Orlay Sandarriaga ocupa desde hace 27 años la misma esquina de Cali con su carrito azul. Tiene una discoteca de más de 17.000 vinilos.
Orlay Sandarriaga tiene un carrito azul y blanco con más de un centenar de vinilos en la calle sexta de Cali. Su pequeño negocio se llama Su artista favorito. Vende una minuciosa selección de joyas de música colombiana mezclada con discos comerciales. Hace 27 años que ocupa de 9.30 de la mañana a 17.30 de la tarde la misma esquina. A punto de cumplir 80, sabe que los tiempos de gloria se acabaron. Solo le quedan los coleccionistas, turistas y algún despistado que pica con las carátulas de Shakira. Su recompensa llega cuando vuelve a casa y se encuentra las más de 17.000 pastas que acumula desde que a los 11 años, con la muerte de su padre, se tuvo que poner a trabajar.
“Era el mayor de tres hermanos y me tocó convertirme en un judío viajero por la región”, cuenta. En los años sesenta se dedicaba a fabricar y vender bolsos de mujer. En esa misma época comenzó a comprar música a los mayores coleccionistas: los carreteros, “los que recogen cachivaches por las calles y en las casas”. Cuando Taiwán y China entraron en el mercado colombiano con carteras a mejor precio, cambió el negocio y se puso a vender los más de 2.000 discos que hasta ese momento había adquirido.
Su primer puesto lo colocó en la calle 15 entre las carreras octava y novena, el lugar reservado en Cali para los vendedores de música. Era el año 72. “Aun tengo el carné de fundador de ese lugar”, dice con la tarjeta en la mano. En aquella década, se dedicó a ampliar la colección con ejemplares de tango (por su herencia de Medellín, la ciudad donde murió Carlos Gardel), boleristas viejos, música tropical, artistas cubanos… Una discoteca de rarezas, pero también pensada para el negocio popular. La rutina fue su aprendizaje. Se metió en todas las asociaciones de salsómanos y melómanos de la región. Se hizo amigo de los mayores expertos en música de Colombia. Siguió viajando, pero cambió de equipaje y a los autobuses se subía con cajas de manzanas con 150 vinilos cada una. “Llegué a vender discos al peso”, reconoce, “quién lo creería ahora”.
El negocio empezó a cambiar en los noventa. “Un distinguido alcalde de Cali, que no es ni grato recordar su nombre, apareció con unos camiones a las dos de la madrugada y arrasó con nuestros carritos”, recuerda. Rebuscó hasta encontrar un nuevo puesto, cambió de calle a su lugar actual y se enfrentó a otro reto: el CD, o como Sandarriaga lo llama, “una novelería del momento”. Recuerda las filas de gente preguntando qué era eso. “Se vendía con furor”, dice. Hasta que los curiosos se dieron cuenta de que en sus propias casas podían piratearlo. “Al CD le reconozco que nos ayudó a conocer una historia de la música que con el vinilo no habríamos podido”. En cuanto al sonido, prefiere el de la pasta, el que le permite escuchar, dice, cada instrumento por separado.
El LP en mínimos. El CD en decadencia. Internet como plataforma para escuchar y producir música. El nuevo siglo auguraba el final del negocio. Orlay Sandarriaga es consciente de que su mundo se muere. Pero cada noche se reafirma en su misión frente a su gran colección de música. No duerme con su esposa en su hogar. Se acuesta en un apartamento en uno de los barrios más complicados de Cali, para vigilar su tesoro. Es el lugar que su bolsillo le permite pagar para guardar sus discos, tres bicicletas de sus años de aficionado al ciclismo y cuatro equipos de sonido.
También le queda la Feria de Cali, los cincos días a final de año donde se junta con otros melómanos a compartir sus recuerdos de la época en que por las noches iban hasta las fábricas de discos para conseguir tiradas piratas de mil ejemplares a mejor precio que los originales. En este espacio “coloca música” y recibe el cariño de los asistentes. “La directora no me hace pagar un peso, lo único que me pide es llevar el carrito”, cuenta. “Si yo cobrara 50 pesos por cada fotografía que se hacen conmigo con el celular, ganaría más que vendiendo discos”.
Orlay Sandarriaga no ha tenido la suerte de vender piezas millonarias. Sabe que los vinilos que ofrece a 20.000 pesos (menos de 10 euros) en Cali, se los pagarían a más del doble en Chile o en Reino Unido. “Uno sigue viviendo de los coleccionistas y de las fiestas. Es como el dicho: ‘Soy payaso de todas las fiestas’. Voy a todas partes con mi música. Esto es lo que me ha venido defendiendo”.
Lo que le envejece cada día, más que la fecha de nacimiento de su carné de identidad, es una frase que le repite su mujer cuando sale de casa:
– “Cuando vos te vayas, ¿qué voy a hacer yo con esa cantidad de música?”.
– “Vea, mamita, eso es muy sencillo, ya sé que mis días están contados. Así que ya me resuelvo a venderlo todo. Lo que me chorrea con cada venta son lágrimas de pura sangre del dolor. Cuando yo falte, amor, coja estos discos, llame a dos o tres personas y los vende. Ya estaré del otro lado y eso no me va a doler”.
Fuente: elpais.com