MI SOMBRA Y YO
POR

-Roger Vilain-
X: @rvilain1
Lo que para unos es cotidianidad monda y lironda para otros implica lo contrario. Hace poco repetía lo anterior mientras en un programa de tevé alguien hizo maravillas con la sombra de sus manos. Sombras chinescas, por supuesto, asunto que colinda con la magia.
Esgrimo lo de arriba por dos razones fundamentales. La primera: eso que llaman cotidianidad a mi juicio deja de serlo más veces de las que supongo. La segunda: hablar de sombras para mí es hablar de misterio puro y duro, lo que se remonta a los días de mi niñez.
En el jardín de infancia, lo recuerdo como si fuera ayer, me ahogaba en ansiedad cuando en el patio, las veces que salíamos a jugar, no hallaba mi sombra aquí o allá. La fascinación de semejante efecto -la luz que al incidir en mí proyectaba oscuridad- era nada menos que la consecuencia lógica de una fiel acompañante. Antes que amigos imaginarios y antes que Pedrito o Raulito fuesen los buenos chicos con quienes jugar a la pelota, mi sombra llegó a ser tan entrañable como el más hondo camarada.
No verla sobre la pared, no encontrarla en caminata o en carrera junto a mí, no percatarme de su presencia al salir de casa de la mano de mi madre era suficiente para provocarme el llanto. Una vez se lo conté a mi padre y sólo llegó a decir, sin cara de asombro y tomándose el tiempo necesario para encender su pipa, que también él gozaba de su compañía. Respiré feliz, sentí que éramos cómplices, lo abracé como quien abraza la seguridad en carne y huesos.
Al principio, la ausencia de mi sombra equivalía a sentirme como Crusoe en aquella isla. Mi condición de hijo único quizás tuvo que ver en todo esto, ve tú a saber en realidad si sí o si no, pero la verdad sea dicha: pocas veces compañía semejante llegó a ser tan palpable, tan manifiesta y verdadera. No tenerla fue la pura experiencia de lo íngrimo.
Con los años los cambios se produjeron sin más. Mi sombra conservó su labor de confidente pero supuse también que se tomaba libertades, de modo que a los ocho años comencé a aceptar su paulatina retirada. Que no estuviera en pleno juego de canicas, que desapareciera en un partido de fútbol -nada menos que con el sol del mediodía-, para mi sorpresa no significó gran cosa. Ya regresaría, como en efecto regresaba.
Por aquellos años cada reto que se me presentó fue superado con su ayuda. Digamos, asuntos de colegio -suma de quebrados, composiciones para leer en clase, memorizar ciertas lecciones- y digamos también que pormenores típicos del día a día -la chiquilla que me deslumbró, el bravucón que molestaba a la salida de la escuela-, todo, todo ello terminó resuelto entre los dos. Como dirían los mosqueteros, todos para uno y uno para todos, así que mi sombra y yo bastamos para arreglar cualquier entuerto.
Frente a un programa de tevé me vino a la memoria lo buena amiga que acabó siendo para mí. Rumiando esta cuestión me pregunto ahora por ella. Sabrá Dios dónde andará, quién sabe dónde estará mi sombra.







