PUNTO DE FUGA

POR

Roger Vilain

-Roger Vilain-
X: @rvilain1

I

Me piden un texto para El Nacional sobre la diáspora venezolana y mi adscripción a ella y vuelvo a lo mismo: pensar el hecho de haber salido del país, de recalar en otro para ese entonces desconocido, y créeme que las premisas y las conclusiones son siempre parecidas. Hace algún tiempo escribí sobre el asunto, con Jean Paul Sartre de por medio. El filósofo, un parteaguas en mi condición de estudiante, me ponía un espejo enfrente.

Concebí emigrar con los ojos puestos en la máxima sartreana -“La existencia precede a la esencia”-. “No está mal”, pensé. Más allá de los libros y del claustro universitario, voy a experimentar en carne propia la tesitura de una convicción filosófica. A vivirla, no faltaba más.

Ecuador era el equivalente de la otra cara de la Luna. Jamás había estado aquí, de modo que una interrogante resbalaba, de cabo a rabo, por cada uno de mis días. Había ganado un concurso para docente-investigador en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, uno del que me enteré gracias al ojo indagador de mi esposa en las redes virtuales. Virtual fue su descubrimiento y virtual fue mi participación. Debí partir en pocos días. Ante la debacle que mostraba los colmillos debido al rumbo que tomaba el país la incertidumbre crecía como la espuma. Yo cerré los ojos al comienzo, juraba que la dictadura al poco tiempo sería cosa del ayer pues la situación en Venezuela, a todas luces, acabaría por resultar insostenible tanto para unos como para otros, es decir, para la gente de a pie y para quienes llevaban las riendas de un país camino al despeñadero. Mi esposa por segunda vez dijo aquí estoy y dio en el blanco: “ahí tienes la oportunidad, concursas, haces lo tuyo y no se diga más. Nos vamos”.

Y nos fuimos.

II

Cada cierto tiempo lo repito: Quito ha sido amor a primera vista. De mis años en la entrañable Mérida Ana y yo guardamos el mejor recuerdo de sus días. Hemos sido una manzana devorada por el gusano del enamoramiento, del gusto por una ciudad que al paso de los años cuajó en nosotros como memoria apetecible, solidificada, atrayente e invitadora. El veintinueve de septiembre de 2016 el avión tocó pista y mientras accedía a la novedosa realidad el filo de una esperanza atravesó cualquier expectativa. No me equivoqué, la ciudad se abrió como una rosa y de inmediato me sentí en casa. Camila y Daniel, nuestros dos hijos, me acompañaban en el periplo. Ana y mi madre llegarían un mes después. De esos comienzos hasta el sol de hoy compruebo que Sartre llevaba razón. Uno construye el andamio por el que perfila lo que pretendes abrazar en tanto horizonte, asunto que exige vivir, dar los pasos, forjar una existencia cuya silueta es necesario modelar. Ecuador, Quito para más señas, acabó por transformarse en el punto de fuga que amplió con mucho mi campo mental. Jamás me sentí un exiliado, cuando menos no en el sentido tradicional de la palabra. Resulta curioso, pero al paso del tiempo hoy tengo la sensación de exilio mucho más encima que hace casi nueve años.

Es entonces cuando Venezuela llega a arder como hierro encendido por un motivo simple: es el lugar de las primeras veces. ¿Por qué el lugar donde nacimos y crecimos lo llevamos siempre en la mochila? Porque ahí nos abrimos al ser. En mi caso no encuentro explicación más acorde, más cierta y más hermosa. El lugar de las primeras veces hace de ti lo que vas siendo, y lo que vas siendo se agiganta y se ensancha con el sedimento que el tiempo y otras geografías depositan sin remedio -Quito brilla en este punto-.

El lugar de las primeras veces, eso es. Fue en la Venezuela que se agita en mis recuerdos donde di el primer beso, donde escuché las primeras groserías, donde hice los primeros amigos, donde hallé libros y películas que se me incrustaron hasta el fondo, donde aprendí a fumar, donde vislumbré, en la sala oscura de un cine de pueblo, las piernas bajo la palma de mis manos de alguna muchacha hace mil años. Esa es la razón y no le busco otras explicaciones. En el lugar donde el mundo cobró sentido para mí me percaté de mí mismo, para bien y para mal, de manera que semejante sitio, nada menos, he dejado en suspenso gracias a motivaciones no elegidas.

Y ya lo sabemos, cuando nos alejamos de aquello que ha sido dulce y también bueno, lo hacemos mejor porque lo decidimos sin coacción de ningún tipo y porque guardamos la certeza de poder volver, de regresar sobre los pasos, de recorrer el universo, en fin, sabiendo que es posible poner marcha en retroceso aunque al final nunca lo hagas.

He tenido suerte, por supuesto. Aquí, en esta ciudad entre montañas, encontré asidero e hice nido. Esté donde esté sostengo que Ecuador es mi otro hogar. Me regaló un abrazo desde el primer día y yo se lo devuelvo agradecido. Es cierto lo que tantos inmigrantes opinaban de aquella Venezuela de la infancia, de la adolescencia, esa tierra que llamaban con asombro la sucursal del cielo. Un lugar para afincarse y batallar con uñas y con dientes por los anhelos que cada quien puede albergar. Y es cierto para este país bendito , el Ecuador, y esta ciudad que a manos llenas tanto da si llegas a abrirle el corazón.

No tengo dudas al respecto, si la existencia precede a la esencia hay que coger el morral, aguijonear tu cabalgadura y dar un paso al frente. Dejas un mundo allá atrás y descubres otro que quizás lo complemente. Ha valido la pena intentarlo.

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here