Chávez llega a Cataluña
Por Cesar Vidal
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Las consecuencias de todo este proceso no pueden ocultarse a nadie.
En las dos entregas anteriores, comenté cuáles eran las verdaderas raíces de lo que sucede actualmente en Cataluña y apuntaba al proceso seguido durante décadas para derivar en el actual momento. Permítaseme que hoy explique las consecuencias internacionales del fenómeno no en relación con Europa sino especialmente en lo que se refiere al continente americano. De entrada, hay que señalar que, históricamente, la izquierda antisistema española ha utilizado en repetidas ocasiones el nacionalismo catalán como un ariete para intentar dinamitar el orden constitucional. Lo hizo en 1909 en el curso de la denominada Semana trágica cuando las oligarquías catalanas se aliaron con la extrema izquierda en un intento de conservar privilegios lo que concluyó con una revolución callejera marcada por la sangre. Volvió a suceder en 1917, cuando, siguiendo el ejemplo ruso, la extrema izquierda volvió a aliarse con las oligarquías catalanas en un intento infructuoso de hacer saltar por los aires la monarquía constitucional. Finalmente, en 1931, la alianza consiguió sus objetivos debido a que un sector importante de la derecha se sumó a ella y a que el propio monarca Alfonso XIII se desfondó dando lugar a la proclamación de la Segunda república. El régimen republicano fue agredido por la casi totalidad de la izquierda desde el principio ya que lo consideraba no como un régimen que debiera perdurar sino como un paso en el camino hacia la implantación de la dictadura del proletariado o, en otras versiones, del comunismo libertario. En 1934, de nuevo, la extrema izquierda – comenzando por el PSOE – se alió con el nacionalismo catalán y, en octubre, se alzó en armas contra el gobierno de la república. En Cataluña, la revolución duró apenas unas horas, pero en Asturias se prolongó unas semanas causando centenares de muertos. Desde octubre de 1934 hasta febrero de 1936, el nacionalismo catalán continuó uncido a la extrema izquierda lo que derivó en una victoria ilegal del Frente popular y en un clima revolucionario que precipitó la sublevación de julio de 1936 con la que dio inicio la guerra civil. Habríase pensado que tan siniestra alianza no iba a repetirse más, pero, de hecho, es esencial su conocimiento para comprender cuál es la situación en Cataluña y lo que puede suceder en el futuro.
De entrada, en la misma región catalana, el actual gobierno nacionalista tiene una clara escoración hacia la extrema izquierda. Su vicepresidente, Junqueras, pertenece a la Esquerra Republicana de Catalunya (Izquierda Republicana de Cataluña) ERC, un partido que participó en el alzamiento armado contra la república de 1934 y que, durante la guerra civil, torturó y asesinó a millares de personas en Cataluña. No deja de ser significativo que Lluis Companys, presidente de Cataluña, tuviera en su haber más fusilamientos durante el período de julio de 1936 a mayo de 1937 que todos los que se produjeron en la misma región durante las casi cuatro décadas de la dictadura de Franco.
Actualmente, la ERC se caracteriza por un abierto antisemitismo, una acentuada simpatía hacia el islam, una alianza expresa con la organización terrorista vasca ETA y un apoyo cerrado a dictaduras como la chavista en Venezuela. De hecho, Junqueras fue objeto de un acto de repudio de los exiliados venezolanos en Miami hace pocos meses y es lógico que así fuera porque su partido ha bloqueado en el parlamento español y en el europeo todos los intentos de sancionar o, al menos, condenar a la dictadura chavista de Venezuela. A la ERC pertenece también Marta Torrecillas la farsante cuya imagen gritando que la policía española le había roto los dedos uno a uno recorrió el mundo. Apenas unas horas después quedaba de manifiesto que sólo tenía una ligera inflamación en uno de los dedos, e incluso en ese caso, el dedo pertenecía a la mano opuesta a la que le sujetó el agente de policía. Torrecillas, aparte de ser una embustera flagrante, utilizó a niños y ancianos como escudos humanos en el lugar donde se celebraba el referéndum ilegal. También participó en el ataque contra un acuartelamiento de la Guardia civil que tuvo lugar pocos días antes del referéndum ilegal.
