Un día normal

por 

Laura Argento
Twitter: @lartran

Me levanto como cualquier día y mientras agradezco estar viva por aquello de vivir en una de las latitudes más violentas del mundo bajo el espejismo de la suprema felicidad, hago un repaso mental de las tareas del día entre las cuales incluyo obligatoriamente la de sacar mi “medio dólar” es decir, diez mil bolívares (con suerte) de algún cajero.

Comienzo el vía crucis en las calles de Caracas, donde el escenario es como en cualquier ciudad del país: personas buscando algo de comer en la basura, pidiendo dinero, niños abandonados, colas infinitas.

Procuro mantener el foco y me detengo en el primer cajero que veo. No sirve. Sigo de largo. Me detengo en un auto banco. Me integro a la cola. Los vehículos de pronto pasan rápido por la taquilla. Temo lo peor. El cajero después de saludarme, me hace saber que puedo sacar (ese día) hasta cuarenta mil Bolívares (!!!). Me emociono y es cuando me hace saber: “…pero desde el viernes no tenemos línea”. Genial.

Como si de un chiste se tratara -sentido del humor por sobrevivencia-, nos despedimos regalándonos unas cuantas frases adecuadas al momento que nos hacen reír. Paso por un par de cajeros más en otras agencias sin éxito alguno, hasta que me resigno a continuar sin efectivo.

Decido ponerme en “modo gasolina”. El recorrido por las estaciones de servicio es tan extenso como cuando quise conseguir un cajero funcionando. “No way José”, así que opto por cambiar nuevamente de tarea y me pongo “modo medicina”. Escojo la farmacia con menos gente afuera haciendo cola. Entro y elijo esa que es sólo para preguntar. Llega mi turno y recibo la respuesta que mi membrana timpánica tiene memorizada desde hace mucho tiempo: “No hay”…esa bendita medicina vital para mi hijo que desde hace casi dos años el Seguro Social dejó de distribuir.

Cambio nuevamente la tarea, decidida a lograr alguna de las que tengo previstas. Me pongo “modo mercado”. Mismo procedimiento. Entro en el que no hay cola afuera, asumiendo de antemano que solo encontraré productos inaccesibles para los que cargamos a cuestas a la moribunda (o asesinada?) moneda, el Bolívar.

De este modo, el día transcurre entre lo que quiero hacer y lo que realmente puedo, mientras el sol se esconde y regreso a casa normalmente con las manos vacías. Perdidos en lo estéril hasta para quien sale a cumplir horario, ya que “lo normal” es ver gente de brazos cruzados haciendo nada en sus trabajos porque hasta los que mantienen sus negocios abiertos se ven limitados ante las trabas diarias de toda especie.

De los servicios básicos como luz y agua, mejor me pongo modo “mute”.
Este es nuestro huracán diario, mezcla de Irma con María y José, aunque el de aquí tiene nombre y apellido, esposa, hijos y sobrinos. En Venezuela el terremoto se ha prolongado demasiado. No me sirve el nuevo culpable imaginario creado por los artífices de la iguana-come-cable, un presidente de otro país a quien le atribuyen super poderes como para haber destruido sin tirar un sólo misil y en tan solo nueve meses que lleva en el cargo, al vecino que -dicho sea de paso-, en otros tiempos siempre fue su amigo.

Por mi parte, fui ignorante creyendo que teníamos dirigentes ineptos cuando lo que han hecho es calcular milimétricamente esta espeluznante devastación.
Hemos pagado caro la cuota de irresponsabilidad que a cada uno le corresponde en este pedazo de tierra que compartimos.
De manera forzosa han tenido que separarse las familias al no contar con el mínimo de seguridad que se requiere para simplemente vivir.

El resto del mundo de pronto se nos hizo lejano al convertirnos en un país barbárico y medieval.
A la vez, cualquier rincón de la tierra por más distante que sea, se nos hizo nuestro por el reguero de compatriotas en todas partes. Las desgracias -que también ocurren lejos-, si bien antes eran ajenas, ya no lo son porque todos tenemos un hijo, nieto, mejor amigo, madrina, primo, tío….pasando por el pediatra, ginecólogo y hasta el dentista, viviendo en otro país.
Antes, lo que pasaba más allá de nuestras fronteras, era lejos. Ya no. Ahora también son nuestros los atentados terroristas, así como las calamidades naturales que ocurran en cualquier parte, porque ahí donde pasen, hay un venezolano que se fue buscando con esperanza una oportunidad.

Sólo en libros de historia, así como por el relato de familiares y allegados, supe lo que sufrieron tantos pueblos ante gobernantes despiadados, pero nunca creí que los nuestros y en pleno S. XXI pudieran ignorar con tanta crueldad las necesidades del suyo, del propio. Veinte años atrás no hubiera imaginado que serían capaces de llevar a los límites nefastos que cada uno conoce, la más absoluta falta de escrúpulos. Qué prueba tan grande para el espíritu mantenerse fiel a principios y valores cuando de la nada se goza de poder. Nos ha tocado ser testigos de lo que sucede cuando le sumamos a eso, abundantes riquezas (y de paso mal habidas). Pensar que cuando les toque cruzar el páramo -única cita segura y pendiente para cada mortal-, tendrán que dejarlo todo…como hasta a los faraones les tocó hacer.

Hace pocos días estuve en una plaza capitalina, espacio que junto a parques, debería existir cada tantas cuadras como lugar seguro de esparcimiento. Fui para escuchar la charla de un joven perteneciente a Protección Civil sobre prevención en caso de terremotos. Resaltaba para mí, su soltura al hablar frente a tantas personas, la propiedad con la que lo hacía, su verbo, la generosidad con la que compartía sus conocimientos. Escucharlo hizo que recuperara mi fe (esa que sube y baja) en el país que soñamos más del 80% de venezolanos y aún más en la juventud que cada día pare Venezuela.

Dieciocho años de injusticias han forjado carácter y determinación. Un deseo superior a seguir vivos siendo mejores. De los peores momentos de la historia, donde pareciera que “ser malo paga”, emergen paralelamente seres nobles y luchadores. Hace muchos años una mujer me dijo: “Recuerda: el bien siempre triunfa sobre el mal”. Y así lo creo. Me invade la sensación de que tanto infortunio junto, no es en vano. Por lo pronto, mi cita es con el voto.

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