Me animo a escribirle esta carta como recurso extremo ante el momento de desesperación que vive el país, aún a riesgo de que caiga en el saco roto. Venezuela se halla en una de las encrucijadas más difíciles de su historia. La posibilidad de un estado de violencia desbordado y anárquico se cierne sobre nosotros como una amenaza terrible. No evitarlo sería un acto de insensatez de gran irresponsabilidad.
Con facilidad se pierde la paz de una nación, que tomará luego muchos años, cargados de dolor, odios y sacrificios recuperar.
Es verdad que todos debemos contribuir a la paz, pero quien detenta el poder tiene una especial responsabilidad: lleva en sus manos el rumbo del país, tiene suficiente fuerza para propiciar el desastre o frenarlo.
Los venezolanos estamos cansados, desilusionados, deprimidos e indignados. Creo que lo intuye por la forma como ha frenado algunos procesos electorales mientras propicia otros -como el de la asamblea constituyente-, convocados bajo premisas de representación que permiten obtener una mayoría con el voto de unos pocos, para imponer un proyecto político que el país no está dispuesto a aceptar, que no propicia el consenso, sino la exclusión.
No hay justificación posible para que después de transitar la bonanza petrolera más esplendorosa de nuestra historia, Venezuela esté al borde de la ruina. Ecuador y Bolivia son regímenes afines al suyo, sin embargo allí no se observa la misma debacle económica que impera entre nosotros, por el contrario hay progreso.
¿En verdad usted cree que el 80% de la población venezolana es fascista? ¿En verdad piensa que los siete millones y medio de personas que rechazaron la constituyente están financiados por el imperialismo yanqui?
La sociedad venezolana se ha rebelado y no parece que usted haya percibido la gravedad de la rebelión. El país de progreso de sus arengas es una fantasía para la mayoría. La realidad es gente comiendo de la basura, mortalidad infantil, inseguridad, enfermedad, sufrimiento y muerte. El sector productivo ha sido selectivamente destruido, el Estado convertido en máquina de demolición de todo aquello que alguna vez funcionó, el poder judicial pervertido a extremos inimaginables y la Fuerza Armada asimilada a su partido político.
La gente se cansó y frente a este cansancio solo le queda a usted el recurso de la fuerza, ejercida con una crueldad e indolencia pocas veces vista en nuestra historia. La represión nos ha asesinado, encarcelado, envilecido y ha exaltado los radicalismos de todos lados.
Un pueblo acosado por la brutalidad se alza con lo que puede y la nefasta idea del ojo por ojo, comienza a hacerse apetecible. Presidente, a estas alturas, para imponer su proyecto no le queda otro camino que el ejercicio de una violencia muy extrema en contra de sus conciudadanos. Es un grave error de cálculo pensar que las armas pueden sustituir a los votos.
Me gustaría que el pajarito volviera a hablarle en estos días y le recordará el tiempo en que la pesadilla que padecemos hoy, fue un sueño -debo suponer que honesto- de transformación y cambio en el que una mayoría creyó durante largo tiempo.
Y desde esta reflexión profunda examine cuánto se parece la Venezuela de hoy a los ideales que sirvieron de punto de partida. Los defensores de los pobres de ayer son los multimillonarios de hoy, las nuevas cúpulas podridas, con fortunas construidas sobre el empobrecimiento de una nación.
Presidente, la vida es breve y la eternidad demasiado larga. Cada uno escoge la manera como ha de trascender. Venezuela llegó al llegadero. Le tomó 18 años de progresivo maltrato y abuso, de desmantelamiento institucional y confiscación de la democracia, rebelarse, pero lo ha hecho y no tiene marcha atrás. Ojalá tenga usted el tino de ofrecer una salida a Venezuela que no sea la del incendió y la barbarie, que tanto dolor y sufrimiento ha causado en nuestra historia.