EL OJO DE LA CERRADURA
por

-Roger Vilain-
X: @rvilain1
No sé ustedes, pero la curiosidad me transformó en mirón. Voy por la calle, camino alegre por las aceras y basta una ventana abierta o un balcón a media luz para que el voyeur que llevo dentro levante las orejas.
Andar por andar tiene sus ventajas, en esencia aquellas vinculadas con descubrimientos frescos, de modo que vagar por el centro lleva en las entrañas tropezar con mil enigmas y quién sabe, hasta revelar arcanos. Soy un mirón al punto de que cojo el paraguas en las tardes, me pongo la bufanda, salgo de casa silbando y ahí me tienes, rumbo a las catacumbas de la realidad, el lado menos expuesto de cuanto ves en cada cosa.
Ver en cada cosa, por supuesto, exige acribillar con la pupila ventanas entreabiertas o balcones semiiluminados. Hasta aquí todo muy bien y de seguidas lo mejor: te das de bruces con la veracidad, recreas a tu manera el día a día, hallas al fin respuestas por lo general escurridizas.
Desde que recorro el mundo tengo la impresión de que hacerlo como debe ser obliga a cierta educación de la mirada. Mirar implica un martillazo porque o atinas en el mero clavo o te coges el pulgar. Como adquirí pericia en el asunto lo primero me sucede siempre, final que agranda la satisfacción morbosa en todo mirón que se respete.
Para ello la paciencia es parte constitutiva de la experiencia. Al principio todo se viene abajo porque buscar se lleva a cabo a ciegas, es decir, saltas a la calle con ojos de punta roma y qué le vas a hacer, terminas con las manos en los bolsillos y el semblante triste y gris, hasta que coges de nuevo empuje, te armas de calma china y llega el día en que feliz gritas eureka.
La cuestión radica en asomarte por el hueco de la cerradura. Lo aprendí de niño y créeme que no falla. Pululas por las plazas, corres por algún parque, sigues en línea recta y de pronto atisbas lo que otro nunca imaginaría. O caminas cuadriculado, planchado y almidonado como el doctor Arcadio Pérez, notario de nueve a seis, o te escurres detrás de la puerta y conquistas uno a uno todos los secretos.
Nada hay más interesante que las historias ocultas en una escena común. La mujer cuya silueta hace de las suyas enmarcada por una ventana o la pareja que acodada en el balcón salió a tomar aire fresco. Aquí revelo acertijos, nado a contracorriente, chapoteo en aguas incógnitas y salgo a flote con el tesoro en las manos.
El otro día daba un paseo por la avenida de los Shirys y ahí estaban, ella en plena huida, el sudor frío desmaquillándole el rostro, y él con sombrero a lo Dick Tracy, chaqueta vistosa y corbata de lazo agazapado en cierto rincón de la terraza. Una historia que se dio entre el bullicio de la vía y la Luna allá en lo alto, una que si la escribo morderás el rostro del peor retorcimiento. El ojo de la cerradura, nada menos que el ojo de la cerradura.
En fin, que el mirón que me conforma da cuenta del mínimo gesto que despliegas. Por el ojo de la cerradura merodeo y puedo verte en pelotas, radiografiarte como Dios te trajo al mundo. Tomo los hilos, hurgo en tu naturaleza, desentraño la verdad metida bajo tu epidermis. El mirón en pleno acto, ese que atrapa lo que eres.