ME ESTOY PONIENDO VIEJO

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

    Llama un amigo por teléfono y dispara a quemarropa: te estás poniendo viejo. Al indagar un poco, me doy cuenta de que semejante sentencia obedece al espíritu de algunos textos publicados días atrás. Memorias, reminiscencias, evocaciones. Mi amigo creyó dar en el clavo y a lo mejor tiene razón. Ve tú a saber.

   Ponerse viejo en buena medida supone abrir de par en par arrugas, achaques y canas al espacio antes vedado de nostalgias y otros condumios parecidos. El paso del tiempo dibuja con talento la silueta de episodios que ahora ganan nitidez y ansias de cercanía, percibidos hoy acaso como los mejores. Vana tentativa, claro, porque toda época pasada no siempre fue mejor aunque las retrospectivas humanas que labramos lleven por dentro exaltaciones tremendas del ayer.

    Entonces nada, pienso en ciertos haceres, en algunas vivencias, capítulos que desempolvo metido de cabeza en el cajón de los años idos y ahí está, recordar cobra vida a base de palabras, convertidas por ejemplo en  aquel poema del señor Jorge Manrique, que para muestra un botón: “Las mañas y ligereza y la fuerza corporal de juventud/, todo se torna graveza /cuando llega el arrabal  de senectud”. Pero no me convence.

    Respondo a mi amigo que tiene completa razón, de pe a pa. Y pienso de seguidas que ponerse viejo implica mirar de frente, palpar, sentir en carne viva que la línea del pasado no es tan corta como lo fue a tus veinte y que echar la vista atrás obliga a contemplar un horizonte ya lejano. Te percatas de que traer a colación el pretérito perfecto no es nada más invocar cuestiones gramaticales sino experiencia punzopenetrante clavada en el paisaje apresado por el retrovisor. Ponerse viejo, mira tú, puede abofetear también, sin ápice de duda, estados lastimosos del alma y bailotear la impronta de décadas sobre la epidermis. Por eso juro que conozco a jóvenes envejecidos y juro también que he visto mayorcitos con pocos años a cuestas. Pero hasta ahí, que ese ya es otro asunto.

    Siempre me fascinó Cavafis y su poema Velas. Regreso con regularidad a sus líneas y vence el poder de encantamiento. Lo paradójico es que no estoy muy de acuerdo con lo que manifiesta el poeta al pasar sus letras por la molienda de la razón. “Quedan atrás los días pasados,/ una triste línea de velas apagadas;/ las más cercanas aún despiden humo, velas frías, derretidas y dobladas./ No quiero verlas, sus formas me apenan,/ y me apena recordar su luz primera”. Tengo la impresión, por el contrario, de que ponerse viejo lleva en las entrañas una carga de nostalgia feliz que cubre como un manto el tiempo que se fue. Pero en fin.

    Mi amigo dispara a quemarropa balas que no son de salva, así que como puedo las evado para no caer malherido del otro lado del teléfono. Su intención es bromear y llamarme poco menos que caduco, venido a menos, aplastado por los minuteros. Ponerse viejo, según he sugerido ya, dista un montón del veneno en plan guasa que encierran sus palabras, por aquello de que éstas guardan embutido el mundo en sus alforjas y lo mejor supone embadurnarlas con la sazón práctica de nuestro universo, expectativas, pretensiones o anhelos más profundos.

    Lo que soy yo, por supuesto que me estoy poniendo viejo, y creo que lo hago desde mi particular talante. Esté o no equivocado, me llevo al bolsillo las frases que cantó Sinatra, a estas alturas clásico y pistoletazo en plena sien en eso de vivir la vida. A mi manera, no te quepa duda.

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