Leer en griego

La falta de conciencia causante de desastres

por 

Alejandra Xenofontos
Twitter: @alexandra_92
Ingeniero Civil

Una vez más Grecia enfrenta desconcertada un  desastre ambiental. No debería haber palabras frente a un bosque quemado o a un mar lleno de petróleo. Sin embargo, pese a lo que pasó algunos siguen dando declaraciones y acusaciones grandilocuentes que buscan desviar la atención del objetivo principal: ¿Qué solución le daremos al problema?

Después de un verano más durante el cual  muchas extensiones de bosques en todo el país se volvieron cenizas, la noticia del hundimiento del carguero petrolero en el Sarónico sonó a chiste de mal gusto. Durante otro verano más, Ática y otras regiones vieron sus fuentes principales de oxígeno quemarse en una noche. Otro año más en el que no nos enteramos de cuál fue la mano asesina. ¿Fue alguien que provocó el fuego o este empezó espontáneamente? ¿Por qué nadie responde nunca con valentía? Siempre se oye lo mismo: la culpa la tiene el Gobierno, el Estado o incluso la mala situación económica. Exactamente lo mismo vivimos también esta vez con el carguero petrolero: “¡El culpable es el gobierno!”  Pero, ¿no será que estamos simplificando mucho los sucesos en beneficio propio?

Es seguro que podemos acusar a los gobernantes de apatía y reacciones lentas en este caso también, de mala preparación  y falta de recursos y de un plan para afrontar la situación. Podemos decir que el Gobierno tiene la culpa porque el fenómeno se expandió tanto. Sin embargo, la verdad es que nada de eso habría pasado si no se hubiera hundido el carguero petrolero, o si no se hubieran declarado los incendios. Sin embargo, otra vez el problema se enfoca en quién tiene la culpa de lo que pasa a continuación y no en quién inició todo.

Aunque no quiero apoyar a ningún gobierno, me parece injusto decir que todo es su culpa. Decimos que es un error del Estado, pero no nos hemos dado cuenta de que el Estado es cada uno de nosotros.

Tenemos como costumbre ver y queremos que el Gobierno sea como un padre que nos controle y nos prohíba, y que nos castigue como si fuéramos niños pequeños. Además, lo vemos como nuestro policía personal. Esperamos que siempre haya alguien que nos indique si lo que hacemos es prudente, está prohibido o permitido. Preferimos no pensar en las consecuencias de nuestras acciones y esperar al castigo si es que alguna vez llega. Tememos asumir nuestras culpas y no podemos entender el verdadero significado de la palabra ciudadano.

Un ejemplo que demuestra esta falta de conciencia proviene de nuestra vida cotidiana. ¿Cuántas veces nos hemos quejado de los coches aparcados sobre la acera, en el paso de cebra o en la rampa de discapacitados? ¿Cuántas veces no somos nosotros mismos los que aparcamos allí impidiendo la circulación?

Hay dos soluciones posibles. La primera es que la policía circule a diario y durante todo el día, en cada barrio poniendo multas a los infractores. La otra es que los ciudadanos entiendan ellos mismos por qué no deben aparcar en cualquier lugar. Esta solución, aunque parece la más sencilla, no lo es, porque nadie nos ha enseñado que lo que hacemos como miembros de una sociedad conlleva consecuencias a la misma.

Concienciarnos de nuestro rol como ciudadanos y llevar a cabo acciones relevantes es mucho urgente en el caso de la protección del medio ambiente porque es nuestra casa. Y la casa de nuestros hijos también. Es fuente del alimento y del oxígeno y por ende, de la vida. El respeto por él debe ser real. Además, cuando ocurre una catástrofe el verdadero culpable debe ser descubierto, perseguido y castigado adecuadamente como ejemplo para los demás.

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