Aún más radical si cabe que la ERC es la CUP, un grupo de extrema izquierda, que forma parte del gobierno nacionalista catalán. Algunos de sus miembros más significados pertenecieron a la organización terrorista catalana Terra Lliure (Tierra libre). Sus simpatías hacia Cuba o Venezuela son clamorosas como también lo es su carácter apenas ocultamente violento. La CUP comenzó a constituir hace meses Comités de Defensa de barrio cuya finalidad es enfrentarse con las fuerzas del orden, identificar a los “feixistes” (fascistas) y acabar con la oposición. A la CUP pertenecen buena parte de los nacionalistas catalanes que agredieron a más de 481 policías y guardiaciviles – 39 tuvieron que ser retirados inmediatamente para recibir atención hospitalaria – el 1 de octubre, día del referéndum ilegal. Podía actuar impunemente porque el propio presidente de Cataluña, Carles Puigdemont, garantizó a las hordas de la CUP que la policía regional, los mozos de escuadra, no serían utilizados en su contra.
Con estos antecedentes, no puede sorprender que ya hace unas semanas el rabino de la comunidad judía de Barcelona recomendara a sus correligionarios abandonar Cataluña para evitar sufrir – expresamente lo afirmó – el destino de Venezuela. El rabino no exageraba lo más mínimo. A decir verdad, Cataluña puede convertirse en la Venezuela del Mediterráneo y en esas circunstancias tiene un papel esencial Podemos, la sucursal del chavismo en la Unión Europea.
Durante años los dirigentes de Podemos – Monedero, Iglesias, etc – formaron parte del grupo de corifeos de Hugo Chávez. Sus grabaciones de alabanza del totalitarismo chavista pueden encontrarse con facilidad en youtube y no merece la pena que sean descritas aquí. También está más que documentado que Podemos recibió cuantiosas cantidades del chavismo como también las ha recibido de la dictadura islámica de Irán. Para Podemos, el proceso independentista de Cataluña constituye – igual que pasó con la extrema izquierda en el pasado – un auténtico regalo. No es que Podemos sea independentista. Es que sus dirigentes han captado que el nacionalismo catalán puede ser el ariete con el que acabar liquidando un más que erosionado sistema español.
Fue precisamente Jaume Roures – un empresario catalán trotskista, dueño de distintos medios de comunicación – quien reunió en una cena celebrada en su casa a Iglesias y Junqueras para trazar una estrategia común. Esa estrategia ha pasado por utilizar el imperio mediático de Roures – el mismo que invitó a Junqueras a Miami – como difusor de falsedades sobre lo sucedido el domingo 1 de octubre en Cataluña en un empeño por presentar a los nacionalistas que hirieron a centenares de policías españoles como pacifistas inofensivos y a los agentes del orden como émulos del franquismo a pesar de que el lunes 2 de octubre sólo había hospitalizados dos afectados por las fuerzas del orden y uno de ellos por un infarto.
