Hace días tuve la suerte de toparme con uno de los pocos libros publicados en el país el año pasado. Se trata de 200 educadores venezolanos. Siglos xviii al xxi, editado por Empresas Polar y UCAB Ediciones bajo la coordinación de Leonardo Carvajal, quien estuvo al frente de un equipo de treinta y cuatro investigadores. No tengo que decir que este volumen de más de setecientas páginas significa un esfuerzo extraordinario en un país con un grado de destrucción de su infraestructura académica y cultural, y con la cantidad de obstáculos y dificultades para cualquier empresa como lo es la Venezuela de nuestros días. Que en medio de una tragedia como la que estamos viviendo un grupo de investigadores se tome la tarea de recoger las semblanzas biográficas de doscientos de nuestros educadores y maestros merece el saludo de la Venezuela inteligente, y constituye un claro indicio de que no todo está perdido.
Una de las cosas que me llamó la atención al revisar el libro es la cantidad de maestros nacidos o cuya vida está relacionada con Mérida. Quise hacer una lista de los educadores que aparecen en el libro, cuyas vidas transcurrieron en los dos primeros siglos de la compilación, XVIII y XIX. La nómina comienza con Fray Juan Ramos de Lora, primer obispo de Mérida y fundador del Seminario de San Buenaventura, que con los años llegaría a ser la Universidad de Los Andes, y termina nada menos que con Mariano Picón Salas, que nació en 1901 y fue sin duda una de las mentes más claras de nuestro siglo XX. Otros educadores presentes en mi lista son el Canónigo Uzcátegui, Monseñor Hernández Milanés, Monseñor José Vicente de Unda, Monseñor Jáuregui, Mario Briceño Iragorry y Caracciolo Parra León. Claro que en Mérida hubo y hay otros grandes maestros, pero estos son los que aparecen en el libro.
En 1778 se crea la Diócesis de Mérida y Ramos de Lora es designado su primer obispo. Sin embargo, no es sino hasta febrero de 1785 cuando finalmente arriba a Mérida. Solo un mes después fundaba el Seminario de San Buenaventura, que en 1789 recibe la Real Cédula aprobatoria y que con los años se convertirá en la actual Universidad de Los Andes. No cabe duda de que la fecha constituye un hito fundamental en la historia de la educación venezolana. Francisco Antonio Uzcátegui, en cambio, sí nació en Mérida. Perteneció a una de las familias más notables de la ciudad. Habiéndose formado en el Colegio Mayor de San Bartolomé de Bogotá, recibió a los 22 años las órdenes y se doctoró en Teología y Sagrados Cánones. Vuelto a Mérida, ocupó el cargo de vicario general y juez eclesiástico de Mérida, desempeñando un importante papel en los sucesos de la rebelión de los comuneros. En 1782 fundó a sus expensas la primera escuela pública gratuita de Mérida, y seis años más tarde fundó otra en Ejido. Tiempo después donaría una casa de su propiedad para que funcionara allí el Seminario. Cuando estallan los sucesos de 1810, el Canónigo Uzcátegui forma parte de la Junta Patriótica de Mérida. Al año siguiente será corredactor de la Constitución Provincial de 1811 y primer presidente de la provincia.
Santiago Hernández Milanés fue el segundo obispo de Mérida. Inició trámites ante el Consejo de Indias para que el Seminario de San Buenaventura fuera elevado a Universidad. A tal fin, reorganizó el Seminario, dotándolo de nuevas cátedras y profesores, proveyéndolo de rentas y promulgando unas nuevas constituciones en 1803. Otro protector de los estudios en Mérida fue José Vicente de Unda, quien fue nombrado obispo en 1835, cuando ya el Seminario se había convertido en Universidad. Monseñor de Unda fomentó además el colegio eclesiástico de Maracaibo, que entonces formaba parte de su diócesis. Años más tarde, Jesús Manuel Jáuregui se formará en el Seminario merideño. Como párroco de La Grita fundó el célebre Colegio Sagrado Corazón de Jesús, inspirado en los sabios consejos que le diera el Papa León XIII y el mismísimo Don Bosco en Turín. En el Colegio de La Grita se formaron importantes venezolanos, incluyendo al presidente Eleazar López Contreras. Otros maestros que estudiaron en Mérida fueron Mario Briceño Iragorry, quien fue profesor en el entonces prestigioso Liceo Libertador, y Caracciolo Parra León, quien se licenció en Derecho Civil y Derecho Canónico, para continuar su vasta carrera académica en Caracas. En Mérida, finalmente, también nació y estudió otro gran maestro, Mariano Picón Salas, uno de los mayores pensadores y ensayistas venezolanos de todos los tiempos.
Todas estas biografías de maestros y educadores merideños giran en torno a un punto en común: la presencia de la Universidad, o bien del Seminario que le dio origen. Todas estas semblanzas nos ofrecen hoy un motivo de reflexión acerca del protagónico papel de nuestras universidades en la construcción de la república civil. Nos invitan a pensar acerca de nuestro irrenunciable deber de preservarlas hoy como espacio plural, abierto y autónomo, indispensable para el progreso y la convivencia civilizada.