El collar de perlas margariteñas de Jacqueline Kennedy
Jacqueline Bouvier, nacida un 28 de julio de 1929, fue epítome de sofisticación y elegancia. Su estampa, siempre ataviada con trapos de alta costura, aleló y embelesó a tutilimundi en su época: incluido a un Kennedy y a Onassis. Fue agua fresca en la Casa Blanca. Su salero no solo cambió la noción de “esposa de jefe de Estado” en Estados Unidos, sino que también hizo sucumbir pueblos y poderes
El sábado 16 de diciembre de 1961, a las 9:16 de la mañana, aterrizó en Maiquetía un avión a reacción: el jet Boeing 707, versión VP137A, marcado con el número 86970, propiedad de la Casa Blanca. Procedente de Puerto Rico, iba piloteado por el teniente coronel James Swindal, oficial de la fuerza aérea de los Estados Unidos y veterano de la dos guerras mundiales. Al ingresar al espacio venezolano, fue escoltado por una escuadrilla de las Fuerzas Aéreas Nacionales.
En la pista se encontraban el presidente de la república, Rómulo Betancourt, su esposa, la primera dama, Carmen Valverde de Betancourt, y una numerosa comitiva que incluía autoridades civiles, militares y eclesiásticas. Estaban allí para recibir a John Kennedy y su esposa Jacqueline, quienes llegaron a Venezuela en la segunda escala de un viaje programado para dar fe del interés del gobierno norteamericano en fortalecer vínculos con América Latina.
A partir de las 8:33 comenzó a cernirse dulcemente una garúa que, según constató el reportero enviado por El Nacional, “era anticipo de la lluvia cerrada que caería” al momento que el notable pasajero de aquella nave pronunciara su discurso de saludo al pueblo anfitrión.
Cuando la nave terminó de posarse, todos estiraron el cuello para ver un mito viviente: una mujer blanca, de 32 años, que en 12 meses había transformado la noción de “esposa de jefe de Estado” y se había convertido ella misma en centro de atracción y operadora política en la labor de acarrearle simpatías a los Estados Unidos, entonces fajado en fragorosa guerra fría con el bloque soviético.
En lo alto de la escalerilla, al lado del presidente John Kennedy, apareció Jacqueline con un traje claro, guantes y zapatos blancos, y un pequeño sombrero que sería motivo de polémica.
Sin detenerse por la impertinencia del clima, Betancourt y Kennedy emprendieron el protocolo que daba inicio a la visita oficial, mientras las respectivas consortes cuchicheaban. Al término de la agenda —que incluyó una interpretación del himno, la revista a las tropas y la irrupción de la pequeña María Teresa Ianneta Hernández, de 5 años, vestida de “llanera”, blusa de faralaos y falda ancha, para entregarle a Jacqueline Kennedy unas orquídeas en una caja transparente— todo el mundo estaba mojado. Y la glamurosa neoyorquina no era la excepción.
“Famosa por su elegancia” escribió Francia Natera y continúa su encomio: “Era inevitable que sus vestidos atrajeran la atención de todos. El de su arribo, color rosado mamón, dividió las opiniones de las esposas de los ministros y otros altos dignatarios. Algunos estuvieron en desacuerdo con el peinado “Jacqueline”, una bomba un tanto exagerada medio sujeta por un pequeño sombrerito blanco. Con este traje mojado —cuando los paraguas aparecieron en el aeropuerto, ya Mrs. Kennedy estaba empapada—, la primera dama de los Estados Unidos saludó a la señora Betancourt: “I’m very glad to meet you”. Y así, toda mojada, entró en el helicóptero que la llevó a la campiña carabobeña. En el hotel Maracay, la señora Kennedy cambió su indumentaria por un traje blanco, de shantung, con doble falda abierta a los costados, que hizo exclamar a todo el mundo: “Esta sí es Jacqueline”.
De Maiquetía los dignatarios pasaron a La Carlota donde, según recuerda una nota del Museo del Transporte de Caracas, “los aguardaban cinco helicópteros marca Sikorsky S58 verde oliva y techo blanco de la US Marines” para llevarlos al interior del país. “A uno de esos helicópteros subieron los presidentes Kennedy y Betancourt, ayudantes militares y civiles, y el traductor. En otro viajaron las primeras damas Jacqueline Bouvier y Carmen Valverde”.
Poco antes del mediodía llegaron a El Frío, estado Carabobo, donde asistieron a la firma del primer crédito del Banco Interamericano de Desarrollo, concedido a 48 familias. De allí volaron a La Morita, asentamiento agrícola ubicado al sur de Turmero, estado Aragua, donde ofrecieron discursos los dos presidentes… y Jacqueline Kennedy, quien se anotó un resonante triunfo al ofrecer una breve alocución en español, lengua que hablaba con fluidez, lo mismo que el francés. Terminado este acto abordaron nuevamente los helicópteros para dirigirse a los campos de golf del hotel Maracay en cuyas instalaciones tomaron el almuerzo.
Mientras se desarrollaba esta intensa agenda, unos periodistas escribían las notas con la noticia de la visita de los Kennedy y otros se apostaban en La Carlota a la espera del regreso de los importantes personajes para hacer seguimiento informativo a su peripecia. En el grupo de La Carlota se encontraba Francia Natera, quien era, a la sazón, una de las periodistas más conocidas del país debido a sus crónicas, llenas de deliciosas observaciones, y a sus audaces avances para conseguir noticias y revelaciones.
Su nota aparecería en la edición de El Nacional del domingo 17 de diciembre, con el título de “Medio día de Jacqueline Kennedy en Caracas”.
“Con una sonrisa favorecedora que le duró de la mañana hasta la noche una Jacqueline Kennedy radiante pasó el día de ayer en Caracas. La sonrisa no pudo ser borrada ni por la inoportuna lluvia del aeropuerto de Maiquetía, ni por el calor de Maracay y ni siquiera por la antipática actitud de los detectives del FBI, que fueron lo único desagradable que rodeó a Mrs. Kennedy”, consignó Natera.
En las horas muertas, Francia Natera se peleó con los efectivos militares que impedían a los periodistas venezolanos estar en la pista de aterrizaje, mientras que se lo permitían a los norteamericanos. Naturalmente, ella impuso su voluntad. Se distrajo conversando con la secretaria de Prensa de la señora Kennedy, Pamela Turnure, a quien hizo “las mismas tonterías que le preguntaban los periodistas de todo el mundo: Sí, la señora Kennedy tiene más secretarias, no soy la única. No, la señora Kennedy no duerme hasta tarde. Sí, trabajamos desde las 9 de la mañana hasta las 7 de la noche”.
En alarde de picardía, Francia escribió: “la señorita Pamela, una rubia muy joven y bastante agraciada, peinada a la ‘Jacqueline’ y vestida con un traje parecido a los de ella, nos contó que había conocido a Mrs. Kennedy porque fue secretaria de su esposo en el Senado durante tres años”. Y agregó que una joven periodista, carente de la diplomacia, que supuestamente ella sí tenía, le preguntó a Pamela Turnure que si ella siempre se peinaba como Jacqueline Kennedy; y que “la rubia Pamela, enrojecida, le aseguró que solo por el día de ayer”.
El trasfondo de esta anécdota, aparentemente anodina, es que se rumoreaba que Pamela Turnure había sido amante de John Kennedy y, de hecho, había llegado al cargo de encargada de Prensa de la primera dama sin tener experiencia en medios. “Sin comentarios”, era su frase más usual frente a reporteros.