La estrategia de Podemos es sencilla e inquietante. Primero, la pésima – cobarde e indecisa dirían muchos – gestión de la crisis catalana por parte de Mariano Rajoy debe desgastar al gobierno lo suficiente como para forzarlo a convocar elecciones anticipadas. Segundo, en esas elecciones anticipadas, la meta es ir a una Asamblea constituyente – ¿les suena familiar? – que implantará un sistema similar al chavista. Tercero, la meta electoral es más que posible ya que, previsiblemente, Rajoy perdería buena parte del apoyo de su electorado justificadamente decepcionado con su actuación y, en paralelo, Podemos conseguiría el suficiente número de diputados como para formar un gobierno de coalición con un PSOE desnortado. Cuarto, esa coalición recibiría el apoyo de los nacionalistas catalanes y vascos para elaborar una constitución nueva y antidemocrática donde se recogería el carácter plurinacional – ¿les suena de nuevo? – del estado español. Así, paradójicamente, Cataluña, Euzkadi y Galicia serían naciones, pero no España. Por último, semejante situación vendría facilitada propagandística y tácticamente por la acción de la iglesia católica cuya mediación propugnan tanto los nacionalistas catalanes como Podemos. Sería demasiado prolijo detenerse en explicar este llamativo factor, pero baste decir que desde 1985, los arzobispos y obispos de Cataluña han asumido totalmente las tesis nacionalistas; que en el referéndum del día 1 de octubre incluso alguno de esos obispos catalanes difundió por las redes sociales fotos votando; que la propia Conferencia episcopal española emitió un comunicado unánime la semana pasada asumiendo el lenguaje de Podemos y de los obispos catalanes e insistiendo en que la salida era el “diálogo generoso” con los golpistas catalanes y que el papa Francisco tiene una más que bien ganada fama de amigo de instancias totalitarias como Raúl Castro, Evo Morales, Nicolás Maduro o las FARC colombianas. La mediación eclesial permitiría – como en trágicos episodios recientes – desarmar a las fuerzas de la democracia en favor de movimientos totalitarios a los que se cubriría de privilegios.
Las consecuencias de todo este proceso no pueden ocultarse a nadie. La UE tendría una llaga abierta en su bajo vientre precisamente en sus momentos de mayor fragilidad, pero, sobre todo, se cumpliría un viejo sueño de Hugo Chávez, el de contar con un gobierno amigo al otro lado del Atlántico. Cuando se tiene esta circunstancia en cuenta se comprende que, hasta la fecha, el único presidente del planeta que ha anunciado expresamente su respaldo a los nacionalistas catalanes sea Nicolás Maduro. El heredero de Chávez sabe sobradamente lo que derivaría de esa cabeza de puente en la Unión Europea.
Cuando se tiene en cuenta todo este panorama quizá se comprenda el entusiasmo inesperado de Donald Trump ante la idea de mantener a España unida y su calificativo de “foolish” en relación con la independencia de Cataluña. Es posible que Trump no sea un experto en Historia de España, pero tiene el suficiente olfato para saber que los herederos de Chávez están más que asentados en Cataluña y que tan desasosegante circunstancia puede constituir sólo el principio.
¿QUÉ ESTÁ PASANDO EN CATALUÑA? (I)
Desde hace años, Cataluña – la región más corrupta de Europa occidental – se ha convertido en una úlcera que amenaza la integridad territorial de España y la permanencia de su sistema constitucional.
Por César Vidal
Publicado septiembre 22, 2017
Desde hace años, Cataluña – la región más corrupta de Europa occidental – se ha convertido en una úlcera que amenaza la integridad territorial de España y la permanencia de su sistema constitucional. Dado que en las últimas horas, los nacionalistas catalanes han cercado a la Guardia civil en sus cuarteles, han asaltado violentamente edificios de la administración de justicia y de Hacienda, han señalado a los disidentes con métodos propios del nazismo y las autoridades catalanas persisten en anunciar que celebrarán un referéndum independentista ilegal resulta obligado preguntarse que está pasando. La propaganda nacionalista catalana insiste en hablar de una opresión española, en supuestos hechos diferenciales y en cortapisas para ejercer la democracia. Se trata de una suma de groseras falsificaciones desmentidas multitud de veces y no puede sorprender que así sea porque la realidad histórica es exactamente la contraria: el conjunto de España lleva siglos padeciendo la explotación y el expolio de las oligarquías catalanas. Fue el novelista francés Stendhal uno de los que lo comprendió ya a inicios del siglo XIX cuando afirmó que unos minutos pasados en el puerto de Barcelona bastaban para entender todo: las oligarquías catalanas querían ser las únicas que vendieran sus productos en España e impedir que lo hiciera nadie más. En otras palabras, las oligarquías catalanas ya a inicios del siglo XIX tenían un objetivo muy claro: mantener un monopolio del mercado español fuera cual fuera el coste para España. Esa posición ha tenido durante siglos pésimas consecuencias. Cataluña logró imponer, mediante una red de corrupción y clientelismo, una política arancelaria favorable a su industria y perjudicial para el resto de España. Los textiles catalanes, por ejemplo, eran pésimos, pero se impusieron en el mercado nacional mediante el método de impedir la entrada de productos extranjeros mejores y más baratos como los procedentes de Gran Bretaña y Francia. El resultado fue que, primero, Cataluña desarrolló una industria – especialmente textil – no competitiva, de invernadero, que estaba afectada por una escandalosa fragilidad, pero que se mantenía gracias a impedir la libre competencia; segundo, el resto de España sufrió las represalias extranjeras a la hora de exportar, represalias nacidas del deseo de responder a los aranceles favorables a Cataluña y tercero, la modernización y el libre mercado se vieron extraordinariamente dificultados en España por la sencilla razón de que perjudicaban a las oligarquías catalanas.
