SIGO EN MIS TRECE

POR

Roger Vilain

-Roger Vilain-
X: @rvilain1

De niño me fascinaron los espejos. Hasta bien entrada la adolescencia me pregunté qué habría dentro de ellos, en esencia porque un yo del otro lado me ponía los pelos de punta. ¿Tenía un doble sin saberlo? ¿Acaso el chico que iba siendo era el halo imaginario de aquel parado enfrente? Cada vez que me plantaba ante el espejo un miedo helado me recorría hasta las uñas. Ve tú a saber qué diablos se ocultaba en todo ello, qué monstruos habitaban el ínfimo grosor del azogue sobre el que ese otro yo rebotaba. Nada bueno, júralo, rondaría tamaña realidad, semejante hecho palpable, tan visible como como una silla o una mesa o un cuadro de la sala.

Una vez me dio por fijarme en los espejos públicos, en concreto los de los grandes almacenes. Al regresar de la escuela me detenía a contemplarlos y ahí estaban, espejos enormes que engullían a las personas mientras caminaban frente a ellos. Puse toda mi atención en los transeúntes, para ser exacto en sus extremidades, básicamente en sus zapatos, y descubrí entonces el juego más impresionante que pudiera haber soñado: sin mirar rostros, con nada más echarle un vistazo a los calzados, imaginaba de golpe la fisonomía del personaje. Al levantar la vista y percatarme de las caras, éstas daban con lo imaginado.

Fue así como poco a poco acabé perdiéndoles el miedo. Adivinar rostros a partir de mocasines, de sandalias, de botas o de modelos deportivos pasó a ser, más que un divertimento, el hecho contundente que marcó la piel de mi primera juventud. Luego tal habilidad se disolvió con la misma rapidez de su llegada, asunto que despaché con un encogimiento de hombros equivalente al qué más da donde no hay nada que hacer.

Hasta que transcurridos muchos años cierta mañana al rasurarme el bozo y verme reflejado tal y como era, vislumbré un hecho adicional. El espejo arrojó mi yo, mi yo idéntico a mí para de seguidas escupir al que siempre había querido ser. Si me enfocaba en el aquí y en el ahora pues daba conmigo en el espejo, con el Roger Vilain mondo y lirondo, sin sobresaltos ni sorpresas. Pero si imaginaba la versión de mí que yacía oculta, que por décadas había anhelado ser en mis abismos, ésta aparecía como si nada, llena de espuma de afeitar.

Lo cierto es que hoy sigo en mis trece, es decir, intento dar con el que podría ser pero no soy. Uno es lo que puede, claro está, y no lo que desea, digan lo que digan mil gurúes de la autoimagen y tantísimos abanderados de la New Age. Paciencia, me repito a diario sonriente, paciencia, y sigo por supuesto que en mis trece.

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