Uno de los libros de Fernando Savater que más me gustan es El valor de elegir, publicado por primera vez en el año 2003. Se trata de un estudio nada menos que acerca de la libertad y sus límites. El libro rescata el viejo concepto de la “elección”, la proairesis de los antiguos griegos, que es un concepto fundamental para nuestra idea de la libertad y que por tanto ocupa un lugar central en la ética. Somos libres porque podemos elegir entre una u otra manera de actuar, entre vivir de una o de otra manera, dice Savater.
El autor comienza intentando lo que llama “una antropología de la libertad”. Dice que, a diferencia de los animales, el desarrollo del hombre no está totalmente programado por la naturaleza, sino que hay en él una pequeña parte que escapa a su ADN, y esa pequeña parte supone un salto esencial. “A diferencia de otros seres vivientes, el hombre no está programado totalmente por los instintos”, dice Savater. Lo que nos hace esencialmente humanos es, pues, nuestra libertad de elección. Por eso, nos recuerda, Sartre decía que estamos condenados a ser libres, una frase ya bastante manoseada, pero que no deja de tener su efecto y su verdad. Savater nos lo dice de otro modo: “es la acción lo que define al hombre”.
Escrito en ese estilo tan suyo que combina amena y concisamente su amplia erudición con los argumentos más agudos, Savater echa mano de las autoridades más importantes, de Platón y Agustín de Hipona a nuestros días. Sin embargo, el maestro no pierde de vista en ningún momento a su fuente principal, la Ética a Nicómaco de Aristóteles. En realidad, todo el ensayo parece un desarrollo de las ideas del filósofo de Estagira, quien dedica el libro III de su obra al problema capital de la deliberación, la elección, la voluntad, la virtud y la acción humana. Habiendo distinguido en la Metafísica entre la praxis, es decir, la acción propiamente dicha, y la poiesis, la acción encaminada a la producción de objetos materiales, Aristóteles aplica esta distinción al ámbito de la conducta humana. En la Ética advierte que la praxis es autopoiética, es decir, que la principal acción del hombre es “inventarse y darse forma a sí mismo”, como dice Savater. Es función del ser humano elegir y decidir cómo quiere vivir, según qué valores y principios, y ése supremo acto es lo que llamamos libertad. En otras palabras, es la acción lo que origina y da forma al ser humano.
Claro que la deliberación y la elección deben darse según ciertas condiciones. Casi todos los filósofos están de acuerdo en que fue Sócrates el primero en afirmar que el conocimiento es la condición fundamental de toda elección correcta. Al afirmar que “existe un solo bien, que es el conocimiento, y un solo mal, que es la ignorancia”, Sócrates pensaba que el hombre que conoce el bien inmediatamente lo elige y actúa en función de él. Esta idea, aparentemente ingenua, ha sido profusamente estudiada y matizada. Para Savater, “actuar es en esencia elegir, y elegir consiste en conjugar adecuadamente conocimiento, imaginación y decisión en el campo de lo posible”. Aristóteles, por su parte, decía que solo existen dos cosas que impiden la elección y la acción buena: la ignorancia y la fuerza.
Para Sócrates, pues, la acción buena no solo depende del conocimiento, sino que ella misma es una forma de conocimiento. Escogemos lo bueno no solo porque es bueno, sino porque es bueno para nosotros, nos recuerda Savater. Lo bueno es, pues, lo que conviene a nuestra propia naturaleza. Y al contrario, “la esencia de la maldad no reside más que en la ignorancia moral”, para decirlo con palabras del maestro. El hombre malo, el que practica la maldad, no solo es malo para los demás, sino que también es autodestructivo.
Finalmente, siendo que el hombre es un ser social, el comportamiento bueno tiene también una dimensión colectiva. Esta es la esencia de la política, el actuar colectivo en torno a esos valores y principios que consideramos buenos. Para Savater, estos valores y principios se resumen en una palabra: ciudadanía. “Si hoy debiésemos condensar en una sola palabra el proyecto político más digno de ser atendido, yo elegiría ésta: ciudadanía”. Para el maestro, se trata de una forma de participación social basada en compartir los mismos derechos y deberes. Solo es posible acceder a un sistema de valores ciudadanos a través de la educación cívica, es decir, a través del conocimiento de la ciudadanía.
Hay una cosa que aprendí hace tiempo, y es que nadie sabe para quién escribe. Hace 2.400 años, seguramente Aristóteles no hubiera podido imaginar que tanto tiempo después seguiríamos escudriñando en sus ideas el inalcanzable secreto de vivir unos con otros. Hace catorce años, quizás tampoco el maestro Savater hubiera imaginado que muchos de sus libros seguirían siendo tan útiles a los habitantes de Venezuela, un país que él conoce bien y que está tan cerca de su cariño, especialmente en estos trances.