la consternación y angustia que nos producen las decenas de muertos.
Ellos, nuestros mártires, han renovado nuestra convicción y fuerza.
Los niños héroes
Cada niño héroe asesinado es una lanza de rencor que se nos clava en el centro del pecho, una corona de espinas en la mirada, clavos que se incrustan en nuestras manos y nos crucifican en la cruz histórica que representa el chavismo.
Ellos, los niños héroes, han tenido que martirizarse por Venezuela, por nosotros. Ver cómo los atacan sin piedad, como los persiguen y encarcelan, como le disparan a mansalva, como los encierran y hacinan en un camión para intoxicarlos con gas y torturarlos, ver como les disparan en la cabeza o en el corazón para asesinarlos, ver sus rostros apagados o sonrientes cuando mueren, ha sido demasiado, simplemente demasiado.
Quien asesina un “niño héroe” entierra un ideal, aniquila un sueño familiar y deja sin respiración el futuro.
La batalla final
Tenemos hasta el 30 de julio de 2017 para dar fin al chavismo, esa peste bubónica que intoxicó nuestro siglo. Es una fecha culminante, podría ser un “ahora o nunca” para recuperar al país de las devastadoras y asesinas garras que nos ha impuesto el narcotráfico. Habrá que dar el todo por el todo.
No hay excusas, estamos ante la batalla final de la Venezuela libre. No será fácil librar esta última batalla, será dolorosa, cruel, inhumana, desgarradoramente triste, pero hay que librarla. No tenemos opción. La palabra libertad deberá sustituir a la palabra chavismo.
Yo volveré a Venezuela para participar en la gesta liberadora o para enterrarme en mi tierra. Pero confieso que soy optimista, estoy convencido de que alcanzaremos la anhelada libertad. Lo lograremos.
Millones de próceres estarán en las calles. Haremos historia. Venceremos. Para que el dolor cese. Para que el bienestar prevalezca. Nuestros niños héroes son nuestra fortaleza e inspiración.