Inmerso en el dolor ante los ataques terroristas en Barcelona y Cambrils, resulta inviable encauzar el pensamiento a otras cuestiones. Hace trece años fueron Madrid y Leganés los protagonistas. Sólo han cambiado algunos detalles: Daesh en lugar de Al Qaeda, atropellos en lugar de mochilas-bomba, pero los verdugos y las víctimas son las mismas. La infamia yihadista no es justiciera sino oportunista: golpea no por haber hecho nada, sino por ver la oportunidad de hacerlo. Algunos creen que lo hacen para cumplir con la obligación de “llevar la verdad a los infieles” (aún a la fuerza), pero actúan con la misma saña entre los seguidores del Corán. No tienen más misión que infligir espanto.
El terror sólo busca retorcer la moral para convertir al verdugo en víctima, objetivo conseguido en gran medida en algunos medios de comunicación, especialmente de Occidente. En las horas que mediaron entre los sucesos en Cataluña, no faltaron los que trataron de seguir barriendo ideológicamente para casa hablando de los pecados de nuestra civilización, como los fallos en la integración social, como si los pobres estructurales (los de generaciones), los inmigrantes ilegales de países no musulmanes, o las minorías tradicionalmente estigmatizadas (gitanos, judíos, etc.) no sufrieran la des-integración en la misma medida o más.
Desconocemos a esta hora mucha información que las autoridades intentan escamotearnos para no crear desasosiego. Es un error hacerlo, como lo demuestra el hecho de que el segundo atentado encontrara de madrugada a víctimas propicias paseando despreocupadamente a sólo unos kilómetros del primero. Nadie quiere tomar las medidas adecuadas porque son las más impopulares, entre ellas, contar la verdad y mostrar la auténtica imagen del horror, preocupados de la tan cacareada “reacción islamófoba”, que no se produjo ni tras el 11 de marzo de 2004, ni después del 12 de abril de 1985 (cuando el primer y olvidado atentado yihadista en España, con 18 muertos). En términos electorales, sale más barato pecar de inacción que actuar con diligencia, no sea que me espanten a los turistas.
Aunque aún estamos inmersos en la confusión, ya comienzan a aparecer datos de hemeroteca: la CIA había advertido del atentado e incluso del lugar, las autoridades españolas habían recomendado poner bolardos, etc. Tampoco hay que ser vidente para imaginarse que muchos de los terroristas estaban fichados en otros países y en España. Y seguramente el tema intentará utilizarse para otras “guerras santas” nacionales: cada uno hará su agosto como pueda. Es en este trágico momento cuando más hay que destacar la labor de las fuerzas de inteligencia y seguridad españolas que han impedido ataques como estos durante los últimos 13 años ante un enemigo al servicio del mal.