STRIPTEASE
por
-Roger Vilain-
Twitter: @rvilain1
El otro día me vi atrapado en una cola de supermercado. Una cola de supermercado es ese limbo que te engulle cuando echas un vistazo a lo que tienes enfrente y te percatas de que treinta almas en hilera quieren llegar a caja para salir por fin del purgatorio.
Y ahí, justo en medio de la marejada sin fin de bostezos y demás aplastamientos de ánimo -una cola de supermercado es una losa inmensa que para qué te cuento- vi de pronto la desnudez, parcial o total, de hombres y mujeres muy circunspectos frente al carrito de las mercancías.
Lo cierto fue que me asumí tequila en mano frente a la pasarela de los cuerpos. La señora gorda con el bolso en su hombro izquierdo, la chica del cabello recogido, el anciano con bastón que lleva de la mano a su nieta. Yo mismo en cueros dejando entrever intimidades, lugarejos, zonas iluminadas que deberían permanecer ocultas.
En un supermercado, sin ser ningún Sherlock o cosa parecida, tienes para saciar el morbo. O la curiosidad a secas si de obviar morbos que no tendrían por qué instalarse en un recinto como éste se trata. Total, que entre detergentes, tipos de pescados, licores, postres, libros o revistas -también llegan a los súper, no te creas- todos, absolutamente todos se desvisten aunque los profanos no tengan idea de que andan en pelotas. Pero sí.
El tiempo se deshizo como agua entre los dedos cuando descubrí el asunto. La cola, las treinta almas como Dios las trajo al mundo que me adelantaban pasaron a mejor vida y de buenas a primeras avancé. Entonces me contemplé ahí, a los pies de la cajera, listo para el pago y para largarme luego con mi música a otra parte.
Observo los carritos con sus mercaderías, observo a unos y otros escoger productos, observo cómo éste y aquélla deciden el tipo de vegetales, las galletas definitivas, el paquete de arroz que les conviene y no hay mejor puesta en escena que la playa nudista en que me hallo para dar con la antropología urbana típica de la ciudad donde hago vida.
Si quieres entender al bicho humano desde el horizonte de hábitos particulares -de clase, de cultura, de posibilidades diversas en función del ideario capitalista, pongo por caso- nada como meter la cabeza en las fauces de un supermercado y mirar el striptease, el cómo se quitan la corbata, la camisa o el bikini mientras eligen su champú. Pienso en el domador del circo de mi infancia y pienso en ese felino cuya boca, abierta a tope, aquél explora sin miedo al mordisco fatal y ya lo tengo, lo vislumbro, eso soy, un curioso metido en el orificio bucal de estas paredes que denotan prácticas, tendencias, rutinas y comportamientos del bípedo que vamos siendo.
Me vi a los pies de la cajera, expuse mis entrañas en la mesa de disecciones que es esta correa transportadora de espaguetis, verduras y jabones y a que no adivinas, a que no das en el clavo: hice mi número, bailé sobre la barra, me colgué del tubo tan desnudo como los otros para al fin dar un poco más conmigo mismo, descubrirme como nunca antes, ser yo de una manera que jamás imaginé antes de ingresar al recinto en que me encuentro. Como para contarlo y no creerlo. Como para vivirlo y revivirlo.