LECCIONES DEL PASADO. ALEMANIA: JEKYLL & HYDE
1939, el nazismo visto por dentro
Es la obra que nos espera: deshacernos del caudillismo, aplastar al militarismo, aniquilar a quienes representan la crueldad y la maldad, o la pusilanimidad y la cobardía de sus cómplices y se afincan en una sociedad llevada al borde de la extinción. No es una tarea fácil. Pero es inevitable.
Antonio Sánchez García
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@sangarccs
A José B. Rodríguez Iturbe
Confieso ser un fiel y leal admirador de Sebastian Haffner, el publicista alemán que ha escrito las más osadas y certeras aproximaciones al fenómeno Hitler, desentrañando los enigmas de esa Alemania contradictoria, extraviada, polémica que lo acompañara en el que bien puede ser considerado el período más turbulento, devastador y extraordinario de su historia. Supe de él en mis años de estudio de pos grado en Berlín, cuando de regreso de Inglaterra luego del fin de la guerra, Haffner había asumido la dirección de la revista de masas más popular y leída de Alemania, Stern. Pero vine a conocer de su gran talento analítico por mi querido amigo Manuel Caballero, quien sabiéndome un admirador de la Alemania en la que me educara me recomendó una obra notable por su extraordinaria brevedad e incomparable hondura: Anotaciones sobre Hitler (Anmerkungen zu Hitler). Reflexiones sobre el abismo alemán, una historia de una nación tan contradictoria, que puede entregarnos las obras más exquisitas de la grandeza cultural europea y sorprendernos con uno de los actos de genocidio más espantoso de la humanidad. Bach y Auschwitz, Goethe y Goebbels, Einstein y Treblinka. Cimas y abismos que marcarán para siempre a Alemania ante la memoria de la humanidad.
Raimund Pretzel, su nombre real, nació en Berlín en 1907, en donde cursó estudios de derecho y ejerció la abogacía. Hijo de un juez que esperaba de su hijo el cumplimiento de su propia carrera y siendo ario, no temía por su suerte si bien se viera obligado a soportar el horror nazi desde su más temprana juventud liberal berlinesa, antes de su acceso al Poder, hasta que en 1938, ya en los albores de la guerra, su vida en su país se le hizo insoportable decidiendo emigrar junto con su novia judía a Londres, en donde comenzó a colaborar como corresponsal en el afamado periódico inglés The Observer. Para protegerse a si mismo y a su familia en el anonimato adoptó el seudónimo con el que se haría universalmente famoso: Sebastian, en homenaje a Johann Sebastian Bach y Haffner, en prueba de admiración por la sinfonía Haffner, de Wolfgang Amadeus Mozart. Era un melómano.
Su primera obra, Alemania, Jekyll y Hyde, la publicó en traducción inglesa en Londres en 1939, con el subtitulo Deutschland, von innen betrachtet, Alemania vista por dentro. Era el balance de sus observaciones sobre el terreno de un fenómeno monstruoso y fascinante, en el que hurgó con extraordinaria y asombrosa perspicacia, adentrándose no sólo en los entresijos de ese aterrador fenómeno de masas que fue el nacionalsocialismo, sino adelantando pronósticos estremecedores sobre el carácter y la naturaleza de Hitler, el Deus ex machina del nazismo, cuyo suicidio predijo con lacerante exactitud con ocho años de anticipación: “El final de Hitler no es una cuestión sobre la que se pueda especular. Como contaba Goebbels, una afirmación de Hitler de la época de la crisis de Strasser, en diciembre de 1932, suena muy plausible. Al parecer, tras recorrer la habitación arriba y abajo sumido en profundas meditaciones, Hitler dijo de repente: ‘Si algún día se derrumba el partido, en cinco minutos pondré fin a mi vida con la pistola’. Cabe pensar que se suicide cuando acabe el juego. Posee exactamente el valor y la cobardía necesarios para un suicidio por desesperación. Además, esta afirmación demuestra lo mucho que le gustan los juegos de azar con apuestas altas. Hitler es el suicida potencial por excelencia. Su única atadura es su ego, y si éste se tambalea, se libra de toda preocupación, carga y responsabilidad. Hitler se halla en la posición privilegiada de un hombre que no ama nada, salvo a si mismo. Le es completamente indiferente el destino de los Estados, los hombres y las comunidades cuya existencia pone en juego.” Su conclusión fue lapidaria: “Esto ya es motivo suficiente para liquidar a este hombre como a un perro rabioso”.
