LAS FORMAS DE LA NOCHE

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
X: @rvilain1

    Es una costumbre que nació en la infancia. Supongo que con la práctica y el gusto que de a poco fueron asentándose hasta ganar la dureza de hoy, las formas de la noche existen para hacer de las suyas con total constancia.

    Comenzaron en plena niñez, vuelvo y repito. Digamos que a los seis o siete años. Estoy en mi habitación, siento el colchón blando, las sábanas mullidas, la almohada como un nido de pájaros. Despierto a las tantas con la incertidumbre a cuestas. A esa edad ten por seguro que la curiosidad muerde a fondo, se potencia ante la falta de explicaciones, termina hecha ovillo con la sinrazón y el regocijo.

    Con los ojos muy abiertos me detengo frente a ellos. Un señor con sombrero de ala ancha, una serpiente que se arrastra y sube por las patas de una silla, el mástil de un bergantín mecido por el oleaje embravecido. Ya en esos días conozco el insomnio: no dormir a fuerza de ilusiones que espantan el sueño como un manotazo que acaba por correr a las moscas.

     Me asusta y me divierte en proporciones más o menos equivalentes. Si alguien preguntara en qué momento descubrí la fantasía, es decir, si tuviera que referirme un segundo al cuándo di con una lógica distinta -distinta al mundo que me engulle al despertar- diría que justo en esos años idos. Los pliegues del edredón convertidos en montañas, el armario transfigurado en gigante a pecho descubierto, un afiche de Dumbo colgado en la pared cuya silueta es ventana semiiluminada por la que asoman rostros jamás vistos.

    Acostado oigo el maullido de algún gato sobre los tejados. Me da entonces por construir historias. Las veo, desfilan en el claroscuro, cobran sentido, pie y cabeza. Figura con sombrero de ala ancha, serpientes reptando entre las patas de una silla, mástil bañado por una luz plateada en mar abierto. Cada historia atrapa más que la anterior. Ni el cine, ni los programas de tv, ni ciertos cómics que entretienen en las tardes llevan la carga de intriga y adrenalina -estoy a años luz de descubrir esta palabra- que suponen las formas de la noche. Si vislumbro una capucha como la de las brujas y de seguidas alguna de ellas, con su nariz y su verruga, vuela por la habitación, al instante el hada amiga le da su merecido. Sonrío con la felicidad metida en cada poro.

    Lucen sus cuerpos pterodáctilos que chillan en la selva, gusanos sebosos venidos de un mundo apartado descienden por la mesa de luz, perfiles humanos o ve tú a saber qué emergen entre la sombras del ventilador y el sólido muro donde debe estar mi pequeña biblioteca. Dinosaurios en la habitación, felinos de pupilas luminosas, dragones, unicornios, murciélagos aquí y allá. Luego, al amanecer veo con claridad mi abrigo encima de la silla, la mochila junto a ese pañuelo colgados una junto al otro en el perchero. Noto el guardarropa que fue un gigante en aquel cuento de las habichuelas y entonces vuelvo, regreso del país de los lotófagos para darme de bruces con esta verdad que asimilo poco a poco: cierta línea delicada, esa que pone en su sitio realidad y duermevela no es más que goma de mascar, masa pastosa, hule oculto, iridiscente y mentiroso.

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here