A MIL KILÓMETROS DEL MUNDO
POR

-Roger Vilain-
X: @rvilain1
Soñé que era un extraterrestre. Soñé que era un saltimbanqui del espacio, lo cual me pareció muy divertido. Entonces iba de aquí para allá, de los luceros a muchos planetas, de ciertos asteroides a otros muy distintos, hasta que di con la Vía Láctea.
Y en la Vía Láctea me topé con un letrero: “Sistema Solar a la derecha, luego cinco años luz en línea recta”. Pisé el acelerador, puse el ovni a toda leche mientras encendía el Control Manual para Cambios en el Espacio Tiempo. Al minuto, como si fuese un entramado de juguete, lo distinguí a lo lejos. “Sistema Solar. Sean bienvenidos”.
La Tierra es el planeta azul. Lo aprendí en las aulas de la Comunidad Interestelar de Educación, cosa que evidencié maravillado. En plena aproximación a su imponente redondez, la mezcla de azules y de blancos -azules de todo tipo junto con blancos que dan vida a una paleta que envidiaría Da Vinci- gana en atractivo, en capacidad para asombrar, en realidad jamás presenciada durante los nueve por diez a la veintiocho años luz recorridos en mi viaje.
Gana en atractivo, he dicho bien. Si la perfección existe, lo perfecto anida en estas latitudes. Atractivo, repito, y belleza que exigen educar el gusto, un gusto acabado para acariciar el espíritu.
La aproximación, la cercanía, fue un abanico de sorpresas. Quien llegue a este lugar gozará de fiesta para los sentidos. En primer término para la vista, claro está y por razones más que obvias. Y en segundo para el tacto, porque nunca en el pasado hubo estímulo epidérmico tan hondo que te eriza y te hormiguea desde el cuero cabelludo, pasando por la nuca y hasta acabar en los talones.
Filmé en tres dimensiones, fotografié en modo holográfico y también fractal, hice instantáneas con duplicidad fotónica en interfaz de plasma, pero confieso que nada fue capaz de registrar a plenitud la realidad que tuve enfrente. No existe forma ni manera de aprehender cuanto advertí, absorto, boquiabierto, conmovido.
Hasta que llegué a la Tierra. Contemplada a mil kilómetros desde el espacio su belleza resulta marmórea. Luego del aterrizaje, tomándome el tiempo suficiente para apreciarla como a una obra de arte, el muladar se muestra de inmediato. Hablo de Gaza y hablo de violencia. Hablo de Rusia, hablo de Ucrania y hablo de Burkina Faso. Hablo de Myanmar y de Somalia, de Yemen y de Sudán, hablo de Siria o de Nigeria, guerras vivas y coleando, países que se despanzurran mientras rasguño este papel, mientras ahora mismo das un sorbo a tu café.
El bicho humano se las trae, no faltaba más, así que mi respeto y amistad por Sirio, perro del planeta Trappist y compañero de aventuras, crece frente a lo encontrado aquí. De ello quedé hasta el gaznate y de otros horrores, locuras y destripamientos hasta las narices. De la necedad, la simple necedad peor que todas las pandemias juntas, hasta la coronilla.
No es cierto que esto acabará porque un meteorito o porque un virus. El arribo del fin, lo he comprobado sin equívoco, va a ocurrir por mera estupidez, esa que no tiene cura, esa que cualquiera luce, con pompa y con orgullo, pegada de la frente.