QUÉ LE VAMOS A HACER

por

Roger Vilain

-Roger Vilain-
X: @rvilain1

    Dice Rosa Montero que lo normal es lo anormal, o viceversa. Que por lo general tendemos a creer una ficción, es decir, el hecho incierto de que la normalidad está bien asegurada, planchada y almidonada.

    Sigue contándonos la escritora -con lo que nos aplasta, y muy bien aplastada, la nariz- que la ficción de marras es sólo el espejismo de “la media estadística de todas las posiciones de los seres humanos frente a diferentes situaciones”. Nada menos. Si aún no lo crees corre y busca “El peligro de estar cuerda”, uno de sus últimos libros, para que espabiles, goces y comprendas. De modo que la frontera entre la cotidiana aceptación de lo que suponemos lógico y normalito y el rechazo de cuanto lleva la etiqueta de lo perturbado vuela, ¡pum!, en mil pedazos.

    A que en algún punto te desvías de la fulana estadística que prefabricamos en función de lo normal. A que por re o por fa en más de una ocasión descubres al chalado que pernocta en ti. A que sí. Prepárate un café, ponte cómodo sobre la butaca, frunce el ceño y afíncate cinco minutos en la memoria. Ahí lo tienes, qué sencillo ha resultado descubrirte como majareta -o como ido, maniático o lunático. Llámalo como te parezca-.

    Tengo un primo que fue siempre la mata de la razón. Quiero decir, un primo cuyas asociaciones de A con B para llegar a C eran dignas de Newton entremezclado con Max Planck. Lógica por donde metieras el ojo. Tú y tú y aquél tendrán sus primos y todos tan contentos. “Es que lo normal da cuenta del día a día en el que chapoteamos”, repetirás con cara de quien tiene a Dios cogido por las barbas. Y yo responderé con mi mejor sonrisa, la sarcástica, no faltaba más. Cualquiera afirma que dos más dos son cuatro y de seguidas jura que todo gato negro va a regalarle mala suerte. Y a cruzar los dedos y a tocar madera, mira tú.

    Lo que soy yo he sido un anormal desde chiquito. O sea que el libro de la Montero me sirvió para confirmar cuanto suponía de pe a pa. En cierta ocasión quise ir al psiquiatra para corroborarlo pero un amigo me tiró de las orejas: “van a ser dos los alienados”, por lo que desistí ante sus argumentos. Y no, no estaba equivocado.

    De niño no podía leer más que en mi propio libro y de adolescente jamás logré escribir sino con mi bolígrafo. Hoy, en la adultez, disfruto de un buen tango o de una cumbia si sólo suenan en el estéreo de mi habitación, cosa sin importancia a estas alturas porque la media estadística y el peligro de estar cuerda y blablablablablá.

    En fin, que de músicos, poetas y locos todos tenemos un poco, según vociferaba mi abuelita en el séptimo año de su mala suerte, decía, gracias al hecho de haber roto el espejo con el que se escudriñaba el rostro a diario para maquillarse.

    No sé tú, pero yo sigo en mis trece, asunto de lo más normal desde que tengo uso de razón. Escucho sólo en el estéreo de mi alcoba y, cosa curiosa, noto en estos días mayor dificultad para percatarme de la hora. Solamente doy con ella si el reloj es un reloj de arena. Qué le vamos a hacer.

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