UN LIBRO DE ERNESTO SÁBATO
por
-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1
Acabo de terminar “Antes del fin“, libro en el que Sábato viaja al pasado a través de la memoria. Don Andrés Palazzi, buen lector y mejor amigo, tuvo el gesto amable de llevarlo a casa uno de esos días en que conversar hace las veces de protagonista incuestionable.
Pasarle revista a la existencia tiene mucho de valentía, sobre todo cuando el exorcista es quien escribe. Y escribir, justo en el momento de apuntar hacia la propia vida, es lo que Sábato ha llevado a cabo en estas páginas, entre otras razones por la desnudez, la transparencia y el desgarramiento que línea a línea uno vislumbra a lo largo y ancho de doscientas catorce páginas.
Es un striptease, pero al revés. Antes que quitarse la ropa, Sábato se viste de adolescente, de hombre maduro, de físico que en circunstancias inmejorables para su futuro como científico lo abandona todo y se dedica al arte; se cuelga los ropajes de hijo, de esposo, de padre, de escritor, pero en esencia de humano. Antes del fin es la historia de una vida en el mero centro de la reflexión, lo cual obliga, no faltaba más, a repensar esto que somos. Casi la veo como una excusa para decir esas cosas que, en un plano menos intimista, se esparcen a los cuatro vientos echando mano del ensayo como forma literaria.
Lo cierto es que ante mí se abrió un libro para ser disfrutado. Si en las primeras páginas no me atrapa, por lo general abandono lo que tenga entre las manos. Este me tomó por el cuello desde la letra inicial, asunto que se mantuvo incólume aun cuando muchas veces metieran sus narices ideas no compartidas, atmósferas casi insoportables, mundos reñidos con los que uno trata de erigir todos los días a fuerza de sudores, de paciencia, de pura terquedad o qué sé yo.
Hay que decir que Ernesto Sábato es un pesimista, y no es que lo mencione porque yo sea lo contrario. El autor, en su desesperanza, en el descreimiento desgarrado que manifiesta acerca de este mundo automatizado, hipertecnológico y entregado a la más descarnada razón, no ofrece alternativas. En este sentido, claro, por muy bien escrito que esté el fajo de cuartillas, resulta decepcionante: cae exactamente en el mismo cuadrante de los posmodernos quejumbrosos, donde se muestra el pecado pero jamás la posible redención (tal cosa, por supuesto, es lo que los hace posmodernos, lo cual implica casi que permanecer en ese foso para siempre. Es la trampa perfecta, la inmovilidad total).
Lo anterior no es nada nuevo. Ya en la época de una obra extraordinaria como “Sobre héroes y tumbas” se deja colar el cafecillo con su borra: “Felizmente tengo la propensión a imaginar siempre lo peor. Digo ‘felizmente’ porque de ese modo mis preparativos son más fuertes que los problemas que la realidad luego me depara; y aunque dispuesto para lo peor, esa realidad me resulta menos difícil que lo previsto”. En el plano de las propensiones, Don Ernesto se las trae, sólo que de propensión en propensión podemos dar con la oscuridad sin más, con ninguna luz al final del túnel, asunto nada halagador cuando se deja entrever que “Antes del fin” busca asimismo transformarse en testigo y estímulo para los que vienen atrás, léase los jóvenes.
En lúcido introito a “Dios ha nacido en el exilio“, novela del rumano Vintila Horia y que a manera de diario apócrifo da cuenta de los años de exilio sufridos por Ovidio en el siglo primero después de Cristo (luego de que el emperador Augusto lo desterrara a Tomis, en el Ponto Euxino), Daniel Rops se interroga, a propósito de una frase de Nietzsche (“He elegido el exilio para poder decir la verdad”) lo siguiente: “¿No estará predestinado el exilado, el hombre que todo lo ha perdido, a juzgar el mundo de los hombres instalados, a denunciar su hipocresía y su injusticia?”. Una idea como ésta se me ocurre calzando en ese molde que es la huella dejada por Sábato en su libro. Me pregunto, luego de leerlo, si el magnífico escritor argentino no será un exiliado irremediable, un paria de la Modernidad; no en balde mandó al diablo su quehacer en el mundo de las ciencias, muy instalado como estaba nada menos que en el Instituto Curie.
“Antes del fin” es un texto que vale la pena leer, máxime si uno se cree fuera del saco de los total desencantados, si uno todavía vislumbra hendijas por las que un pedazo de sol puede colarse. Equivale a una muralla labrada por alguien que dice sus verdades aplastándolas en el rostro del lector. La hipocresía, sí, y también la mentira y el consumo y el pito que puede tocar la ciencia o la inteligencia o la razón a estas alturas del siglo, danzan por las páginas hirvientes del texto. La denuncia, sin embargo, no trasciende a mi juicio el dedo índice, los señalamientos de rigor, para abrirse al terreno de las propuestas novedosas, de las posibles vías alternas.
Vale la pena leerlo por una doble causa: para compartir su desazón, que hasta cierto punto ha sucedido en mi caso, o para emocionarse o decepcionarse con el texto, lo que también me ocurrió, y en dosis algo más elevadas.