LOS NO LUGARES

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1

Hay lugares que no son. En el colegio nos decían que el ejemplo contundente eran las utopías, esos ámbitos que apenas vislumbramos a lo lejos. No voy a discutir afirmaciones como ésta pero el asunto logró que frunciera el ceño. Y así fue como en la adolescencia me dio por suponer que el no lugar estaba adentro, nunca afuera, de modo que dándole vueltas a la cuestión me pregunté por el sitio al que van a parar los pensamientos.

Si existe un no lugar -me repetía a cada rato- debe ser un recipiente que guarda el cúmulo de pensamientos arrojados al mundo, algo como la cesta de las frutas, la canasta de la basura o el cenicero con los cigarrillos aplastados. Todo pensamiento consiste en producto terminado que usas en su momento y luego tiras al igual que los chicles ya mascados. Me intrigaba en qué habitáculo acababan sus días.

¿Adónde ubicar, pues, el basurero de la imaginación? El profesor de ciencias dejó escapar una sonrisa condescendiente. Un tío que tenía fama de culto dijo que lo pensaría y después veríamos y mi mejor amigo se encogió de hombros. En cuanto a mí, continué sopesando, indagando aquí y allá. Seguí con ahínco labores de asociación, es decir, vinculé a con b para ver si llegaba a c, pero el fracaso me aplastó la nariz. ¿Adónde van a parar los pensamientos? Ni la Enciclopedia Británica, ni los libros de biología cubiertos de polvo en la biblioteca de mi pueblo, ni los documentales de la National Geographic que cada domingo esperaba en la televisión, nada de nada, acaso nunca daría con la clave del misterio.

Pensamiento: 1. “Capacidad que tienen las personas de formar ideas y representaciones de la realidad en su mente, relacionando unas con otras”. 2. “Parte del ser humano en la que se considera que se almacenan las ideas formadas por la mente”. Acudí al diccionario, como puedes ver, pero el quebradero de cabeza siguió intacto. ¿Adónde, adónde, adónde, van a parar los pensamientos? La primera definición no me hizo cosquillas y la segunda me pareció tan inútil como desquiciada, un decir para no decir, con lo cual tuve el pálpito de que los diccionarios eran bichos de cuidado, bestias medio enloquecidas que a partir de entonces comencé a ver de reojo.

En fin, que el no lugar, si a ver íbamos, es verdad que estaba adentro y era cierto que allí se refocilarían, felices y contentos, los pensamientos fabricados desde siempre. Cada quien con su cementerio a cuestas en el sitio inexistente que los contenía uno a uno. ¿Adónde, entonces, finalizan sus días los pensamientos? ¿Cuál es el sumidero en que acaba su gaseosa existencia? La respuesta, por fin, me pareció dada: el no lugar que me rebanaba las meninges era un adentro tan adentro como el oxígeno del agua.

Continué suspicaz, dudé, volví a dudar, hasta que los días futuros corroboraron la respuesta. Así, poco a poco llegué a la conclusión de que somos todo y uno, continente y contenido, ambas caras de una moneda, y para remate el lado de allá y el lado de acá de los espejos. Salté feliz, como quien es alcanzado por un rayo, iluminado de cabeza a pies, especie de insecto cuyos enigmas han sido puestos a la luz y en consecuencia poseedor de menos zonas subterráneas, de menos ámbitos de sombra.

¿Adónde, adónde van los pensamientos? Valió por completo averiguarlo. Y para empezar de nuevo, ahora mismo me pregunto, ¿cuál será el vertedero de los sueños?

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