Semejante trato de favor a Cataluña se mantuvo incólume con la monarquía, la segunda república, el franquismo y los inicios de la democracia con un respaldo directo y añadido de una iglesia católica que respaldó al nacionalismo catalán como manera de evitar que un estado español fuerte y liberal pudiera limitar sus privilegios de siglos. La alianza se ha mantenido hasta el día de hoy hasta el punto de que los obispos catalanes se encuentran entre los grandes legitimadores del proceso independentista.
Esta suma terrible de injusticias históricas que han causado daños inmensos al conjunto de la nación desde hace más de dos siglos se vio seriamente amenazada por la entrada de España en la Unión Europea. Por un lado, la apertura de fronteras impidió mantener los aranceles en favor de Cataluña; por otro, Jordi Pujol, dirigente máximo y presidente del gobierno catalán durante casi un cuarto de siglo articuló una política que precisaba ingresos creciente. La citada política del nacionalismo catalán derivaba de dos aspectos indiscutibles. El primero era la convicción de Pujol de que con menos del treinta por ciento de los votos podría mantenerse en el poder de manera indefinida e ir cambiando Cataluña de acuerdo a su visión ideológica. Ese porcentaje del electorado exigía, sin embargo, crear un sistema clientelar de extraordinarias dimensiones. El segundo era la corrupción propia no sólo de Pujol y su familia – descrita por el fiscal como una organización criminal para delinquir, al más puro estilo de una famiglia de la mafia – sino del nacionalismo catalán. Que la fortuna de los Pujol localizada sólo en Belize y Panamá supere los varios miles de millones de euros es sólo un bostón de muestra del inmenso sistema de latrocinio sistemático generado por el nacionalismo catalán.
En paralelo, el nacionalismo catalán fue forjando – ante la pasividad de los sucesivos gobiernos – un estado dentro del estado que no sólo contaba con más competencias políticas que las de los estados federados en un estado federal sino que además depredaba los ingresos de España en beneficio propio a la vez que impedía la enseñanza del español en los centros educativos y desobedecía todas las resoluciones judiciales que no eran de su agrado. El coste salvaje del nacionalismo – muy superior al de naciones enteras – y de su corrupción provocó ya dificultades a finales del siglo XX. Precisamente, por eso, el nuevo estatuto de autonomía de Cataluña de inicios del siglo XXI – un estatuto abiertamente inconstitucional respaldado por Rodríguez Zapatero – pretendía convertir a España en un protectorado de facto que Cataluña podría saquear a voluntad. No fue suficiente y las exigencias fueron creciendo. Como botones de muestra de lo que esto ha significado, baste decir que en la actualidad, Cataluña se lleva el sesenta por ciento del FLA, el fondo que debe atender a las necesidades económicas de diecisiete comunidades autónomas en España; que debe más de cincuenta mil millones de euros a la administración española y que tiene una deuda pública con una calificación inferior a la de naciones africanas. Cataluña se ha convertido en una pesadísima carga económica que aplasta a una España que no ha conseguido salir de la crisis. A pesar de esas ventajas económicas innegables, el nacionalismo catalán ha decidido ir hacia la independencia quebrantando la legalidad, recurriendo a la intimidación y la violencia y forjando una alianza con el bolivariano Podemos y otros grupos de extrema izquierda. ¿Por qué? De ello, hablaré en la próxima entrega.
