EL PASADO COMO REDENCIÓN

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
X: @rvilain1

Hay gente que vive pendiente del futuro. Que sueña, añora, se pregunta sobre él. Tengo por sentado que el futuro es una quimera por lo que mis desvelos apuntan al pasado.

Si todo acabara ahí sería una maravilla, pero no señor. En ocasiones despierto a medianoche, a veces justo al amanecer, y con el rostro enjabonado y con la rasuradora entre los dedos juro que estoy en otros tiempos. En la Grecia antigua, pongo por caso, o en la Edad Media, créeme por favor, aunque mis preferidos sean los sin par años sesenta -cosa de lo más curiosa puesto que nací una década después-.

Me pongo a reflexionar y doy en el clavo. Tenía razón Jorge Manrique -todo tiempo pasado fue mejor- cuando puso sobre el plato el alimento que entre suspiro y suspiro arranco a dentelladas del tiempo que se fue, siempre inmejorable, siempre fabuloso, claro, piensen lo que piensen psicoanalistas de cualquier pelaje o chamanes de la nueva era. Dime tú si no, asegúralo conmigo: volver al pasado es nada menos que la leche, sentenciado además por Les Luthiers al afirmarlo, confirmarlo y reafirmarlo de una vez y para siempre: “cualquier tiempo pasado… fue anterior”, y mientras más pasado, pues más anterior y viceversa. Mejor imposible, como puedes ver.

Pero comentaba arriba que a veces me despierto y juro que ando en épocas ya idas, como esta mañana luego de que el despertador hiciera de las suyas. Abrí los ojos y no lo podía creer porque caminaba en una calle oscura y hacia mí, como si nada, como ocurre cuando lo que tienes enfrente es la absoluta verdad verdadera, digo, hacia mí venían nada menos que Los Beatles en plena risotada o juerga, o chanza o jodienda o como se diga, junto con Los Ángeles Negros y con Los Impala, por acera húmeda, londinense, sesentosa. ¿Es o no es como para coger palco?

Y por supuesto que me lo creí y ten por seguro que ocurrió tal cual, allá tú si te barrunta que se me aflojó un tornillo o se me movió una teja, cosa más o menos equivalente y ya, dejémoslo así, pero repito que es que en ocasiones juro despertar en otros tiempos, mejores sin ápice de duda, sin los comparas con éstos sin salero ni sazón, qué le vamos a hacer.

Todos escupen de la boca para afuera, como si fuera el mantra de los mantras, que el único momento que en verdad existe es el presente. Habráse visto tamaña necedad, tamaña desmesura. Sólo tienes que cerrar los ojos y volar directo al sur o despertarte a las horas en que yo lo hago para darte de bruces con la majadería que nos inunda, o sea, la que descubres por descarte cuando te hallas hasta el cuello de otros tiempos esfumados ya, pasados ya, pero a su manera vivos. Hoy a media tarde, después de la siesta, volvió a suceder. Desperté en plenos días de infancia, con diez o doce años, sentado en la butaca listo para echarme encima Grease, Vaselina, Coca Cola y papas fritas al alcance de la mano. De puta madre, vuelvo y digo.

“Es que el pasado jamás está muerto, ni siquiera es pasado”, escribió Faulkner en un ataque de lucidez, y la verdad es que uno es lo que es en buena parte gracias a los tiempos polvorientos que la mayoría mandó al desván. Y añado todavía: gracias al tufo ennoblecido de ese ayer que va quedando, pues lo otro, su lado menos luminoso, la memoria se ocupa de enterrarlo. Lo que soy yo, despierto y ahí está una bacanal romana, o Baco acariciándote con ciertas tentaciones al pie de un olivo de la Hélade, o Diana Ross, la diosa Diana Ross y sus piernazas. No se diga más, punto y se acabó. No se diga más.

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