EXILIO

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
X: @rvilain1

    He descubierto que para irse no basta coger el bus, el barco, el avión y largarse. Si de veras te vas no queda piedra sobre piedra, es decir, arrancas de cuajo tu presencia y entonces en las naves quemadas ardieron hasta tus recuerdos.

    Irse, lo que se llama irse, supone una labor de abordaje fulminante que es desconocida, temeraria, novedosa. Una labor de abordaje cuya acción parte en dos lo que vas siendo. Por un lado tu vida cotidiana, como siempre la asumiste y a la que te acostumbraste, y por otro el nuevo espacio, virgen, innombrado, listo para estrenar pase lo que pase.

    Luego de la revolución, especie de Atila que arrasó con un país, he pensado en todo esto. He reflexionado acerca de lo que soy. ¿Un exiliado? ¿Un desterrado? ¿Un migrante con suerte por haber viajado con trabajo? En principio estuve convencido de lo último, pero hoy me siento lo primero y lo segundo. Salí del país porque me dio la gana, pero me dio la gana gracias a razones que exilian. Cuando te debes a una familia y cuando tienes hijos en plena hechura de sus vidas, trágicas realidades como el adefesio chavista obligan a replantear presentes, asunto que se transforma en el dilema clave: o continúas en ese suelo o levas anclas para decir adiós.

    ¿Me fui? ¿Me he ido? Vuelvo al comienzo de este escrito. Para irse no basta coger el bus, el barco, el avión y largarse, de modo que siempre estás, o medio estás, a no ser que tu mundo y tu memoria acaben trocados en cenizas. No es mi caso, lo cual produce el resultado típico de todo expatriado que echa mano del retrovisor, que mira y al mirar observa.

    Dice el diccionario que un exiliado lo es por motivos en general políticos, cuestión cierta si lo ves desde una orilla y menos verdadera si la enfocas desde otra. En lo particular, mi exilio tiene más de razones vinculadas con el oxígeno vital, o sea, con el clima envenenado que de a poco fue instalándose en el día a día y que lo agotaba, motivo más que suficiente para tomar cartas en el asunto. Yo las tomé y por aquí estoy, examinando y escribiendo desde la memoria.

    Julio Cortázar llegó a diferenciar, según he leído por ahí, el exilio físico del exilio cultural -fue un prohibido, un execrado de su tierra por la dictadura-. Sufrió ambos pero el segundo implicó la denuncia  de la asfixia espiritual que se tragaba a la Argentina. Lo entiendo a la perfección porque me ocurre algo más o menos parecido. No sólo mi país ha sido pasto de la destrucción a propósito del clima cultural, de lo que fue y supuso en el pasado inmediato a la gangrena chavista, sino que he mordido el polvo al sentirme fuera de sístoles y diástoles inherentes al lugar donde nací. Con todo, regreso por segunda vez al inicio de estas páginas. Descubrí que para irse no basta coger el bus, el barco, el avión y largarse.

    Sigo en Venezuela, la pienso mucho más que antes. Imagino que es algo natural en quienes atraviesan experiencias como la que he tocado en estas líneas. Sin embargo hay que ponerlo en negro sobre blanco, exorcizarlo de algún modo -qué mejor que la escritura- y apelar a la memoria, señora vestida de blanco capaz de acendrarte espíritu y conciencia. Que así es, no cabe duda. Si de veras te vas no queda piedra sobre piedra, arrancas de cuajo tu presencia y en las naves quemadas ardieron hasta tus recuerdos. Nada más lejos en mi aquí y ahora. Nada más lejos.

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