Familias nómadas: así es recorrer el mundo con hijos
Patricia García
Renunciar al empleo y a la escuela son los peajes a pagar por los padres y los niños que eligen esta forma de vida.
Ferrán solo tenía siete años cuando reunió a sus padres y a su hermana en torno a una tortilla de patatas que preparó en la cocina de una mujer en Tailandia. El país asiático fue el primero de los veinte destinos que visitaron en familia durante casi dos años «tirando de ahorros». Antes de embarcarse en el largo viaje todos tuvieron que renunciar a algo: Miquel y Sara, los padres, dejaron temporalmente sus empleos; Ferrán tampoco asistió a la escuela a diario como manda la educación obligatoria; y su hermana pequeña, Ona, no aprendió el abecedario en la guardería -pero en esos meses le dio tiempo incluso a empezar a escribir -.
«Presenciaremos en un futuro un nomadismo globalizado en el que la gente busque constantemente movilidad»
Son los peajes que pagan las familias viajeras, a las que la paternidad no retiene, ni sus horarios tornadizos ni el colegio; priman la experiencia y su fórmula de crianza vivencial. Cada vez son más los progenitores nómadas de este siglo que se cargan la casa al hombro en una mochila y recorren el mundo con sus hijos. El sociólogo José Luis Barceló, del Colegio de Sociólogos y Politólogos de Madrid, se atreve a vaticinar que presenciaremos en un futuro un «nomadismo globalizado en el que la gente busque constantemente movilidad. No es nuevo, ya en el siglo XVIII existía. Todo el mundo quería conocer otras culturas, pero ahora hay más capital y mejor distribución de la riqueza. Se ha democratizado».
Miquel y Sara creen que «cualquiera puede hacerlo si sabe cuáles son sus prioridades». ¿Asusta? Sí. Cada familia es única y no hay letreros universales que señalicen el camino: «sigue este sentido para finalizar tu periplo con éxito». Quienes lo han hecho destacan las ventajas del cambio de vida. Los expertos consultados coinciden en los beneficios, pero aseguran por otro lado que «convivir con entornos cambiantes puede suponer un arma de doble filo».
«En la socialización de una persona importa mucho dónde vive -la interacción con la gente y sus costumbres- y el viajero de edad adulta puede asumir bien los cambios, ya está formado. Pero los chavales pueden desarrollar una fuerte dependencia hacia los padres al ser su único patrón de referencia», expone Barceló al hablar del viaje como forma de vida.
Miquel, Ona, Ferrán y Sara en la Gran Muralla China– @Viargeenfamilia
El psicólogo experto en ansiedad y estrés Alberto Jiménez explica, por otra parte, que a nivel académico «los hijos de padres viajeros posiblemente carezcan de una base teórica que necesitarán cuando incorporen a su estudio conceptos más complejos».
Para Barceló, así se crean «mentes más cerradas». Pero Miquel, padre de dos pequeños viajeros, dice lo contrario: «Ahora mis hijos tienen la mente más abierta y muchas referencias» para hacer frente a los prejuicios. «Cuando llegamos a Bangkok mi hijo exclamaba que “¡qué sucio está todo!” Por la arquitectura de la capital, decadente. Posteriormente visitamos Camboya -una de las ciudades más pobres del continente asiático y del mundo donde sus habitantes caminan descalzos por las carreteras sin asfaltar y duermen en casas de paja–. Cuando volvimos a Bangkok después de cuatro semanas en Camboya, Ferrán me dijo: “Papá, ¿por qué ahora está tan limpio?” La ciudad seguía igual, pero él había cambiado la perspectiva de las cosas. «La capital de Tailandia puede encontrarse en un libro, todo lo demás no».
«La capital de Tailandia puede encontrarse en un libro, todo lo demás no»
Además, cuenta Miquel, establecieron nuevas prioridades. «Se dieron cuenta de que se puede vivir con poca cosa. En 18 meses nuestra casa fueron dos maletas. La ropa no se nos pasaba de moda, se rompía de tanto lavarla. Igual el calzado: solo hacen falta un par de zapatos para recorrer el mundo».
