MI AMIGO ESCRITOR

POR

Roger Vilain

-Roger Vilain-
X: @rvilain1

Alberto Manguel escribió unas líneas que Camila y Daniel, mis dos hijos, de chiquillos suscribían a cada instante: “los niños saben algo que la mayoría de los adultos ha olvidado: que la realidad es todo aquello que nos parezca real”. Vaya sentencia. Y es lamentable que tamaña frase genere tan poco eco en nosotros, los adultos, esos bichos raros que acabamos siendo

Tengo un amigo que siempre le busca cinco patas a los gatos. Es escritor -los escritores son unos buscadores incansables, no podría ser de otro modo- y entonces tú lo ves oteando el horizonte con ojos de felino nada más que por hallar la sabia que subyace a este artificio con que bañamos el mundo, a este orden tan pulcro, tan aséptico, tan cargado de adultez que hemos construido desde hace tanto y al que ciegos nos lanzamos de cabeza.

Uno chapotea, dime tú si no, en un océano cuyos progenitores son el bueno de Aristóteles y el inteligente Descartes, es decir, lógicas estructuradas para ver de una manera, pensar de una manera y actuar de una manera. No está mal, tomando en cuenta cómo ha rodado el universo, pero mi amigo escritor lleva razón. Buscando lo que no se le ha perdido dio en el blanco al punto de hallar otros modos de mirar la cosa. Sus libros van por ahí llenos de causticidad, sus escritos chorrean humor negro y perspicacia, sus obras sudan ironía y sus palabras leen la vida echando fuera lo que está bajo la alfombra.

Calles, burdeles, hogares, plazas, parques, tiendas, templos, oficinas, bares, fueron jerarquizados por una mente que los unifica y les otorga su particular pie y cabeza. Tal cuestión resulta buena, no vaya a ser que caminemos más perdidos de lo que ya estamos, pero a mi amigo le encanta llegar a esos lugares y volver añicos tal orden superior que nos guía y nos organiza.

Mi amigo es un niño, un infante, no cabe duda, pero también mi amigo, como usa barba y tiene canas, ha sido presa del ojo avizor, del ojo vigilante, de ese Gran Hermano que flota por ahí y equivale a un adulto por todo lo alto, esto es, alguien enflusado, acartonado, entalcado a propósito de sus funciones como idea de hombre programado, controlado, dirigido, bien llevado. Ha sido presa, digo, porque del cuello le cuelga hasta que dé muestras de enmienda contundente la etiqueta de distinto y raro, generoso eufemismo para no decirle de una buena vez atolondrado, loco o desquiciado.

Ese escritor que corre buscándole la quinta pata al gato gusta leer el mundo a su manera. Ese mundo es tierra virgen en cada salida exploratoria que lleva a cabo todas las mañanas justo cuando empieza sus faenas sánduchito en mano con jugo de naranja en el café de la esquina, servidos por el bueno de Joao, portu simpático como ninguno.

Según he sugerido ya, y por ser un hombre libre, mi amigo le saca la lengua a ciertos órdenes preestablecidos. Ese pre en preestablecidos, claro está, tiene mucho de plancha y almidón, por lo que siempre es urgente, dice él, salirle al paso con cierto hacer de recreación a propósito de cuanto se anteponga entre él y su mirada. Y como es de suponer, este re de recreación termina por ser más apetitoso que el mencionado pre al que es bueno recetarle dosis elevadas de anarquía para magullarlo y espantarlo mientras se le obsequian grandes cosquillas epistemológicas -perdonen el feo academicismo- a ver si sonríe y cambia para siempre de semblante.

Total, que la labor es ardua pero grata. Y ahora que lo pienso, recuerdo y viene muy a cuento aquella sentencia de Cortázar, quien a tono con todo esto llegó a arrojar mientras silbaba: “Soy realista porque me niego a dejar fuera de la realidad hasta la última migaja del sueño”.

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