¿QUÉ ESTÁ PASANDO EN CATALUÑA? (II)
La impunidad del nacionalismo catalán se ha mantenido incólume durante décadas. Sin embargo, tarde o temprano, tenía que concluir.
Por César Vidal
Publicado septiembre 29, 2017
En la última entrega señalé los privilegios que, desde hace siglos, ha disfrutado Cataluña en comparación con otras partes de España así como la manera en que ese trato de favor se ha disparado en las últimas décadas al servicio de una más que corrompida política clientelar. La pregunta, pues, es por qué, a pesar de esos beneficios escandalosos, injustos e innegables, el nacionalismo catalán se ha lanzado por el camino de la independencia. Las razones son, fundamentalmente, tres. A lo largo de cuatro décadas, Cataluña se ha convertido en la región más corrompida de Europa occidental. Con seguridad, el origen de tan lamentable circunstancia se encuentre en el denominado caso Banca catalana. En 1982, quedó de manifiesto no sólo que la dirección de este banco estaba incursa en graves delitos sino que además esa circunstancia afectaba de lleno a Jordi Pujol, a la sazón, presidente de Cataluña. En puridad, Pujol tendría que haber sido detenido, juzgado y condenado. Sin embargo, las presiones del rey, del gobierno de Felipe González e incluso de la iglesia católica lograron que en 1984, Pujol se viera libre de cargos de los que, a todas luces, era culpable. El régimen de 1978 había decidido otorgar impunidad al nacionalismo catalán y el paso resultó tan obvio que los obispos catalanes, en 1985, es decir, el año siguiente a la exoneración de Pujol, publicaron un documento conjunto en el que asumieron todo el discurso ideológico nacionalista. Sabían ya los prelados quien mandaba en la zona y quien, presumiblemente, seguiría haciéndolo en el futuro.
La impunidad del nacionalismo catalán se ha mantenido incólume durante décadas. Sin embargo, tarde o temprano, tenía que concluir. Desde la familia Pujol – definida por el fiscal como una organización para delinquir – a un número más que considerable de políticos, cerca de cuatrocientos cargos del nacionalismo catalán se hallan incursos actualmente en causas judiciales por corrupción. Esto significa una cifra casi doble a la de procesados por corrupción en la socialista Andalucía y casi el triple que en la comunidad de Madrid. La amenaza de la independencia se ha convertido así en un instrumento de extorsión para consagrar una impunidad aún mayor que la disfrutada desde hace décadas. Para que los lectores puedan comprender la doble vara de medir de que disfruta el nacionalismo catalán basta con mencionar el reciente caso de la librería Blanquerna. Hace dos años, un grupo de jóvenes irrumpió en este centro situado en Madrid mientras se celebraba un acto independentista. Se limitaron a gritar consignas como “Cataluña es España”, pero la justicia española los ha condenado hace unas semanas a penas de cuatro años de prisión. En paralelo, por desobedecer las órdenes de los tribunales – incluido el Supremo – desencadenar una campaña de secesión y burlar la ley no se ha llevado a cabo ni una sola detención en Cataluña. Es obvio que la impunidad del nacionalismo catalán es enorme, pero aún así no lo suficiente como para que los nacionalistas no utilicen el chantaje independentista.
La segunda razón es un fruto directo del adoctrinamiento nacionalista. Tras cuarenta años de inculcar el odio a España y la consigna de que todos los males se deben a pertenecer a la misma, al menos, dos generaciones han terminado por creerlo. Era cuestión de tiempo que esas nuevas generaciones exigieran de los dirigentes políticos que dieran el paso que, en teoría, resultaba ineludible.