Menos materislistas, más curiosos. Así dice Miquel que volvieron a España sus hijos. El psicólogo Alberto Jiménez corrobora que «este tipo de experiencias fomenta una educación centrada en valores y en emociones. Motivación, empatía y capacidad de adaptación». «Fue la pequeña -de cuatro años- quien quiso aprender a leer para saber moverse por los lugares: Nos guiaba encantada por la terminal del aeropuerto, cogía los mapas y hacía de guía. El entorno le motivaba, estaba completamente adaptada», presume este padre viajero.
Solo necesitaron volver a su hogar español en Navidad, porque «los Reyes Magos no les iban a encontrar». Miquel y Ana decidieron entonces hacer una pausa y pasar esas fechas en casa, porque «cuando viajas con niños tienes que adaptarte a su ritmo y no al contrario –para un adulto es más fácil irse que volver, dice-, pero hay que pensar en ellos primero y en que se viaja para disfrutar».
Ruta en coche por el continente europeo
Marc y May son los autores del libro «¿Cuánto falta? Viajar en coche con niños por Europa», y padres de tres hijos que han crecido viajando con ellos en coche por todo el mundo. Pueden defenderse hablando en ocho idiomas y han heredado el espíritu itinerante de sus progenitores. A diferencia de Miquel y Sara, que concedieron durante casi dos años toda la prioridad a los viajes, esta familia los alterna con periodos sedentarios que normalmente hacen coincidir con los cursos escolares de sus hijos.
Marc y May junto a sus hijos en Turquía– ABC
A pesar de que respetan los ciclos académicos para ponerse en ruta, reconocen que «viajando es como más se aprende». O más bien, «es una forma de disfrutar aprendiendo, que es lo que falta en muchas escuelas».
«Les explicamos que nunca van a tener el armario lleno de ropa porque se cansarán de ella, pero que un viaje formará parte de ellos toda la vida»
Según los expertos psicólogos consultados esta es la fórmula perfecta de adquisición del conocimiento: «viajar mucho durante las vacaciones». «Es necesario desarrollar la parte teórica de los conceptos a memorizar, pero también es importante incluir elementos experienciales para asegurar un desarrollo de habilidades interpersonales», expone el psicólogo Alberto Jiménez. José Luis Barceló, sociólogo, apoya esta visión porque dice que así los niños «observan otras culturas en las que no es necesario que lleguen a implantarse pero que es bueno que sepan que existen».
Marc explica que la principal ventaja es la unión que se crea entre la familia. «Durante el invierno te agobia el ritmo de la rutina y no tienes tiempo para más que comentar cuatro tópicos: ¿cómo ha ido el día? ¿Hace frío? ¿Qué tal en el colegio? Pero en el viaje tienes mil horas para hablar de todo, compartir desde sensaciones hasta experiencias. Tiempo de calidad en definitiva».
Como Miquel y Sara, Marc cuenta que los viajes han convertido a sus hijos en personas «despiertas y curiosas». Y no hay lugar para los caprichos: «El “no me gusta” o “quiero un iPhone” está prohibido en casa desde siempre. Les explicamos que nunca van a tener el armario lleno de ropa porque se cansarán de ella, pero que un viaje formará parte de ellos toda la vida».
Trayectos libres de aburrimiento
Es complicado evitar que los niños se aburran en algún momento del viaje cuando se trata de trayectos y rutas tan largos. Las familias que han pasado por esta experiencia han acabado desarrollando una serie de técnicas para mantenerlos entretenidos, por su propio bien y por el de la convivencia. El primer consejo es que «nunca puede faltar comida, un niño con hambre tiende a alterarse». Llevar algo para picar en la mochila puede servir en un momento dado para apaciguar una rabieta.
Para los viajes en coche cuentan que suele funcionar hablar con ellos acerca del destino que van a visitar, cómo es y qué van a hacer allí; darles protagonismo al interpretar las instrucciones del GPS, de esta forma se sentirán sujetos activos en el viaje; escuchar un CD con música elegida previamente por todos; dejarles utilizar algún rato una tablet o un DVD y nunca hacer tiradas superiores a 100 km. Una vez en el destino, facilitarles mapas para que ellos mismos hagan de guía, además de fomentar su motivación, les hace el día más ameno.