Eva Braun, la mujer que acompañó a Hitler a la eternidad
David Barrera – Kienyke
Eva Braun estaba en el estudio fotográfico de Heinrich Hoffmann, se encontraba acomodando unos documentos en un estante, estaba parada sobre una escalera. La puerta del estudio se abrió y ella pudo ver a “un señor de cierta edad, con un gracioso bigotillo, abrigo claro de género inglés, y un gran sombrero de fieltro en la mano» que cruzaba la puerta en compañía del dueño, escribió Braun en su diario.
Le llamó la atención la forma cautelosa, pero evidente con que el hombre del bigotillo le miraba las piernas. Ese hombre captó toda su atención desde el primer momento que cruzaron miradas en 1929. El hombre del curioso bigote era Adolf Hitler, quien aún no había llegado al poder, pero ya tenía el reconocimiento de un político ascendente.
Hitler volvió al estudio de Hoffman, tanto para acordar con este la campaña política, como para visitar a la coqueta señorita Braun, que para esa época tenía 17 años. Los dos amantes empezaron a salir y conocerse, a pesar de la relación que Hitler mantenía con Geli Raubal. Aunque ese impedimento se resolvió pronto. En 1931, Raubal aprovechó la ausencia del futuro dictador, tomó el arma de este y se disparó en el paladar.
Inician una relación
Aunque tenían 32 años de diferencia en edad, Hitler inició una relación con la joven, pero esos primeros años no fueron muy cariñosos. De hecho Eva Braun escribió en su diario angustiosos pensamientos sobre el “hombre más poderoso de Alemania”, del que no sabía nada durante tres meses. De hecho, para 1935, cuando aún no formalizaban su relación, Eva Braun intentó suicidarse dos veces.
Aunque en 1934 Hitler asumió el poder supremo de Alemania, no fue hasta 1939 que llevó a Eva Braun al edificio de la cancillería de Berlín. Se cree que el genocida mantenía la relación a escondidas porque sabía que no iba a ser aceptada. De hecho, cuando Eva llegó a la cancillería, las mujeres de los otros miembros del Reich la rechazaron, no le hablaban, la humillaban y cuando podían la insultaban.
Después, empezaron a vivir en los Alpes bávaros, en el famoso Berghof, en Berchtesgaden. Una mansión que serviría de capsula del tiempo para escaparse de los horribles años de guerra que vendrían después. Allí Eva Braun se entretenía mirándose al espejo, grabando videos caseros y esperando indefinidamente al dictador.
De hecho, Hieke Goertemaker, una historiadora que escribió sobre Eva Braun en el libro Eva Braun: Life with Hitler’, dice que la mujer se entretenía importando ropa francesa, maquillándose y fumando cigarrillos. Estas dos últimas cosas las odiaba el dictador. Algunos biógrafos afirman que cuando Eva se enteraba de la llegada del líder, le pedía a su médico que le detuviera la menstruación para estar disponible a los deseos sexuales de Hitler.
Eva Braun volvió a su oficio de antes, inició a tomar fotgrafías de lo que compartía con su amante y videos caseros que ahora son los documentos históricos más cercanos a la intimidad de Hitler. Se ven sonrientes, amorosos, Eva intrigada por las conversaciones con militares y miembros del gobierno. En uno de sus videos se ve a Eva Braun a la orilla de un río, moviendo los pies, tranquila y ajena a la dictadura que se establecía desde su casa.
Un tiro de amor
No se esperó nunca de Hitler, y menos ahora, que fuera un hombre amoroso. Pero de hecho alguna vez afirmó que aunque no la aceptaran, Eva Braun era su esposa y la primera dama. Asimismo, Hitler, en un testamento temprano, le cedió todos sus bienes a Eva, quien podría reclamarlos sin recriminaciones, además ordenó una pensión vitalicia para su amada.
De hecho, en las las grabaciones se ven intercambios de miradas entre Hitler y la mujer que maneja la cámara, cargadas de complicidad más que de rechazo. Cuando Hitler se vio acorralado, le pidió a Eva Braun que se quedara en la mansión de Berghof, para salvar su vida, mientras él se refugiaría en el búnker. Eva rechazó la oferta de Hitler y se fue con él a claudicar la guerra bajo la tierra de un destruido Berlín.
En el cuarto público del búnker, un sacerdote los bendijo en unión matrimonial. Los secuaces del genocida festejaron lo que se pudiera en una cloaca con los rusos en la nuca. Braun y Hitler se encerraron en un cuarto, para demostrarse el amor que minutos antes se habían jurado: acompañarse hasta la muerte, tomaron dos armas, las pusieron en sus cabezas y halaron los gatillos.