La tercera razón es, finalmente, la convicción de que incluso si no se alcanza la independencia la situación privilegiada de Cataluña puede incrementarse. Hace apenas unos días, la patronal catalana se ha manifestado de acuerdo con la tesis de suprimir el referéndum y, a cambio, aprobar un nuevo estatuto de autonomía que incluiría, entre otros privilegios, un concierto económico para Cataluña similar al que disfrutan las Vascongadas y Navarra y una representación catalana en organismos internacionales. En otras palabras, Cataluña sería independiente de facto, determinaría la aportación que haría a España que, no obstante, cubriría todos sus gastos. El niño malcriado decide no abandonar el hogar paterno, pero los padres pagarán todos sus caprichos y no pondrán ningún obstáculo a que haga lo que le venga en gana. En términos económicos, la propuesta es inviable, pero también sería la coronación de una trayectoria de siglos. Al fin y a la postre, Cataluña lograría convertir a España en un simple protectorado de sus oligarquías.
Resumiendo, pues, hemos llegado a esta situación por una mezcla de corrupción clientelar gigantesca, adoctrinamiento fanático y codicia desmedida. A todo ello, se une otro factor de enorme peligrosidad que suele pasarse por alto en los análisis. Me refiero a la alianza entre el nacionalismo catalán y los grupos anti-sistema.
Históricamente, esa alianza se ha producido en varias ocasiones. Aprovechando la desestabilización propia del nacionalismo catalán, en 1917, los grupos antisistema se sumaron al mismo para dinamitar la monarquía parlamentaria. El intento fracasó, pero volvió a reproducirse en 1934 cuando la izquierda y el nacionalismo catalán se se alzaron contra el gobierno de la II República abriendo el camino para una guerra civil que estalló menos de un bienio después. De nuevo, en 1936, el nacionalismo catalán, unido a la izquierda, instauró un régimen revolucionario en Cataluña que acabó con cualquier vestigio de legalidad republicana. Suele pasarse por alto, pero resulta conveniente recordar que durante los dos años y medio de gobierno del nacionalismo en Cataluña (julio de 1936-enero de 1939) se llevaron a cabo muchísimos más fusilamientos de civiles en esta región que los que perpetró Franco en casi cuarenta años de dictadura.
En la actualidad, esa alianza de sangrienta historia ha vuelto a articularse. No se trata sólo de que ETA haya fletado autobuses para apoyar a los nacionalistas catalanes el 1 de octubre; no se trata sólo de que antifa procedentes de Francia, Italia y Grecia llegarán a Cataluña este fin de semana para apoyar a los nacionalistas catalanes, ni siquiera se trata sólo de que la CUP, una fuerza nacionalista catalana, ya haya comenzado a constituir Comités de defensa de barrio para reprimir a los no-nacionalistas. Se trata de que Podemos ha decidido apoyar el nacionalismo catalán en la convicción de que puede ser el detonante para un cambio de régimen. La meta – expresada de manera pública – del día después sería la constitución de una Asamblea constituyente al estilo madurista que arrastre a España por las delicias de una nueva revolución chavista. Como maestro de ceremonias de la alianza entre Podemos y el gobierno catalán ha actuado nada menos que Roures, un trotskista magnate de los medios de comunicación, que reunió a ambos en su casa para cenar hace apenas unos días.
¿Es posible que tan siniestra meta se alcance? ¿Puede saltar por los aires el régimen constitucional gracias a la alianza de la extrema izquierda con el nacionalismo catalán y el vasco? Desde luego, no es imposible. Hace apenas unas horas, la Conferencia episcopal española por unanimidad emitió un comunicado en el que manifestaba su apoyo a los obispos catalanes – todos ellos nacionalistas catalanes y algunos furiosamente independentistas – asumía expresamente el lema de Podemos de paz, fraternidad y libertad; definía a España como estado, pero evitaba cuidadosamente calificarla como nación y señalaba que la única solución era “el diálogo generoso” con los golpistas catalanes que violan la legalidad constitucional. Quizá no resulte sorprendente en una institución que pasó de ser rabiosamente franquista a pro-democrática en los años setenta y que hoy preside un pontífice que ha ayudado a personajes tan poco recomendables como Raúl Castro, Nicolás Maduro o Evo Morales. Pero, juicios morales aparte, un paso de esas características lleva a pensar que quizá el descoyuntamiento de la España que hemos conocido en las últimas cuatro décadas no es, ni mucho menos, imposible.
Fuente: http://www.intdemocratic.org