LENGUAJE
por
-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1
La verdad es que estamos hechos de lenguaje. Lo ves por todas partes: el mundo llega a nosotros gracias a mil y una parrafada que leemos, emitimos o escuchamos a través de la existencia. Nadie habla por hablar. Conversamos porque en las entrañas de esos adminículos llamados genes hay todo un imperativo cafetinesco, o sea, el secreto impulso a darle y darle a la lengua, a charlar hasta por los codos. Moraleja y conclusión: dime qué tanto hablas y te diré si eres humano.
Se supone que uno anda por la vida consumiendo los días a base de palabras. La rutina diaria lleva a cuestas sus dosis lingüísticas particulares, de modo que el lenguaje es el golpe vitamínico sin el que terminamos siendo una lechuga o un alambre retorcido. Lo dicho hasta aquí es bueno no olvidarlo: somos el abecedario puesto en marcha, máquinas dispuestas para atar cabos en función de sujeto, verbo y predicado.
Para ser menos despistados, o lo que es lo mismo, más despiertos a la hora de asir el universo, las palabras son la médula espinal que otorga vida al ramaje que aceptamos por conocimiento. Sabemos en forma directamente proporcional a la lucidez que otorga ese frasco de jarabe llamado lengua. Entonces, digamos que algunas cucharadas pueden funcionar como palmaditas en el hombro, quizás suficientes para entendernos mejor, para comunicarnos con más tino. Cierta dosis de Homero, sorbos recurrentes de Petrarca, 40 ml diarios de Cortázar, en fin, restituyen la salud perdida e incluso, con algo de insistencia, procuran energía para atreverse a pensar fuera del molde, cosa nada mal si ves cómo anda el patio.
Si el mundo cabe en una lista que va de la A a la Z, entonces tenía razón el poeta: existimos gracias a la sintaxis. Le entramos a todo cuanto imaginamos, de cabo a rabo, por las hendijas de un paréntesis o por el terreno movedizo de extraños puntos suspensivos. Una oración yuxtapuesta copulativa engulle de un bocado a la Vía Láctea y hay que ver, los odiosos subjuntivos o hasta un ladrillazo como el pluscuamperfecto en toda su extensión, definen lo que vas siendo, aunque lo leas y no lo creas.
Qué le vamos a hacer, estamos hechos de lenguaje y cáete para atrás, píldoras de Frankenstein, ampollas estilo gongoriano, cremas faciales a lo Hemingway o nebulizaciones con Víctor Hugo metiéndosete en los pulmones hacen de las suyas en el mercado de la claridad intelectual. Literaturoterapia -perdonen la horrible palabreja- como oxígeno para el cerebro, no faltaba más. Sí, la palabra inventa al bicho humano, de modo que el señor que acaba su café es un simpático sustantivo entremezclado con no pocos adjetivos y aquel niño con su biberón el más prometedor futuro imperfecto del indicativo. Es que somos misterio en carne viva, enigmas ambulantes por donde nos miren. Quién lo hubiera imaginado.