LO ABSURDO COMO SI NADA

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Cuando era estudiante de Letras en la Mérida de mis años universitarios, haciendo una pausa en plena clase el profesor Víctor Bravo nos relató una anécdota.

    Revisábamos el hecho del absurdo en la literatura, leíamos a Kafka, a Ionesco, a Simone de Beauvoir, a Beckett. Yo pensaba que semejantes autores y sus obras daban fuerza a la suposición que empezaba a hacerme por entonces sobre la vida cotidiana y sus múltiples flirteos con lo surreal, con eso que de pronto te golpea la nariz y tú ni puta idea. Para ilustrarlo mejor, eso que hallas en los cuentos de Cortázar: todo ocurre en medio de la normalidad más asfixiante y justo ahí, como si fueses un insecto que enseguida va a ser aplastado por la suela de una bota, cabe lo que no tiene lógica, lo que carece de explicación cartesiana, de impronta inmersa en las tranquilizadoras aguas de lo esperado y conocido.

    Pero decía arriba que Víctor Bravo nos contó una historia personal. Si recuerdo bien, el profesor conducía entre la ciudad de Mérida y Valera. En un tramo sin curvas lo rebasa un deportivo a gran velocidad y hay que ver, cómo abundan los correcaminos sin dos dedos de frente y blablablá. Hasta aquí todo perfecto. Más adelante, cuando Bravo detiene la marcha porque en cierto puesto de la Guardia Nacional un oficial le ordena estacionarse a la derecha, observa a pocos metros el auto que media hora antes había hecho bip bip, chao pescao, acelerando y perdiéndose en el horizonte. Entonces una mujer sale de la casilla, alcanza al oficial, ambos caminan hasta donde se encuentra el profesor y Lucía o Raquel o Martha lo señala repetidas veces con el dedo: es él, él fue, ese es el hombre que manejaba el carro, fue él, me chocó, me dejó herida, huyó.

    La verdad es que eso llamado vida real resulta en ocasiones menos real que la ficción, cosa que a estas alturas no dice nada nuevo. La literatura del absurdo, ya lo sabemos, es triste nota al pie del tomo gordo explicitado por el día a día, así que qué le vamos a hacer, lo rocambolesco gana certificado de nacimiento una y otra vez en el instante en que hace de las suyas, a sus anchas y a plena luz del día en el mundo que juras estirado, acartonado al más puro estilo Descartes reloaded.

    Yo, que soy un perseguidor de novelas, ensayos y cuentos, un cazador de librerías de antiguos o de nuevos, en cierta ocasión entré a una de ellas, pintoresca como ninguna, atractiva como la que más, hermosa por la combinación moderna y vintage de su llamativo mobiliario, entré, digo, con la intención de deslumbrarme, de saborear un poco más la ciudad a la que había recién llegado. Entonces me acerco a un anaquel, olfateo ejemplares en algún mesón, noto que el dependiente avanza ayudándose con un bastón hasta la puerta. Oigo el click, luego click click, y alzo la mirada. El hombre ha cerrado con llave -soy el único cliente en ese momento-, camina de regreso al  mostrador, descuelga el teléfono, escucho que le dice a alguien: sí, aquí está, regresó, sabía que volvería, tengo encerrado al que se llevó los libros. Ahora vendrá  la policía.

    Como por arte de magia recordé aquella clase. Vi de frente al profesor en una perorata sobre literatura del absurdo, me vi en esa librería, apenas podía creerlo, prisionero ve tú a saber de quién, cómo y por qué, y sentí ahí mismo que lo ilógico te saca la lengua, ríe a mandíbula batiente en medio de la normalidad más aparente o en cualquier instante saturado de rutina. Literatura y vida cotidiana, vida real monda y lironda, en una sola y misma danza. Luego me llegó como si nada aquella frase de Albert Camus: “La comprensión de que la vida es absurda no puede ser un fin, sino un comienzo”, y no faltaba más, se hizo la luz, respiré en paz, pude hallar por fin el equilibrio.

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here