A MI PERRO LE FALTA HABLAR

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
X: @rvilain1

    Si al darte de cabeza contra el título pensaste lo que medio mundo, informo desde ya que estás equivocado. A mi perro le falta hablar, y cuando digo hablar es eso, nada del lugar común que cualquiera dice de su can sino justamente darle a la conversa, escupir una palabra seguida de la otra mientras compartimos desayuno o el café.

    La verdad es que no me extraña demasiado, en esencia porque construir un discurso, mantenerlo en medio de las galletitas con el té o entre whiskys y cervezas comentando la última victoria de la Vinotinto es cosa que requiere pensamiento, reflexión. Y pensamiento y reflexión, claro, no son atributos para todo el mundo. Basta echar una ojeada por los alrededores para darse cuenta. Pero Percy es clase aparte, realidad que me devuelve al inicio de este escrito: a mi perro le falta hablar.

    Tampoco es que lo anterior me haya tomado por sorpresa. A Percy le falta hablar y lo sostengo sin ambages gracias a que desde hace mucho pillé su condición única, hecho que él reafirma día a día y cosa que yo, boquiabierto, compruebo en la conducta que ya quisieran para sí el cocker de la vecina o el bulldog del carnicero.

    Total que mi perro, porque piensa y qué sé yo qué más, me atrevo a decir que en futuro no lejano va a dominar el arte de llevar adelante una conversación festiva, grata, iluminadora, asunto que ni en sueños alcanzaría cierto grupete cada vez mayor del bicho humano que pulula aquí y allá.

    El otro día, luego de llegar a casa atribulado por los imprevistos de rigor, noté que me observaba. Cogí unos platos sucios puestos en el fregadero después del desayuno y sin nada más que hacer empecé a lavarlos mientras hablaba solo, despotricaba, lanzaba palabrotas y maldecía. No me pregunten por qué pero también vi que sonreía. Una sonrisa acusadora, de burla, más que cínica. Una mueca que me descolocó, que  me sacó de quicio, que me hizo sentir justo lo que de seguro pensaba en ese instante: menudo mentecato, qué idiota sin par, qué babieco.

    Y créeme que eso no es todo. Si me atrevo a referir estas cosas por aquí, son apenas la puntita del iceberg. El iceberg, lo que se dice el iceberg, es un monstruo de mil cabezas y colmillos como cuchillos que expone su masa flotante en el océano de todos los días. Mi perro se mofa, expele sátiras a diestra y siniestra, me llama bufón en mis narices y a veces -poquísimas veces- da muestras de condescendencia haciéndome saber que no soy del todo impresentable, que también tengo de melifluo y de afable, de ingenuo y campechano.

    A Percy le falta hablar y ponte a pensar cómo resultará la cuestión cuando lo haga. Es que no deseo ni imaginarlo. Arriba dije que he fantaseado charlas festivas, gratas, iluminadoras, pero qué va, la única certeza es que su desfachatez cobraría tal dimensión que para qué te cuento. De únicamente suponerlo un frío helado me recorre hasta las uñas.

    En fin, jamás lo hubiera sospechado. Cuando lo llevé a casa, esa bola de pelos tan tierna y delicada fue alegría para toda la familia. Lo sigue siendo, no diré no si sí, pero hoy es un alborozo diferente. Si tan sólo me trajera las pantuflas, si me acercara el diario mientras disfruto del café en el sofá de la sala. Pero olvídate, él es como es y se acabó. Piensa mucho, ladra poco, y ya lo dije al principio, es que a mi perro le falta hablar.

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