Dictadura contra las cuerdas
Por
Hector Schamis
Leopoldo López se entregó voluntariamente el 18 de febrero de 2014. Aquel gesto mandeliano tuvo algo de premonitorio. Que, al igual que Nelson Mandela, él también pasaría de presidiario a presidente en un viaje sin escalas. Es la premonición que persigue a su carcelero, la pesadilla que le acompaña cada noche.
Oficial del ejército y Presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello también se constituyó en oficial de justicia al arrestar personalmente a Leopoldo López. Los tres poderes del Estado fusionados en su persona—a propósito de cómo definir la palabra dictadura–y, sin embargo, tan débil. Y hoy reconoce esa debilidad.
Es que acaba de entregar a su rehén predilecto, no por ser magnánimo sino por necesidad. Tal vez, ahora sí, sea el comienzo del fin. Leopoldo López en su casa—si bien no en libertad—es el síntoma inequívoco de un régimen desesperado. Es un boxeador contra las cuerdas tratando de recuperar oxígeno, rogando que esa campana suene de una buena vez y pueda llegar a su rincón.
Los segundos finales de ese round son eternos para un boxeador sin aire, sin piernas y con los reflejos adormecidos. La división en el chavismo, las defecciones, las acciones de los paramilitares que se vuelven en contra. En ese momento no debe interrumpirse el uno-dos. En realidad lo contrario: al estómago y ese boxeador se desploma hacia delante. Allí no hay cuerdas.
El uno-dos es la calle. Después de muchos intentos de negociación espuria—mandar a Leopoldo a su casa a cambio de que ordene enfriar la calle—es la calle quien hoy manda a Leopoldo a su casa y libera a otros presos. Es la vieja lección de los textos: protesta ciudadana, unidad de la oposición y presión internacional. Así caen las dictaduras. El uno-dos (y tres) al estómago.
El proceso nunca es lineal, pero está en marcha. La sociedad tuvo sus momentos de movilización seguidos de apatía y desesperanza. Hoy la calle es de esos jóvenes que comienzan a darse cuenta que arrinconaron al régimen en tan solo cien días. Nadie les va a decir que se desmovilicen ahora. Mucho menos Leopoldo López, no sería la racionalidad de un político de raza.
La oposición está unida. Muy atrás quedó el colaboracionismo de Un Nuevo Tiempo, los cálculos egoístas de pretendidos candidatos, las indecisiones de los dirigentes sin experiencia. Pues ellos aprendieron la lección. Se foguearon en cien días que valen mil.
La presión internacional está cohesionada. Los informes de Almagro son hoja de ruta, en tanto son testimonio detallado de lo que ya ocurría hace dos años. Están disponibles en la misma página donde se puede leer la Carta Democrática Interamericana. Resulta que tenía razón, reconocen quienes ya no pueden mirar hacia otro lado, precisamente a la luz de estos cien días.
Muchos usan la noción de guerra civil para pronosticar el futuro. Es errado, no hay dos ejércitos. El régimen actúa como un ejército de ocupación frente a una población civil en resistencia. Francia 1940 es mejor metáfora. Los jóvenes son maquisards venezolanos, solo que armados con escudos de cartón.
Los crímenes cometidos contra ellos también son comparables. El régimen no tiene manera de seguir adelante con su constitución para diseñar un régimen de partido único, ahora menos que nunca. El chavismo comienza a darse cuenta hoy, finalmente, que el poder no es eterno. La transición se hace más tangible.
Al vocero y negociador oficial del régimen, José Luis Rodríguez Zapatero, solo le resta un anuncio por hacer frente a la comunidad internacional: la fecha de elecciones universales, libres, secretas y sin presos políticos. Es decir, la fecha de la liberación del pueblo venezolano.
Hasta entonces, ese pueblo también cumple arresto domiciliario.
Fuente: El País España