Conocíamos los apartamentos dúplex: esos que tienen dos pisos e intentan imitar una casa, pero con la “seguridad” que ofrecen los edificios. También las literas, que no son otra cosa que una cama sobre otra, ideales para habitaciones pequeñas. Y de pronto, el término dúplex, me resulta idóneo para graficar lo que ocurrirá en el país si las cosas siguen el rumbo que llevan: estamos a escasos pasos de tener un Estado Dúplex. Y permítanme explicarles por qué.
Venezuela, en este momento crucial, está como un candado bloqueado que urge ser abierto. Sin embargo, lo grave del asunto, es que nadie encuentra la llave correcta. Cada bando en disputa está haciendo uso de sus respectivos manojos de llaves para ver con cuál de ellas destranca el cerrojo. Sin embargo, en esta carrera contra reloj, ninguno ha tenido éxito. Tanto el gobierno como las oposiciones siguen sin poder “abrir” lo que a todas luces permanece sellado. El tiempo apremia y las chispas de una implosión social –producto de la miseria y la escasez- están cada vez más cerca de la paja seca.
En medio de este forcejeo, a Maduro le extienden su “poder habilitante”, nombra a una vicefiscal que le tiene el ojo puesto –y las ganas- al cargo que ocupa Luisa Ortega y enfila el resto de sus fuerzas para la celebración de una ilegítima “Destituyente”, este domingo 30 de julio. Por su parte, los diputados de la Asamblea Nacional –un poder en desacato según el TSJ de Maduro- nos tienen en pie de lucha desde hace más 115 días, organizaron una consulta popular para actuar de acuerdo con nuestra voluntad y juramentaron en la Plaza Alfredo Sadel a unos nuevos magistrados para un Tribunal Supremo de Justicia paralelo. ¿Qué viene ahora? ¿Nombrarán los diputados una nueva directiva del CNE, otro Contralor y otro Defensor del Pueblo? ¿Destituirán a Nicolás y designarán provisionalmente un nuevo Presidente de la República? ¿Acaso no son estos los primeros indicios de una dualidad de funciones? Es a esto a lo que llamo Estado Dúplex o País Litera. Que es lo que puede ocurrir si, las partes en conflicto, no encuentran la llave que destranque el cerrojo.
Maduro puso todos los huevos en una sola cesta. Para él, es un asunto de honor, un compromiso con la izquierda del continente, terminar su mandato en la fecha estipulada. Para lograrlo, en vista del escaso apoyo popular con el que cuenta, su urgencia –su imperiosa necesidad- de modificar la Constitución, otrora perfecta, de su difunto padre. Permanecer en el poder es su objetivo, cueste lo que cueste. Sin ese blindaje que le da el cargo, está perdido. Lo esperan ciento de acusaciones y juicios; no solo a él, a su entorno cercano que es, además, su gabinete de gobierno.
Como en política, todo es factible, nos llega información de la reunión entre Florido, los Hermanos Rodríguez –y no precisamente los que cantan boleros- Julio Borges, Manuel Rosales y Enrique Márquez; estos últimos, como representantes de los tres partidos de la oposición que integran la MUD los cuales, abiertamente, están engolosinados con la propuesta de unas elecciones regionales el 10 de diciembre de 2017. Una propuesta que, estoy convencido, no ven con buenos ojos nuestros otros diputados: los más jóvenes, los que en algún momento fueron los líderes estudiantiles de sus universidades. Ellos no pueden estar de acuerdo con estas reuniones, y mucho menos con las “elecciones regionales”, cuando lo que está en juego es el futuro de un país en pleno, el futuro de una sociedad civil que depositó en ellos su confianza y que, mayoritariamente, le dijo ¡NO! a Nicolás y su Destituyente. Una población que les ratificó el poder y la autoridad el pasado 16 de julio para sacar al régimen y nombrar un gobierno de transición. Un nuevo gobierno que, además, hubiera contado no sólo con el apoyo de 90% de los venezolanos sino también con el reconocimiento y el respaldo internacional.
Aceptar unas elecciones para elegir gobernadores en diciembre, organizadas por el CNE que encabeza Tibisay, es aceptar a Nicolás. Es legitimarlo en el cargo y desconocer la voluntad de una sociedad civil que pide a gritos un cambio. Pero, no un cambio de banda presidencial de Maduro a Diosdado. El que no haya entendido, en estas horas cruciales que corren, que lo que está en juego es nuestra democracia, y siga apostando –a espaldas de la ciudadanía que quiere la salida de Nicolás y sus secuaces- que todo se resolverá con elecciones regionales, no está actuando de acuerdo con los intereses del país, sino atendiendo sus ambiciones personales.
La noche del domingo 30 de julio, cuando Tibisay anuncie que “seis” millones de engatusados –sí, aunque sólo haya votado una persona, Lucena abultará las cifras para tratar de acercarse a los 8 millones de venezolanos que votamos en la Consulta Popular- no inmediatamente, como amenaza Cabello; pero sí a los pocos días, el Hemiciclo será oficialmente tomado por la ANC, comenzarán los debates –que pueden alargarse hasta un año y medio- se suspenderán las elecciones regionales –esas por las que una fracción de la MUD está decantándose- y Maduro culminará su mandato gracias al respaldo de ese bloque de la oposición que piensa que Venezuela es solo una o varias gobernaciones.
Los escenarios son variopintos. Estamos montados en el vagón de la incertidumbre, con trayectos que conducen hacia un Estado Dúplex sin precedentes en nuestra historia. Mientras, la sociedad civil sigue protestando en las calles, la oposición no ha asimilado la tragedia política que tiene al frente y el régimen sigue al pie de la letra el manual de procedimientos que les legó Fidel y Hugo. ¿Quién abrirá el candado?