Me asombran las semejanzas y paralelismos del perfil y carácter de Hitler analizados por Haffner, con los que parecieran calcados en Fidel Castro y, en mucho menor medida dada su escasa grandeza pero con similar intensidad, en Hugo Chávez. Entre ellos, la voluntad devastadora, el enfermizo afán de ascenso y arribismo políticos, la absoluta inescrupulosidad a la hora de perseguir y lograr sus objetivos, bordeando siempre el gansterismo, el desprecio por el hombre común, la megalómana intensidad con que identificara su vida con el proceso histórico mismo, y muy en particular el rol de la violencia en el desarrollo de sus estrategias y sus táctica avasalladoras: “La extraordinaria eficacia de su muy rudimentaria propaganda se debe más bien a que Hitler, desde un principio, ha vinculado estrechamente la propaganda, la persuasión y las negociaciones con la violencia y el terror. La violencia, la aplicación permanente, directa y franca de la violencia desnuda para conferir énfasis a cada una de sus afirmaciones y pretensiones es el método de Hitler, del que depende por completo. Su descubrimiento no se debe tanto al genio de Hitler como a la desesperada decisión que tomó en su día de influir en el mundo sin vacilación y sin escrúpulos…Sus motivos son un terco amor propio, la exasperación y una imaginación corrupta…Todo lo demás es táctica y simulación. En la enorme testarudez y falta de escrúpulos de su amor propio hay grandeza, y puede considerarse genial su concepción instintiva y su explotación de determinadas formas de poder. En general, su carácter, cuyos rasgos generales son el encono y un gusto llamativamente malo, es especialmente repugnante, feo y solapado. Carece por completo de bondad, generosidad, caballerosidad, humor y valor. Es una persona miserable, sin dignidad, sin modales y sin verdadera grandeza.” ¿No estamos verdaderamente ante almas gemelas?
En otros capítulos de este fascinante libro, rescatado del olvido tras la muerte de su autor y traducido del inglés por su hijo ante la pérdida del manuscrito originario, Haffner disecciona la naturaleza y estilo de sus seguidores – los nazis – y sus élites – la dirección política de su partido, el NSDAP. La ciega obediencia y la rapacidad, el pandillesco espíritu de cuerpo, su talante hamponil, la insólita corruptibilidad y el saqueo de que hicieron gala sus hombres guardan una semejanza aterradora con la voracidad de chavistas y maduristas. Incluso en su disposición a sacar sus mal habidas riquezas y ponerlas a resguardo bajo el paraguas de entidades financiera extranjeras. La corrupción no es un aditamento azaroso de su sistema de gobierno: es su más auténtica señal de identidad. Por ello, con ellos y sus jefes no caben diálogos ni entendimientos, sino su aniquilación “como a perros rabiosos”: “De ahí que haya que entender al pie de la letra la fórmula ‘guerra contra Hitler’. Desde un principio debe estar claro que esta guerra no puede concluir mediante negociaciones con Hitler, sino mediante negociaciones acerca de Hitler. El hechizo de Hitler se romperá cuando deje de ser tratado como un hombre de Estado y un gobernante, y empiece a ser tratado como el mentiroso que es, cuya eliminación constituye la condición previa para cualquier negociación de paz. Ahora bien, la palabra “eliminación” ha de ser entendida en sentido genuino. Una mera dimisión política…sería absolutamente inútil. Eso sólo significaría un repliegue estratégico hacia una posición mejor resguardada y no eliminaría el poder de Hitler…La eliminación de Hitler, para que sea eficaz, ha de ser total: en el campo político, moral y físico…Si queremos deshacernos de Hitler, ha de ser exterminado en tres sentidos: como institución, como persona y como,leyenda. Hay que eliminar la institución llamada Führer, deshacernos del hombre y echar por tierra la supuesta gloria de sus éxitos.”[2]
Es la obra que nos espera: deshacernos del caudillismo, aplastar al militarismo, aniquilar a quienes representan la crueldad y la maldad, o la pusilanimidad y la cobardía de sus cómplices y se afincan en una sociedad llevada al borde de la extinción. Como bien lo señalara posteriormente Hannah Arendt: con el totalitarismo de sesgo hitleriano no cabe cohabitar. Sólo cabe aniquilarlo. No es una tarea fácil. Pero es inevitable